En Monseñor Quijote, Graham Greene reconcilia lo regularmente irrenconciliable: el marxismo y el cristianismo, y al hacerlo reivindica la esperanza como una forma de la ingenuidad. Una alternativa personal que despertaría la mofa del ciudadano abocado al realismo político, pero también del cínico que intenta cubrir su amargura con una carcajada. Solo en casos excepcionales, cuando las durezas de la vida no hubieran disuelto por completo sus impulsos generosos, estas dos clases de gente podrían sentir tristeza y compasión por el loco generoso que se empeña en luchar por la justicia. Pero la de Greene constituye una alternativa que pasa por otra paradoja aparentemente inhabitable: la de sostener una ingenuidad a propósito. Greene, sin embargo, logra emerger de la contradicción gracias a la literatura. ¿O acaso podría haber escrito sin cierta ingenuidad programada una novela donde volviera aparecer Don Quijote, pero como cura de pueblo ascendido a monseñor, Sancho como exalcalde comunista y el mismísimo Rocinante como un añoso Seat 850? Y no, las reincidencias de Greene no terminan allí. Su Quijote también sale en dos ocasiones en búsqueda de aventuras, sigue los mismos caminos que su antecesor y al final muere después de recobrar la conciencia, aunque aquí la recobra de un modo que por lo menos yo no hubiera podido comprender si no hubiera suspendido mi incredulidad durante un minuto. Digo, porque con mi incredulidad a cuestas no hubiera conseguido ponerme en los pies de un católico capaz de vivir su liga con Dios más allá de la ceguera y la rigidez que nunca faltan en la jerarquía católica.
Tanto los argumentos que brindan los personajes como el tono en que transcurre la novela revelan la apuesta de Greene: mantener la esperanza en una vida mejor y más justa, pero lejos de cualquier dogmatismo militante, al margen de cualquier proyecto masivo y organizado para lograrlo, pues todo indica que entre las características de las masas organizadas sobresale pervertir las acciones bienhechoras. Sí, tengamos esperanza, parece insinuarnos el autor de El Poder y la Gloria, pero no caigamos en las redes de ningún colectivo redentor ni nos privemos de la oportunidad de disfrutar una buena copa de vino en el camino.
El Quijote y el Sancho de Greene dialogan mucho, igual que sus antecesores, y mientras lo hacen uno se divierte y extrae algunas buenas conclusiones acerca de la política y la esperanza. Cuando no orquesta una inquisición, la esperanza organizada abre campos de concentración, sin embargo, el horror no proviene de la esperanza, sino de los líderes que la organizan. El comunismo y el cristianismo representan dos caminos posibles de la religiosidad y, en tanto tales, no resultan prácticas reprobables. No, lo reprobable no es la fe, sino su acción organizada. Si no, adviértase la facilidad con que las jerarquías cristianas y comunistas han anulado al antagonista. De ahí, por cierto, la maravilla del Quijote católico que vaga con el Sancho comunista, pues cuando dos individuos de religiones disímbolas se hacen amigos existen mayores posibilidades de salvación que cuando sociedades enteras se entregan al sangriento frenesí de la redención social, sea bajo la bandera que sea.
¿Dónde cabe pues, la esperanza en la política? No solo en la amistad de los distintos: también en la fe ingenua de quien no pierde de vista que está aquí para construir un mundo mejor y por lo mismo siempre acaba peleado con los jerarcas de la fe que profesa, pues por el flanco práctico los cabecillas de los movimientos redentores son realistas y represores, y por el flanco místico son dogmáticos y represores. Queda claro, con todo, que la esperanza política siempre requerirá de quijotes empecinados en enderezar los entuertos del mundo; quijotes que, gracias a la generosa locura que los rapta, están condenados a bregar en una soledad interrumpida solo por un amigo leal y ameno, como sucede en las novelas de Cervantes y Greene, nunca dentro de un colectivo organizado para conquistar el poder, algo que iría contra el carácter plenamente heroico y desinteresado de su naturaleza.