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sábado 14 diciembre 2024

Opiniones enredadas

por Fedro Carlos Guillén

Hace un par de meses se armó una polémica mayúscula ante el encarcelamiento de un par de señores que usaron tuiter para divulgar un supuesto atentado que resultó falso. Por supuesto las opiniones, como es frecuente en este nuestro país, se polarizaron de inmediato. Hubo quien sostuvo (aparentemente la mayoría) que lo tenían bien merecido ya que se trataba de una irresponsabilidad mayúscula que podría sembrar el caos. Otros, en cambio, se decantaron por el derecho a la libre expresión y el atropello que significaba privar de la libertad a estos tuiteros. Por supuesto, como en todo, el asunto es ligeramente más complejo. Por una lado, en efecto, la cantidad de opiniones en las redes sociales es monstruosa y entre ellas hay de todo: lucidez, humor, seducción y a veces francas cuotas de imbecilidad. Eso se debe a que éstas reflejan la vida misma en la que podemos hallar idénticas manifestaciones. Tuitear una noticia falsa es imbécil y en algunos casos puede ser hasta peligroso, pero tratar de ejercer un control sobre esto, que frecuentemente es anónimo, resulta a todas luces un ejercicio cuestionable sin bases jurídicas ni discusiones previas que las sustenten y que, me parece, se hacen ya muy necesarias.

El siguiente evento asociado al uso de redes sociales que tuvo consecuencias fue el del tuitero @mareoflores que tuvo la iniciativa (muy pendeja hay que decirlo) de poner un comentario en el que hacía lo que él consideraba una broma acerca de la caída de funcionarios en aeronaves, el día previo a la caída del helicóptero en el que viajaba Francisco Blake. Ante el accidente en el que falleció el Secretario de Gobernación fue detenido con el fin de ser interrogado por la PGR , aparentemente en una acción muy confusa y atropellada que presenta varias aristas interesantes.

a) Por supuesto, el abuso de las autoridades que sin cumplir los procedimientos legales pueden detener a cualquiera cuando les dé la gana y de forma arbitraria, lo cual tiene que ser consignado y observado por todos para evitar esta impunidad judicial.

b) Las reacciones en muchos casos histéricas de las redes sociales denunciando y generando opiniones sin ningún conocimiento de lo que pasaba, y la notable polarización entre sus usuarios que, me parece, desnuda de alguna manera el clima de confrontación que vive el país.

c) Las razones de la detención, ya que se argumentaba que el escribir algo así era un motivo inmediato de investigación por pueril que pareciera.

El asunto entonces es el alcance regulatorio de las redes sociales en las que sin duda se cometen excesos. Es frecuente, por ejemplo, que los adolescentes expongan a sus amigos en condiciones ligeramente escandalosas pero privadas. Lo es también que cualquiera pueda tomar un video y exponerlo ante cientos sin ninguna autorización. Asimismo, es perfectamente factible crear cuentas anónimas o falsas que se utilizan para calumniar o para ofrecer información privada que puede poner en riesgo a las personas. Todo esto magnificado por el carácter público y masivo de estas redes que se convierten en un altavoz cibernético.

¿Qué hacer? No veo manera posible de emitir un código de lo que se puede escribir y lo que no y creo que la única forma de controlarlo es a través de la presión de los propios usuarios que pueden sancionar a aquellos que se exceden cotidianamente. Por ejemplo, muchos tuiteros le conceden un enorme valor a su número de seguidores, en este caso basta con dejar de seguir a aquellos cuyos comentarios no consideramos oportunos, correctos o interesantes. Asimismo, estamos en toda la capacidad de interactuar con ellos y emitir un punto de vista. La otra vía, la legal, se ve lejana e ingenua.

Pedir sensatez unánime en el uso de redes sociales es equivalente a pedirlo a la sociedad que demuestra en muchos casos que no lo es (los usuarios de Canal 2 siempre han sido mi mejor ejemplo), pero más que castigar esta falta de sentido común creo que lo apropiado es tomar distancia de ella. La opción de tener a cien señores quedándose bizcos y monitoreando de manera permanente lo que hacen los tuiteros es ligeramente ridícula.

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