“Hice mi campaña con una promesa de cambio, y sé que ahora hay muchos estadounidenses que no están seguro de que ese cambio sea posible o que ya sea capaz de cumplir” B. Obama
El presidente Barack Obama, el cuadragésimo cuarto de su país, ha generado un nuevo modelo de hacer política y de comunicar lo que hace. A partir de su primer año de gobierno es posible hacer un acercamiento a una gestión que ha resultado original, con estilo muy personal, que es digna de considerar desde el ámbito del quehacer político, pero también de la academia.
En la cultura política de los Estados Unidos, al Presidente se le sigue considerando como el líder, creíble y legítimo, que inspira e ilumina a la Nación. Es por eso, más que en otras sociedades, que la ciudadanía indaga a profundidad en su origen, su vida, su manera de ser. Es también común que a él y a su familia se les asuma como un modelo a seguir.
La sociedad estadounidense observa de manera constante lo que hace o deja de hacer su Presidente. Todo, discursos, actitudes y gestos, tiene significado y es interpretado. Su historia familiar, el ser el primer afroamericano que ocupa el cargo, su formación y talante intelectual y su enorme capacidad como orador provoca aún un mayor atención del electorado y de los medios.
En el caso de Obama no se puede hacer una distinción, no hay una real división, entre su manera de hacer política y su forma de articular la comunicación gubernamental. Son dos caras de la misma moneda. La una y la otra se retroalimentan de manera permanente. Ofrecemos un análisis del quehacer político-comunicacional de quien es considerado como unos de los mejores oradores que ha dado la clase política de Estados Unidos en sus 220 años de existencia como país independiente.
Política y comunicación
Desde la campaña quedó claro que Obama era un gran comunicador y también un político poco convencional. Ha dejado de ser candidato, pero ha conservado los rasgos esenciales de esa etapa que han hecho despierte grandes expectativas y también lo han convertido en un personaje muy popular a nivel internacional. Él tiene una manera de hacer política y gobernar que siempre deja la sensación de ser un hombre honesto y bien intencionado, pero además sincero y franco. No son logros menores para un presidente del cualquier país, pero todavía más del que dirige Estados Unidos, siempre visto con recelo e incluso rechazo por la comunidad internacional.
Obama siempre razona, argumenta y pone un gran esmero que sus discursos (piezas de oratoria muy cuidadas en un país que concede al género una gran importancia), contengan un razonamiento preciso del porqué de lo que propone. El estilo de los textos es elegante y de un gran efecto, pero no son sólo retórica. Hay sustancia y se convierten en un poderoso instrumento de hacer política.
Da la impresión de que siempre da la cara y enfrenta de manera directa los problemas. La fuga y la evasión, tan común en los políticos de otros países, parecen no tener lugar en su gobierno. En sus mensajes trasmite también realismo y la idea de que lucha por lo que quiere, pero si ve que no se puede se regresa antes de enfrentar el fracaso.
Su actitud personal y las declaraciones y discursos reflejan la idea de que sabe ceder, de que no se quiere imponer a toda costa, sino que intenta sumar y hacer realidad el bipartidismo que resulta indispensable, para poder sacar adelante las reformas y propuestas legislativas. Están también presentes -sabe cuándo recurrir a ellos-la autocrítica y el aceptar las deficiencias y errores.
Dos ejemplos
Dos acontecimientos del mes de enero pasado dan cuenta de esta relación simbiótica entre política y comunicación. El 27 de enero pronunció su primer informe a la nación. El propósito era volver a conectar con las clases medias, el grupo mayoritario de la sociedad estadounidense, después de los efectos provocados por la crisis financiera y el fracaso final, cuando parecía lo había logrado, de las reformas en materia de salud.
El contenido del texto dejó en claro, eso buscaba, que él se ubicaba en el centro político, lugar en el que hoy se disputa la hegemonía, pero sin abandonar sus ideas y proyectos sociales y tampoco romper con sus aliados progresistas. Todo indica que lo ha logrado. Define también cuál será la línea de acción de los próximos tres años y se posiciona de una mejor manera de cara a la posible reelección.
El informe ofreció lo que la ciudadanía quería escuchar de su presidente: que las prioridades de su gobierno eran la reactivación de la economía y reducción del desempleo. En todo momento el discurso, de gran eficacia, se mantuvo en la tensión dialéctica entre la emoción, incluso a veces el sentimentalismo sin llegar a lo vulgar, y el ofrecer razones y buenos argumentos.
El 29 de enero, dos días después del informe a la nación, en Baltimore, se metió a la “cueva del león” en una reunión en la que sólo había congresistas y senadores republicanos, donde respondió con elegancia y sin perder la compostura a todas las críticas y cuestionamientos. En la reunión dijo reconocer en la oposición a “un movimiento genuino y auténticamente estadunidense”.
A manera de conclusión
Su manera de articular política y comunicación no lo hace intocable, están ahí las constantes críticas de los republicanos que lo acusan incluso de comunista, y tampoco necesariamente exitoso en la gestión de problemas estratégicos y de larga monta: no fue capaz de sacar a adelante la reforma de salud.
No lo hace invulnerable al resultado de las encuestas que miden su grado de aceptación y valoran su gestión. Lo convierten sí, eso se puede ver, en un político distinto y atractivo, que marca línea y sabe pelear la agenda mediática con los medios. Un político que, pese a todo, mantiene la expectativa y la esperanza de hacer las cosas de manera distinta, pero como él bien dice, “la democracia en un país de 300 millones de habitantes es ruidosa y complicada, y cuando uno trata de hacer grandes cambios se desataban pasiones y controversia. Es natural, así son las cosas”.