jueves 14 noviembre 2024

Recuento de daños

por Fedro Carlos Guillén

Otro año se va y con él una cauda de sucesos que los medios se encargan de documentar con una puntualidad de personaje de novela inglés. Los programas para menesterosos dan cuenta de los escándalos estacionales que todos habíamos olvidado; que si Fulanito es un ebrio de alcoholímetro, que Sutanita ya le puso los cuernos a alguien que llaman crípticamente “famoso” y demás desgracias emocionales que una muy triste mayoría de los mexicanos espera como el agua de mayo. Otros más doctos hacen un análisis de la “arena internacional” de los cambios geoglobales o documentan guerras en lugares que nos enteramos que existen justo por esa documentación minuciosa. En fin, que cada quien haga de su vida un papalote y en congruencia con ello, querido lector, haré mi propio análisis como siempre sesgado por prejuicios que me son consustanciales.

La ira.- Uno de los siete pecados capitales, que en este año que terminó, se puso de manifiesto en su máxima expresión. Todo nos divide; el futbol, los regionalismos y señaladamente la política. En un país en que apostar al fracaso de un gobierno es redituable no debería llamar la atención tal nivel de polarización. Se opina genéricamente y por consigna. El análisis se ha vuelto una frivolidad de académicos, la gracia es tener algo que decir y decirlo rápido lo que menos importa es si es verdadero o real.

El rumor.- ¿Recuerdan el caso de los tuiteros veracruzanos que de manera ejemplarmente imbécil propalaron el rumor de un atentado? ¿a Pedro Ferriz anunciando una falsa balacera en Polanco? ¿El rumor de comandos en el Estado de México enfáticamente desmentido por las autoridades? ¿De las condolencias públicas a difuntos que gozaban de cabal salud? Todos estos eventos son hijos de la misma madre, el rumor, a veces interesado que adquiere una resonancia tremenda gracias a la instantaneidad de las redes sociales, a nuestros recelos endémicos y a los vacíos de información que se llenan siempre de la peor manera posible. Nada hay que hacer al respecto, podría afirmar que si alguien propone la hipótesis de que la Reina Isabel está detrás del cartel de Tijuana, no faltará quien dé fe y se armen rebambarambas que ayudan poco pero distraen mucho.

Las elecciones.- Durante meses fui el fascinado testigo del proceso electoral mexicano con todas las aristas posibles apuntalando una comedia de grand guignol; la spotiza a la que fuimos sometidos los ciudadanos inclementemente, las mentadas de madre entre partidarios, las capacidades de lectura, de vaciar estadios, de elogiar a Elba o la autollamada República Amorosa que como se sabe fue una velita de buenas intenciones que se diluyó a la hora buena. Un debate con una buenona y encuestas que si no fueron cuchareadas revelan que los que se dedican a ello deberían buscar trabajo en el alquiler de lanchas de nuestro benemérito bosque de Chapultepec. Vimos también el sesgo de muchos medios a favor de uno u otro candidato revelando algo que todos sabíamos de forma intuitiva; las elecciones son un juego de intereses y no de bienestar nacional. También aprendí que la ley electoral, aprobada por todos los partidos tiene más huecos que un queso gruyere y parte de la premisa bíblica de que es más fácil pedir perdón que pedir permiso por lo que los mexicanos nos enteraremos meses después de la elección si los partidos políticos violaron el tope de gastos en una regulación que me parece tan lógica como la programación del gustado canal 2.

Yo no lo sé de cierto pero supongo que la tragicomedia nacional no tiene remedio, no pienso entrar en cavilaciones mamarrachas acerca de su origen que para eso están los sociólogos. Sin embargo, no veo muchos motivos para la esperanza, esa entelequia de enero con la cual muchos mexicanos se dicen a sí mismos “este año sí es el bueno”. Imagino que ya se están fraguando las notas de temporal, los enconos, las marchas y manifestaciones, las tomas de tribuna y los dispendios a los que hemos sido acostumbrados y domesticados como si fuéramos señores que dan la patita después de que nuestra dama se pone English Lady.

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