Por motivos únicamente concernientes a mi psiquiatra, tengo una cuenta alterna de FB, que, de hecho, es la primera que abrí allá en los dorados años del Farmville. Por qué la mantengo abierta a pesar de cinco años de inactividad, también es asunto de exclusivo interés de mi abogado. Lo importante de toda esta información innecesaria es que tomé la decisión de cerrarla definitivamente. Ya estoy harta de que me etiqueten y que me entere el siguiente día de Corpus, o que me dejen un inbox urgente que seguramente leeré con la misma prontitud con la que Vicente Fox tuitea un mensaje medianamente elocuente. Procedí a seguir las instrucciones de nuestro señor empalador Zuckerberg y antes del delete definitivo, tuve la brillante idea de bajar el archivo completo que contiene el historial de mi incipiente y entusiasta vida digital. 11 años de América Pacheco pesan la bicoca de 650.2 MB. Apunte usted bien.
Mark Zuckerberg pasará a la historia como el truhan más brillante de su generación y quizás, de las dos siguientes. Construyó un hervidero de sueños rotos y los convirtió en un brillantísimo negocio del que cuatro mil millones de usuarios formamos parte. La estructura del juguete favorito de grandes (los chicos han migrado paulatinamente a otras redes sociales menos invasivas) está diseñado para que todos y cada uno de los participantes del juego se pongan la soga al cuello sin necesidad de pistolas o armas blancas. Y allende el sobado argumento: “nadie lee las letras chiquitas”, también es cierto que continuamente se nos persuade a participar en el juego de moda primaveraverano con la sutil, pero contundente advertencia: “¿Deseas compartir con: AquéPerroDeRazaSePareceMiSuegra.org?”.
En serio, no nos hagamos pendejos. Y si bien es cierto que la ambigüedad de las políticas de privacidad de FB después del escándalo de Cambridge Analytica sacaron al escrutinio su responsabilidad, al vulnerar la privacidad de por lo menos 87 millones de perfiles cuyos datos se habrían filtrado sin autorización, también se tiene que analizar la responsabilidad del usuario al momento justo que proporciona no únicamente sus datos personales, sino también el uso de sus fotos y los de sus amigos cuando en sus momentos de luciferina huevonada accede a investigar a qué drag queen se parece su mascota.
Pero la invasión a la vida íntima no termina ahí. Si usted no está convencido de ello, le quiero contar las sorpresas que los chicos de Palo Alto, California, tienen para usted.
Lo invito a acceder al siguiente enlace y seguir las instrucciones que ahí se indican: https://www.facebook.com/settings
En esta inocente sección encontrará un enlace para solicitar una copia de su Facebook data. Dependiendo de lo activo de su perfil social, dependerá el tiempo de espera, aproveche para servirse un whisky en las rocas, porque le espera una larga y quizás vergonzosa confrontación con sus chabacanas actividades. Porque uno de los archivos que más le conmoverán será descubrir que Messenger analiza todos y cada uno de sus mensajes privados. Y usted podrá constatar lo anterior cuando su copia le arroje en la cara los memes y nudes que le mandó a su exmarido allá por el año de 2006. La razón por la que Messenger realiza esta aburrida tarea (en serio, ¿quién en su sano juicio querría leer las recetas del pozole rojo que las tías de todos nosotros han compartido alguna vez con su grupo de chat favorito?) es totalmente válida: confirmar que no se incumplen las reglas de contenido de la app de mensajería. Por otro lado, bien mirado, es comprensible que se tomara esta medida después de que hace dos años el mundo entero conociera la trágica historia de las madres a las que el Estado Islámico les arrebató a sus hijos para hacerlos estallar en un ataque terrorista en un país remoto: se comunicaban entre ellos mediante mensajes de Messenger y de Skype.
Lo divertido en todo este embrollo es no angustiarse y tomarse la molestia de leer las políticas de seguridad y privacidad de todas las plataformas en las que acostumbran compartir facturas, fotos en pijama de Pikachu y panorámicas de sus pectorales. Es decir, si consideran que la privacidad de sus datos requiere medidas de seguridad equivalentes al que ocupa la señora Mona Lisa, y deciden usar Messenger en lugar de aplicaciones de mensajería instantánea gratuita, de código abierto, con estricto énfasis en la privacidad y la seguridad como Signal, pues ya es necedad de confundir la cabeza con el culo (Díaz Monges dixit). Más vale Facebook por conocido que nueva red social por conocer.
No puedo dejar de recomendarles que bajen la data que han compartido con Don Mark, así como las apps o anuncios a los que les han abierto las puertas de par en par para que conozcan sus oscuros secretos. Analicen con lupa los errores del pasado y corrijan inmediatamente lo que consideren sensible, por mi parte les adelanto la información que han proporcionado a Facebook –quizás– sin darse cuenta:
1.- Teléfonos y fecha de nacimiento de sus contactos.
2.- Sus principales intereses en la vida loca (música, películas, tipos de hombres/mujeres/guajolotes que les gustaría que les contaran las pecas de la espalda, mascotas favoritas, inclinaciones políticas y sexuales, el tipo de tela con la que se harían sus calzonzotes, comida favorita, chistes de gallegos, gente que los inspiraría hasta a cambiar de sexo, grupos incendiarios a los que pertenecen, a cuántos change.org se han anotado, nombre de sus familiares cercanos, lejanos, nombre de sus exparejas y ciclo menstrual).
3.-Todos los lugares que han visitado presencialmente o mediante su delirante imaginación.
4.- Pokes recibidos y enviados.
5.- Recuento de todas y cada una de las sesiones que han hecho para ingresar a la plataforma, el tipo de equipo (incluido el modelo y versión del respectivo sistema operativo) utilizado, el navegador que eligieron para ello.
6.- Todas y cada una de las fotografías de sus tacos de cabeza, así como los videos de los primeros pasos del fruto que escupieron sus entrañas perfectamente ordenados en carpetas alineadas en comprometedora cronología, así como TODOS y cada uno de los comentarios que recibieron.
Así que la próxima ocasión que se les ocurra indignarse por los escabrosos manejos que gente más inteligente que ustedes hace de sus datos o los bombardea con publicidad salida del mismísimo infierno, primero revisen sus perfiles sociales y dense cuenta, amigos, ustedes fueron las que pusieron en su biografía el nombre de su Kindergarden.
Con mi segunda cuenta he procurado ser más precavida. Por ejemplo, procuro no compartir ideales políticos, estados de ánimo verídicos, intenciones de voto ni confirmar a mi tía Conchita como hermana de mi madre. Me entusiasma regalar mis valiosos likes a páginas de memes, principalmente. Es claro que me gusta la parcela que Mark ha construido para nosotros, ansiosas creaturas socialmente activas. Yo también comparto fotos de mis viajes y los tacos de cochinita pibil de Doña Dominga, ama y señora del universo. Soy una entusiasta y enamorada usuaria de Facebook.
Lo que sí he dejado de hacer, compatriotas, es hacerle saber al mundo cuando la tristeza me muerde el costado o cuando fuerzas extrañas han roto nuevamente este ennegrecido corazón. Nunca ventilo los problemas que tengo con mi pareja, hijos o con mis amigos. Mucho menos hago recuento de las enfermedades o depresiones padecidas. Toda esta información es de estricto interés de los que tienen la desgracia de quererme recio y ellos, camaradas, no me dan share en Facebook. Los favoritos de mi corazón son el algoritmo himself que analiza los días más soleados de esta vida cada vez más cerca del aire puro y más lejos de Instagram. Y las ofertas que coloca en mi timeline son irrestibles. I must tell.