Philip M. Marker: el escritor mecánico

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Isaac Asimov se vanagloriaba de ser el escritor estadounidense más prolífico con 500 libros publicados; en realidad, la suma aproximada era mucho menor aunque nada despreciable: cerca de 200 contando novelas, cuentos, ensayos científicos y libros de historia; el resto eran recopilaciones de textos ajenos, esencialmente antologías de cuentos donde “el buen doctor” se limitaba a escribir introducciones y poner su nombre en la tapa para asegurar una buena venta (“la mitología sobre el éxito de mi nombre”, se quejaría en sus divertidísimas y malévolas memorias de 1991: “I, Asimov”).

Aunque Asimov aseguraba que en su lista estaban solo aquellos libros con los que se había “involucrado personalmente”, la mayor parte del trabajo lo hacía un editor asociado que contactaba autores, elegía los cuentos y se los enviaba para que él escribiera los prólogos. De esta forma Asimov consiguió que los medios le prestaran una atención que de otra manera nunca habría obtenido: “nunca seré un Updike ni un Bellow, nadie va a felicitarme por la calidad de mis libros, pero nadie puede discutir la cantidad”.

Así, como un rezago del niño precoz que había sido, obsesionado por probarle continuamente su “genialidad” a los demás, Asimov recuerda constantemente su inmensa productividad (la llegada del libro número 100, la fiesta por los primeros 200, el hombre que le pregunta en un ascensor cuántos títulos publicó y se sorprende al oír que, en ese momento, tiene tantos como días el año), remarcando que “mientras que la mayoría de los escritores tienden a cultivar un solo género (misterio, novelas de amor o del oeste), “mis libros abarcan todas las divisiones de la clasificación decimal de Dewey (según un bibliotecario entusiasta). Nadie ha escrito más libros acerca de más temas diferentes que yo”.

Asimov murió en 1992, y no alcanzó a ver cómo Philip M. Parker, profesor estadounidense de ciencias empresariales con un doctorado en economía de los negocios, logró superarlo en menos de dos años al obtener el título de “autor más publicado en la historia del planeta” con más de 80 mil títulos a su nombre, usando un método similar al suyo: ponerle su firma a libros que en realidad no había escrito. Como señala Jean-François Fogel, no es lo mismo redactar que escribir, y los libros escritos realmente por Parker son, apenas, seis, dedicados a explicar la relación entre las leyes físicas y los comportamientos económicos; los restantes son resultado de un software que le permite buscar y seleccionar información sobre temas específicos en las bases públicas de Internet y luego, con ayuda de 60 ordenadores y seis programadores, darle el formato de libro virtual que se ofrece en la librería “Amazon” y solo se imprime por pedido del lector interesado. El propio Parker explica en Youtube que “usando un poco de inteligencia artificial, mi programa imita el proceso de pensamiento, pero a diferencia de los meses que le llevaría a una persona normal el trabajo, al ordenador le toma menos de quince minutos”

Aunque nada le dice al lector que estos títulos son producto de una computadora y no del autor que aparece en la tapa, un hombre llamado David Pascoe se dio cuenta del “truco” al comprar una “guía sobre acné rosácea” y denunció la maniobra en la sección comentarios de “Amazon”: “el libro es más una plantilla para ‘investigación médica genérica’ que algo específico sobre el acné rosácea. La información es tan genérica que se podría utilizar para escribir un manual sobre cualquier tema médico con solo ‘buscar y reemplazar'”. Cuando los editores de la pagina le dijeron que tenía razón, Pascoe contestó: “ahora entiendo por qué el libro era tan aburrido y frustrante”.

Al igual que Asimov, Parker es su mejor defensor y aunque primero reconoció que “si se te da bien Internet, este libro no sirve para nada”, enseguida agregó que sus libros son para personas que no saben navegar por la red, hombres y mujeres para quien estas compilaciones de datos tomadas de diferentes fuentes, sintetizadas y combinadas, resultan sumamente útiles, añadiendo que “Pascoe no debería haberse gastado los quince euros que costaba si ya sabía de qué iba el tema”.

Los títulos publicados por Parker pueden dividirse en cuatro grandes grupos, con una marcada tendencia didáctica: libros sobre proyecciones de distintos productos en mercados específicos (“Perspectiva del mercado de agua saborizada en Japón, 2007-2012”), manuales de consulta sobre diferentes enfermedades (“Guía oficial de recursos para el paciente de acné rosácea”), diccionarios bilingu%u0308es y libros de palabras cruzadas con las instrucciones en un idioma específico -español, por ejemplo- y las soluciones en inglés.

Asimov escribió que la gran ventaja de ser un escritor prolífico es que el fracaso de un libro se ve compensado por las pequeñas entradas que dan todos los demás. Así él llegó a recibir 65 rendiciones de cuentas de sus diferentes editoriales que, sumadas, significaban un gran ingreso mensual, en un adelanto de la tesis del editor de la revista Wired, Chris Anderson, que explicó cómo la vieja ley del 20-80 (el 20% de los productos genera el 80% de las ventas) había desaparecido porque en Internet ofrecer una gran variedad de productos es más rentable que vender solo los más buscados.

A Parker, la teoría lo beneficia directamente por la rapidez de su método y el bajo costo de edición: una vez elegido el tema e introducido en el programa, producir cada uno de sus libros le lleva entre 20 minutos y 2 horas con un costo total de 12 peniques en electricidad.

“Deconstruí el proceso que hace un editor para crear un libro que llega a las manos del lector, automatizando cada pequeño paso”, cuenta, eliminando “todos los gastos asociados con el trabajo humano como autores, artistas gráficos, analistas de datos, traductores, distribuidores y personal de marketing”.

El 95% de los libros ni siquiera se imprimen: se envían electrónicamente. Según Kurt Beidler, un alto ejecutivo de Amazon.com, “es una nueva forma de hacer negocios, usando la capacidad de producir material para clientes específicos sin grandes costos”. Parker planea ahora ampliar su mercado a la ficción, con nuevos algoritmos que le permitirán a su programa escribir poemas y novelas románticas: “Ya lo tengo todo pensado”, explica, “el cuerpo solo tiene un número determinado de partes”, lo cual vuelve a ponerlo en sintonía directa con Asimov, quien veía su trabajo “como un patrón. Sé como encajar cada detalle de la obra en el patrón, de manera que no necesito trabajar nunca a partir de una idea general”. Sin embargo, en este nuevo emprendimiento, Parker ya fue superado por el editor ruso Alexander Prokopovich quien lanzó Amor verdadero.wrt, “la primer novela generada por ordenador”, basada en los personajes creados por Tolstoi en su gran clásico Ana Karenina.

Prokopovich reconoce que aunque el programa “escribió” en tres días la obra, fueron necesarios ocho meses de intenso trabajo entre varios informáticos peterburgueses y un programador israelí para desarrollar “PC Writer 1.0”, el software capaz de generar automáticamente la trama, luego de recopilar historias relacionados con cada uno de los personajes de la obra y sus posibles respuestas a diversos estímulos.

“Queríamos publicar un libro sobre el amor verdadero que fuera escrito por un autor que no fuera ni un hombre ni una mujer, que examinara el amor de una forma totalmente objetiva”, explica Prokopovich, adelantando las ventajas comparativas de este nuevo método para los editores: costes de edición más reducidos, producción “a medida” de la demanda, plazos de entregas bien definidos y la desaparición del autor caprichoso que impone condiciones extravagantes.

Paradójicamente, más de 50 años antes, en 1958, el cuñado de Jorge Luis Borges, Guillermo de Torre, se preguntaba “¿Dónde quedó aquella máquina de hacer novelas sobre la que se divagó hace años?”, y se contestaba con un rápido: “Podemos asegurar que aquella máquina nunca daría a luz La Guerra y la Paz; tesis que el propio Prokopovich reconoce al confesar que el borrador definitivo de Amor verdadero debió ser retocado y editado por él para que fuera legible: “¿Ha visto la traducción hecha por un ordenador del español al ruso? Pues sale algo parecido. El léxico se conserva, pero todo eso hay que unificarlo. La creación es un privilegio del hombre”.

Esta interacción permite imaginar un futuro cercano donde los escritores independientes sobrevivirán como correctores de lujo de los textos escritos por una máquina. La situación no es asombrosa: en su novela Los cerebros plateados de 1962, el escritor de ciencia ficción y fantasía norteamericano Fritz Leiber describe precisamente una sociedad donde los “escritores” se limitan a cuidar a “las maquinas de redactar” que hacen casi todo el trabajo: “A fines del siglo XX, casi todas las novelas eran escritas por un reducido número de editores importantes. Me refiero a que ellos proporcionaban los temas, las estructuras, los tratamientos estilísticos, los efectos clave; y los escritores se limitaban a poner el material de relleno”.

Inevitablemente, parte de ese futuro ya llegó.

 

Un viejo sueño

El antecedente más antiguo de la máquina de hacer novelas que se recuerda es el de Ramón Llul, quien en 1306 creó un artefacto compuesto por más de 2 mil piezas dispuestas en varios niveles, que giraban, combinándose para que el lector obtuviera todo tipo de respuestas.

En 1920, Edgar Wallace, un exitoso autor de novelas populares, inventó y patentó la “rueda de argumentos”: el aspirante a escritor solo tenía que girarla para recibir inspiración en forma de sugerencias rápidas, por ejemplo, “una aparición fortuita” o “la heroína se declara”. El invento fue exitosísimo aunque no se sabe si alguien pudo terminar (o al menos empezar una novela) con él.

En 1946, Vanner Bush propuso un dispositivo formado por una mesa, un teclado y una pantalla al que llamó “Memex” que permitiría buscar y combinar archivos para formar un nuevo libro: “Al elaborar un trayecto, el usuario primero le da un nombre, luego introduce dicho nombre en su libro de códigos y lo teclea. Delante de él están los artículos que han de unirse proyectados en superficies de visionado adyacente… cuando se han unido numerosos artículos para formar un trayecto.

. . es exactamente como si se hubiesen reunido artículos físicos desde fuentes muy distantes, y se lo hubiese encuadernado juntos para formar un libro nuevo”.

15 años después, Theodor Nelson lanzó su proyecto “Xanadú”: “un sitio mágico donde nada se pierde nunca”: Nelson quería almacenar todo lo escrito en el mundo, y relacionarlo mediante ordenadores interconectados (una adelanto de la futura Internet).

En 1966, Joseph Weizenbaum presentó su programa “Eliza”, capaz de simular respuestas inteligentes usando las afirmaciones de los interlocutores. Los diálogos se generaban de forma automática y se borraban apenas se apagaba la máquina.

En 1983, William Chamberlain y Tomas Etter lanzaron su programa “Racter”, que producía y compaginaba datos y pensaron que aquellos textos tenían calidad profesional: así negociaron con Warner la comercialización de un videojuego y la publicación de una novela llamada The Policeman’s Beard Is Half Constructed.

Aunque siempre aseguraron que el texto había sido íntegramente escrito por “Racter”, el investigador Espen Aarseth confirma que “el libro fue (al menos) coescrito por el propio Chamberlain”.

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