Abuela respetable
María está sola. Al cumplir 60 años examinó palmo a palmo su cuerpo en el espejo y no le gustó. “Vi las arrugas en el pecho, los senos sin consistencia, mi cintura perdida entre las caderas, las piernas gordas”. Y tuvo vergüenza. Ese día decidió que su marido no volvería a verla desnuda ni a tocarla. Los tiempos de la pasión habían terminado. Y así se lo dijo a su compañero. Ya no eran jóvenes y lo que hacían en esa cama compartida eran “desfiguros”.
Al principio Eusebio trató de convencerla, pero ella dijo no. Él se alejó poco a poco, se fastidió de insistir que le tenía las mismas ganas de siempre. Cuando puso almohadas como frontera entre sus cuerpos no hubo remedio. María confiesa que no se le acabó el deseo de las manos de él, del olor de él, de los besos de él. “Solo tenía pena: de mi cuerpo, de que lo supieran mis hijos y nietos”. El sexo no es para los abuelos, le repetían desde aquella vez que escucharon susurros.
Su marido quería convencerse de que tenía vida. Hoy ella mira con tristeza la calle por donde lo miró irse y se quedó con una pregunta: “¿Hice bien o fui una estúpida? Me he quedado sola entre sábanas frías, sin su respiración que acompañaba mi sueño. Pero me consuela saber que soy una señora respetable”. Sin embargo, su mirada es triste.
La sabiduría de los años
Agustín es “cinco años mayor que el Golden Gate y anda huyendo de los sicarios de Gayosso”. Cree que,”desde la ignorancia se juzga a los viejos, a ésos que peinan canas o a quienes nada tienen que peinar”. Y dice que se etiqueta como rabo verde a quien, a pesar de su edad, presenta un cuadro de actividad sexual relevante.
Pero la magia nunca termina. La diferencia en cuanto a las relaciones sexuales entre jóvenes y viejos, a su juicio, es la impetuosidad. El o la adulta mayor buscan casi siempre dar la mayor satisfacción a la pareja con quien cohabitan, pues no llevan prisa.
Hay que vencer miedos. “Siempre se teme a la disfunción eréctil cuando se busca la sexualidad en el soma y no en el cerebro. Si el adulto mayor ha perdido su líbido o cree que va a hacer ridículos, se aísla a sí mismo. Un contemporáneo mío que da clases de superación personal a señoras maduras recibe frecuentemente insinuaciones o discretas invitaciones para ‘dar clases’ a domicilio”. Le confía que es feliz porque da alegría a sus discípulas ocasionales. “Su única hija lo ve activo y se pregunta a qué se debe. Pero esto es hablar de la casuística”.
Sin embargo, está convencido de que hay espacios para que el adulto mayor agote al máximo sus posibilidades sexuales, “hasta donde la senilidad y la prudencia obligan”.
Él las vive en el campo de las oportunidades. Sin andar al acecho de éstas. “Las relaciones que he construido en este menester te hacen ser necesario pero no obligado. Cuando se es claro en que nadie es propietario de alguien, los encuentros son gozosos.
“En cambio, los jóvenes se miden más por la urgencia que por la complacencia. La diferencia parece ser cantidad o calidad. A cierta edad uno le echa cerebro; se busca la satisfacción de la pareja en primera instancia y no hay eyaculación prematura. Los preámbulos son tanto o más valiosos que la penetración. A los 25 años se es impulsivo y dominante. Uno se cree atleta sexual y usualmente se satisface sin importar si la pareja logró un orgasmo. En la madurez se disfruta del éxtasis de la compañera de afanes”.
Y como ejemplo de los prejuicios que no faltan, cuenta: “Una compañera de la prepa salía con un maestro entrado en años y era fuertemente criticada. Se las quitó de encima cuando es confió que el hombre era maravilloso en la cama. Una que otra lo constató en el más profundo secreto. ¿Tabú o hipocresía? En el fondo, está la ignorancia”.
Gozos de la madurez
Leticia Hernández, de cabellos rojos, sonrisa perfecta y 49 años se siente ahora con más libertad para el placer.
A los 25 estaba casada con un hombre 12 años mayor. Tenía relaciones fabulosas, pero solo con él. Hoy es soltera y no confunde placer con amor. “Me considero responsable total de qué quiero y cómo me gusta: sexo de buena calidad, conversación y aventura.
“Ahora mi sexualidad es mejor. Me siento cómoda guiando y comentando acerca de lo que me gusta y soy abierta a los gustos de mi pareja. Solamente tengo miedo de que la menopausia me quite mi líbido, a que vea al hombre que me gusta y ya no se me antoje”.
¿Los cuerpos jóvenes o perfectos son los únicos que tienen derecho a disfrutar? “¡No, el sexo pleno y con responsabilidad es nuestro derecho! En las ciudades y el campo chicos y chicas tienen relaciones sin protección, solo se reproducen y ni siquiera lo disfrutan. No saben nada de sexo, ni de la responsabilidad que conlleva. Nosotras lo sabemos y por eso es mejor”.
¿Qué es el sexo pleno? “Conocer a tu pareja, tocarla con libertad, exactamente donde más le gusta. Y esperar que él haga lo mismo contigo. Hablar de lo que te incomoda, no dejar que nadie te fuerce a hacer algo que te humilla o te lastima. Es decir, comunicación. En la película ‘Muriel Wedding’, Cameron Díaz dijo que la mejor parte del sexo es hablar de él”.
Pero el erotismo no solo es cuestión de pareja. “Yo paso largas temporadas sin novio. Y siempre he recomendado juguetes sexuales a mis amigas, les digo que en casos de emergencia conviene tener un vibrador a mano. ¡Hay uno maravilloso! Es pequeño, del tamaño de una pila AA, se usa en el clítoris y es 100 veces mejor que un enorme dildo invasivo. Una se debe adaptar al aparato y no éste a nosotras. Esas cosas enormes ¡son un asco! Dificilísimos de usar a menos que tu pareja te ayude. Él lo mueve y tú lo disfrutas. Yo tuve uno que estaba labrado en obsidiana, era frío, delicioso y sin electricidad”.
Pero el deseo no conoce barreras, así sean biológicas. “Cuando estamos en la menopausia, que a veces nos deprime, con una buena alimentación podemos tener energía; si la resequedad vaginal inhibe, hay muchos productos de sabores deliciosos para humectar. También debemos tener amigas y amigos inteligentes con quiénes conversar y compartir dudas, temores, no estamos solas. ¡Actitud chida!”.
Miles de mujeres maduras o de la tercera edad miran sus cuerpos y ya no se sienten deseables, por las arrugas, la barriguita, y evitan intimar. Ellas mismas piensan que sus tiempos de amores y lechos en llamas ya pasaron. Pero sus cuerpos nunca dejan de ser una sorpresa.
“El punto es que primero se tienen que gustar ellas. Yo tengo tres operaciones en la misma cicatriz. La última fue hace cuatro años. Se ve horrible mi abdomen. Me cuesta trabajo la desnudez, pero me preparo, respiro profundo. Ésa soy yo y ése es mi cuerpo que tanto placer me ha dado.
“A mí, por ejemplo, me gusta mucho la ropa sexi, y cuando tienes una pareja de veras confiable, poner una cámara prendida y olvidarte de ella mientras tienes sexo. Es increíble cuando ven juntos la película. En resumen, el secreto es la imaginación y mucho amor a tu persona”.
La mala información
Juan tiene 76 años. Es moreno, se mira fuerte pero una nota mal hecha le quitó la alegría. “Usualmente yo tenía dos relaciones coitales por mes y me masturbaba cuando menos una vez”. Así disfrutaba plenamente sus vivencias sexuales, tanto en pareja como con la autoerotización.
Un día leyó en el periódico que después de los 60 años las personas ya no tenían vida sexual y que al llegar a los 70 lo único que les preocupaba era estar sanos. Aparentemente no le concedió importancia, pero después de eso ya no pudo tener una erección ni una relación sexual. Dice que se le fueron las ganas.
Sin embargo un día se dijo: “¿Así se acaba todo?”. Se rebeló contra los destinos impuestos y decidió buscar ayuda con un sexólogo.
El autodescubrimiento
Luisa, de 68 años, acudió a solicitar orientación. “Mi marido falleció hace dos años de cáncer. Con él fui feliz, sexualmente nuestra vida fue muy satisfactoria hasta seis meses antes de que él se me fuera”. Recuerda con nostalgia que por lo menos una vez a la semana tenían relaciones sexuales. Pero ahora ella se siente culpable porque su deseo sexual aún es intenso. No aceptaba la autoerotización porque decía que “para eso se hicieron los hombres, pero el sexólogoutilizó una frase que ya me aprendí: estoy somatizando mi carencia porque tengo fuertes dolores de cabeza y dificultades para dormir”.
Antes la revisaron diversos médicos, le hicieron estudios y descartaron cualquier problema. “Todo lo que me pasaba era porque no había tenido relaciones sexuales durante varios años”. Ahora le enseñan su sensibilidad. Es decir, “a mi edad me estoy dando el gusto de saber qué puedo hacer con mi cuerpo”.
Placer sexual en otoños o inviernos
El doctor Luis Enrique Ortega Canales, médico y especialista en sexología educativa, está convencido de que es momento de comenzar a cambiar nuestros paradigmas en relación a la vivencia plena de la sexualidad y desmitificar que la respuesta sexual se termina con la edad.
“Pero vivimos en una sociedad que genitaliza las relaciones sexuales, es difícil pensar en que resulten satisfactorias sin que haya contacto directo entre órganos sexuales, cuando en realidad podemos experimentar placer en cada centímetro de nuestra piel”.
Por eso “debemos reiniciar nuestro cuerpo, es decir, reaprender a sentir. Siempre se pueden descubrir sensaciones diferentes, pero muy satisfactorias.
“En realidad, los factores sociales determinan que a ciertas edades ya no se debería experimentar placer”, dice Luis Enrique. Eso repercute en la esfera psicológica. Por ejemplo, ¿quién de nosotros se ha imaginado a sus abuelos entre sábanas revueltas? “Parte del problema es que utilizamos a la moral como reguladora y controladora de nuestra sexualidad.
“Ninguno de nosotros escapa a los aprendizajes socioculturales, cualquiera que éstos sean; hay mujeres que acuden a consulta sexológica solicitando algún fármaco para no sentir ese deseo que las atormenta cuando no existe alguien a su lado”.
También tienen dificultades para reconocer su cuerpo y la posibilidad de autoerotizarse porque, desde la infancia, se les educa para no tocar ni ver sus órganos sexuales. En los libros de texto hasta quinto o sexto grado de primaria se habla de su biología, pero nunca se menciona nada sobre el placer.
“Hoy sabemos que, biológicamente, un ser humano tiene terminaciones nerviosas que le dan una gran sensibilidad en toda su piel y no solo en los órganos sexuales, también que la única función conocida del clítoris es generar un placer que nunca se deja de sentir, a pesar de que en las mujeres disminuyen sus hormonas femeninas (estrógenos y progesterona) de forma rápida, y esto altera su respuesta sexual”.
Sin embargo, su deseo sexual es generado por la testosterona, que en ellas es secretada por las glándulas suprarrenales. Esa función no se altera después de la menopausia, es decir, su capacidad para experimentar placer durante su respuesta sexual permanece toda su vida y no solo en la juventud.
Pero muchas pasan toda su vida sin orgasmos y aunque experimentan deseo sexual prevalece la negación total a siquiera ver su cuerpo. Y es importante reconocerlo, apreciar con ayuda de un espejo cada detalle de sus órganos sexuales, descubrir de los pies a la cabeza los sitios más placenteros, enfatiza Luis Enrique Ortega.
Es frecuente que las personas de la tercera edad manifiesten sus problemas sexuales, con todo y pudor, cuando acuden a alguna revisión con médicos, enfermeras, psicólogos. Pero se enfrentan a un terrible desinterés del personal que las atiende. Eso provoca que ya no quieran compartir aquello que les atormenta y que con frecuencia se convierte en manifestaciones somáticas como colitis nerviosa, gastritis, osteocondritis, dolores de cabeza frecuentes y cambios del estado de ánimo, por ejemplo.
Lo más usual es que durante una visita mencionen cosas como:
—¿Es normal que sienta esto aún?
—Me da mucha pena decir esto, pero se lo voy a decir…
—¿Me puede recomendar algo para no tener deseo? A mi edad ya no es normal, pero no sé qué me pasa.
“El placer sexual es algo prohibido, pecaminoso o inconcebible, sobre todo en personas maduras o de la tercera edad. Entonces, así como se han modificado las condiciones sociales, también deberíamos cambiar nuestra manera de ver la sexualidad y las manifestaciones de nuestro cuerpo”.
Debemos poner más atención a la problemática sexual de las personas de la tercera edad y ser capaces de ofrecerles alternativas de una manera respetuosa y científica, concluye Luis Enrique Canales, también experto en sexología clínica.
El cuerpo humano: máquina erótica por siempre
La psicoanalista Dania Lozano Morales comenta que el derecho al disfrute de la sexualidad, a ser creativos, es reprimida en todas las edades. Incluso está invisibilizado para los jóvenes. Es más, si una mujer tiene hijos pareciera que su destino ineludible es el fin de la sexualidad. En México es difícil pensar que la madre tenga deseos sexuales. Ese problema se agrava en los adultos mayores.
“Ojalá se comprendiera que la sexualidad no tiene tiempo. Desde el psicoanálisis no hay tiempos cronológicos, sino lógicos, lo cual quiere decir que un sujeto no vive por etapas, sino que ejerce determinadas acciones, como la sexualidad, de acuerdo al momento”.
A la gente de la tercera edad se le niega el ejercicio de su sexualidad porque se piensa que ya no tiene nada que aportar o descubrir. Cuando se piensa en los llamados “viejos” pareciera que el “Estado y la sociedad deberían hacerse cargo de ellos desde políticas asistencialistas y se les trata como si ya no tuvieran deseos”.
¿Cómo explicarle a la gente que las ganas persisten? “Es complicado, debemos empezar por dejar de ver al adulto mayor como alguien vulnerable porque son sujetos con deseos, con el derecho a ejercer su sexualidad de forma placentera”, opina Dania Lozano.
La sexualidad se ha estereotipado. Se cree que tiene edad, que solo se debe practicar de cierta manera e incluso se puede convertir en un producto mercadológico. Hay muchos fantasmas y mitos.
“La lectura que ha hecho el psicoanálisis, por eso a veces ha sido muy escandaloso, es que desde la infancia existe una sexualidad polimorfa, es decir que tiene muchas formas. Evidentemente los niños no piensan en ella, solamente atraviesan una etapa en la que descubren un cúmulo de sensaciones, descubren el mundo, pero los adultos lo ven como algo sucio”.
Cuando pasan los años ese descubrimiento se deja a un lado. Los adultos genitalizan las prácticas sexuales, es decir, se piensa únicamente en la unión de pene y vagina, pero se olvida que todo el cuerpo es una máquina erótica; que cada persona, de manera distinta, puede descubrir, por ejemplo, cuáles son sus puntos más sensibles y todo lo que tiene que ver en su relación con el otro. La sensualidad es un universo inexplorado por muchos porque no tienen ese encuentro real con quien comparten esos instantes de su vida.
En el caso de la gente de la tercera edad hay que invitarlos a que descubran su cuerpo, no todo reside en una erección o que una vagina lubrique. Si solo dependen de sus genitales, las posibilidades terminan. El secreto está en que continúen con el disfrute innovando. “Si esta parte de mi cuerpo ya no funciona”, se puede preguntar, indagar: “¿Qué más hay? ¿De qué otra manera puedo disfrutar?” Y eso es válido para jóvenes y adultos porque en esta cultura la insatisfacción está presente en cualquier edad, concluye Dania.
En resumen, hoy el paso del tiempo trae aparejada una condena a la soledad. Pareciera que la vida ya está casi por terminarse, como si ya no hubiera proyectos o preguntas por hacerse.
Es la falsa moral cristiana que enaltece el no fornicarás, que se asusta del placer sexual. Las pocas voces y palabras que lo enaltecen casi siempre se dirigen a los jóvenes. Prácticamente no existe educación en el mundo de los sentidos, del disfrute, de ahí también que abunde el mal sexo.
La gente de más de 50 años, pero sobre todo de la tercera edad, no existe en un mapa gozoso, no se concibe a sus cuerpos enardecidos, deseosos, sexuados, placenteros. Pero el disfrute es de quien lo trabaja, así tenga arrugas, vientres abultados y várices, o torsos y piernas perfectos, lozanos. La magia está en cada poro. El reto es descubrirla.