En el lejano año del señor de 1938 y con fecha exacta del 30 de octubre, un joven de 23 años llamado Orson Welles tuvo a bien ponerle un susto de la mismísima madre a una muy buena parte de la población de la costa noreste de Estados Unidos al transmitir una versión radiofónica de “La Guerra de los Mundos”, una de las obras cumbre del británico H. G. Wells. Cuentan las crónicas de la época que Welles fingió ser un científico y contrató a un actor para que personificara el papel de un periodista y así a lo largo de casi una hora se dedicaron a narrar la forma en que un grupo de marcianos descendían sobre nuestro planeta con la muy cuestionable idea de conquistar al mundo. Por supuesto uno se preguntaría si la gente era imbécil o Welles muy hábil, el hecho es que la histeria colectiva desatada y la posterior molestia al enterarse que aquello no era real obligaron al joven Orson a pedir una disculpa que imagino con una enorme risa entre dientes.
Bien, este no es el único caso en que se disparan conductas sociales debido a las resonancias mediáticas; hace apenas un par de números comentamos el caso de los tuiteros veracruzanos generando rumores o el de Pedro Ferriz de Con anunciando una balacera que ocurrió en su fértil imaginación. Más recientemente el fenómeno se repitió y me parece digno de un análisis somero (mis análisis no tienen más destino que ser someros).
Todo empezó con una madriza ejemplar que se dieron dos turbas de vividores por el control de algo que entendí confusamente como “moto taxis”. Hasta ahí nada nuevo, se sabe que el gobierno se vale de grupos organizados de diferentes partidos para brindar servicios y otorgar prebendas. Sin embargo ahí no paró la cosa. Al día siguiente empezaron a circular rumores acerca de grupos armados en Iztapalapa y Nezahualcoyotl que intimidaban a los habitantes de estas zonas. Estos rumores claramente intencionados y locales recibieron enorme resonancia en las redes sociales, señaladamente en tuiter, donde la gente que no tiene nada que hacer y sin ninguna evidencia les dio cauce por lo que pronto, un asunto aparentemente falso y desmentido por todas la autoridades, se dio como bueno lo que provocó que comercios y escuelas cerraran por el temor a este espanta suegras mediático.
Dos son los problemas que percibo; el primero el escepticismo endémico a las declaraciones oficiales que seguramente se sustenta en años de desinformación pero que en nada ayuda. Ante una versión oficial contra rumores, más vale apegarse a la primera y si es falsa exigir que rindan cuentas. En segundo lugar el ánimo histérico de hormiguero de muchas redes sociales en las que muchos usuarios sienten este pequeño poder de “dar noticias” basadas en hechos tan palmarios como “yo conozco” o “a mí me dijeron” y que tienen la credibilidad del intelectual y pitoniso Walter Mercado.
Ahora mismo mientras escribo estas líneas me entero que hay un señor que se llama Ruy Salgado que ignoro quién es pero ya pude ser testigo de versiones sobre a) un levantón, b) arrestado por las autoridades y c) que no ha llegado a su casa. Ojalá sea esto último, sin embargo, este parloteo en nada ayuda a que las redes sociales adquieran confiabilidad. Comprobar una nota es una premisa periodística básica y quien no lo hace paga el precio. Desgraciadamente en este caso esa saludable costumbre simplemente no existe.
Son tiempos de vértigo informativo, de oligofrenia y de análisis. Como en muchos casos creo que este proceso no puede ni debe ser censurado más que por los propios usuarios que aplican sanciones a quienes propalan rumores. No hay cosa más terrible para un seguidor de redes sociales que perder adeptos (algunos lo ven como perder a un hijo). Entonces el asunto se vuelve más simple, señalar a aquellos que simplemente dedican su vida a difundir información sin pruebas y aislarlos. Sé que es mucho pedir pero también que no identifico otra solución. Al rato van a anunciar que los marcianos han llegado y odiaría ver a mi vecino en calzones y a los gritos por esta su humilde casa.