Nunca olvidaré aquel momento grandioso de grand guignol en el que el entonces presidente Vicente Fox (esa lumbrera) pronunció un discurso ante miembros de la Real Academia y mencionó al escritor “José Luis Borgues” ante el azoro general y la verguenza del señor anónimo que le prepara tarjetitas y al que uno asumía ligeramente preparado. Sin embargo, el tema no sorprendió demasiado a todos los que saben que la cultura y preparación de Fox da para arrear vacas a chiflidos o vender coca colas y se entendió como un elemento más de su pintoresco (cuando escribo “pintoresco” uso la fórmula del eufemismo) mandato.
Enrique Peña Nieto es un político profesional, cuidado en las formas ha logrado el prodigio de no decir nada pero aparentar que lo hace, tiene fórmulas experimentadas para sacar el capote y torear a los reporteros que normalmente le preguntan cosas como que si ya se pavimentó Huehuetoca. Hasta ahí todo en orden, sin embargo cualquiera que no sea idiota sabe que si se aspira a una responsabilidad mayor el espectro de cuestionamientos se ampliará y entonces se tendrá que recurrir a los señores de tarjetitas para salir airoso. En la FIL, Peña Nieto hizo un papelazo que no recuerdo desde que a mi difunta madre se le enredó una peluca en la rama baja de un árbol. Por principio dijo algo que nadie en uso de facultades diría al referirse a la lectura de la Biblia que, como se sabe, es un ladrillazo que ni los niños en el catecismo leen a huevo. Luego se decantó por Jeffrey Archer (Mon Dieu) y remató confundiendo a Fuentes con Krauze (sin saber probablemente que este último escribió un ensayo donde denostaba a Fuentes acusándolo casi casi de terrorismo literario). Las escenas de YouTube mostraron a un Peña Nieto descompuesto con cara de retortijón y pasando un rato muy malo. Vinieron luego otros dos políticos. Cordero y Córdova, quienes, a pesar del antecedente, metieron limpiamente la pata y posteriormente Peña Nieto entró en una espiral descendente cuando su hija (La Baronesa de Ixtapan) puso en Twitter que los críticos del autor de sus días eran “proles y pendejos”. El caso continuó; el aspirante a la Presidencia no se supo el salario mínimo y posteriormente ante la pregunta del costo de un kilo de tortillas respondió que el “no era la señora de la casa” en el más limpio harakiri declarativo que se registró en el mes.
Es interesante que algunas de las reacciones tratando de minimizar el costo de los papelazos, hayan señalado la “histeria tuitera” sin entender en lo más mínimo que a) los tuiteros son votantes y b) que las redes sociales son megáfonos que todo lo amplifican. Son muy numerosos los casos de políticos o personajes públicos que escriben pendejadas y tarde o temprano se disculpan ante la enorme presión que reciben, justamente en las redes sociales. En efecto en las redes hay histeria y en muchos casos linchamientos, pero no se puede negar que son un elemento de comunicación que tiene que ser tomado en cuenta sin restarle importancia y utilizado con sensatez. Es por ejemplo idiota por completo la aparición de bots una especie de acarreados cibernéticos cuya única misión, cobrando dinero, es poner cosas como “Fulanito es un gran candidato”, esta estrategia, elemental e imbécil, es una muestra de que no se ha entendido quiénes utilizan las redes sociales y que diversos estudios han identificado con un mayor criterio analítico que el promedio de la población.
Vienen las elecciones y con ellas la histeria; los apoyos y los denuestos crecerán exponencialmente, nos enteraremos de que todos los candidatos son la mejor opción y que sus adversarios son un atajo de mamarrachos. Es normal y predecible. Por fortuna el inventor de Twitter tuvo la idea genial de permitir que uno siga a quien le dé la gana y con ello nos da a todos un espléndido tapabocas que podrá ser aplicado a mansalva en los tiempos por venir. Esa es la buena noticia. La mala, es descubrir que uno, que está sentado sin hacerle daño a nadie, es prole, pendejo y que se asume que recibe un pago por cuestionar los papelones políticos… Ni hablar.