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sábado 14 diciembre 2024

Sexo y periodismo, una relación incestuosa

por Paul Alonso

Desde los antiguos cantos portuarios eróticos hasta el auge de las revistas para hombres, como Playboy, el erotismo mediático ha tomado rumbos interesantes como el periodismo gonzo sexual. En tiempos de crisis de los medios y la revolución digital, los nuevos pornógrafos son una suerte de reporteros ciudadanos exhibicionistas que habitan las redes sociales. Aquí algunos apuntes sobre periodismo erótico.

La relación entre periodismo y sexualidad es intrínseca. Escritura y erotismo. O mejor y más amplio: el arte de contar historias y las pulsaciones urgentes que salen de lo más profundo del cuerpo. La tradición hispanoamericana comienza así. Es mentira que El Cantar del Mio Cid inaugura nuestra literatura. Ese espacio lo ocupan las Jarchas (líricas escritas en dialecto hispanoárabe coloquial que hablaban de la vida marginal y la urgencia erótica). Enunciadas por prostitutas, maleantes y homosexuales, las Jarchas retrataban la vida portuaria y la decadencia amorosa. Tan lejos del heroico caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar quien da la vida para recuperar su honra. Pero imagínense cómo seríamos si aceptáramos a las Jarchas como nuestro texto fundacional. Seríamos tan felices.

El periodismo contemporáneo lo ha sabido siempre. Aunque sería más interesante descender directamente del Marqués de Sade, el circo del espectáculo actual ha banalizado las representaciones eróticas en los medios masivos. Un hito en esta transición fueron las revistas norteamericanas que aparecieron a mediados del siglo pasado. Desde que Marilyn Monroe brilló en la portada de la primera edición de Playboy en 1953, el mundo de los medios ha cambiado mucho y la revolución sexual se ha vuelto una dictadura. Sin embargo, revistas como Playboy nos dicen mucho de su tiempo y por eso han suscitado una gran variedad de estudios.

Para algunos, estas revistas refuerzan ciertas nociones -arbitrarias, discutibles- de belleza, determinando la (in)satisfacción de muchas mujeres con la imagen de su cuerpo. También presentan a las mujeres a menudo como víctimas de coerción sexual y las retratan como ingenuas y aniñadas, mientras que son mostradas con un cuerpo más atractivo que el de los hombres. Al mismo tiempo, Playboy, por ejemplo, jugó un rol en la configuración de la imagen masculina del consumidor ideal de la postguerra: el hombre heterosexual, urbano y sofisticado. La revista retrataba sus fantasías y deseos, y presentaba una combinación de imágenes arriesgadas y modas conservadoras. Hay quienes, sin embargo, ven en revistas como Playboy una voz editorial que ha tomado acciones para inhibir la misoginia y desalentar la aplicación de estereotipos de hombres y mujeres.

No sólo por esto el caso de Playboy es sintomático, sino también por el influyente rol cultural que ha tenido la revista durante más de medio siglo. Su historia está ligada a la mejor tradición del periodismo narrativo norteamericano. Una misma edición -la de diciembre de 1968, por ejemplo- reunía textos de Truman Capote, Lawrence Durrell, Allen Ginsberg, Arthur Miller, Henry Miller, John Updike, un ensayo de Marshall McLuhan y hasta la primera traducción al inglés de un poema de Goethe. The Playboy Interview es casi un género en sí misma. La revista ha entrevistado a personajes como Fidel Castro, Martin Luther King Jr., Malcolm X, Jean-Paul Sartre, Orson Welles, John Lennon y Yasser Arafat, entre otros. Y esta tradición continúa. En Latinoamérica, abundan las revistas “para hombres” de todo tipo. Por ejemplo, la colombiana Soho se ha convertido en un referente de erotismo y buena narrativa de no-ficción. Pero hay más.

Gonzo sexual

La cronista peruana Gabriela Wiener (Lima, 1975) es una de las mejores voces de lo que podríamos llamar periodismo gonzo sexual. Su libro Sexografías (2008) recopila un viaje kamikaze que la lleva a exponerse a intercambios sexuales en clubs de swingers junto a su esposo, transitar los oscuros senderos del Bois de Boulogne parisino para convivir con travestis y putas, someterse a un complicado proceso de donación de óvulos o a colarse en las alcobas de superestrellas del porno como Nacho Vidal. “Todo con una única finalidad: conseguir la exclusiva más ególatra, el titular más sabroso y la noticia más delirante”, reza la descripción del libro.

Pero la narrativa de Wiener es más que exhibicionismo. Está basado en reportería de oficio que se combina con exquisitos momentos de ensayo y lirismo. “Es evidente que me gusta hablar de mí, pero lo hago motivada por una cuestión ética, en general nadie te da nada gratis. Los personajes me han dado su intimidad o han querido follarme y yo siento la necesidad de darles algo a cambio, de despojarme casi al unísono. En realidad es un encuentro de una intimidad con otra, es sexo, es comunicación”. Y agrega: “Es una manera más de mirarnos, una ventana a tu habitación”.

Sin embargo, Gabriela me dice que no considera preciso el término “periodismo erótico”. Le parece devaluado y suena muy light. Prefiere “pornográfico”. “Es más acorde. Incluso ‘visceral’ y ‘salvaje’ son mejores términos”, dice. Gabriela tampoco se considera una antropóloga: “El antropólogo se va a ver cómo vive el indígena, yo me acuesto con él. O mejor: yo soy la indígena y tengo mi propio espejo”.

En esta misma vena, otro heredero del periodismo de Hunter Thompson es el argentino Emilio Fernández Cicco. Creador de lo que autodenomina “periodismo border” (que “es al periodismo lo que el punk fue a la música; un arma de guerra concebida para destruir todo lo falso e hipócrita de este mundo”), publicó el libro Yo fui un porno star (y otras crónicas de lujuria y demencia) (2006). Como parte de una serie de reportajes sobre oficios malditos vividos en carne propia, Cicco decidió hacerse actor porno por un día para poder contarlo mejor. Participó de una película condicionada -que aún circula- dirigida por el veterano director Víctor Maytland. “El porno es el género humano con menos artificios”, dice Cicco, cuyo radical periodismo permite todo tipo de artificios, menos mentir.

Para Cicco, “el porno y el sexo tienen una brutalidad y una franqueza, que a mí me inspiran en mi búsqueda. Por más que nos disfracemos de ministros, jueces, actores millonarios, todos tenemos un animal dentro. Y ese animal, muy en el fondo, sólo busca ser querido y reproducirse a toda velocidad”. Por esto, “el periodismo bien practicado debería ser un acto no sólo de erotismo, sino una coreografía de striptease. El periodista debe quitar cada prenda del entrevistado hasta que quede en bolas totales”.

Tiempos de crisis

Pero estos experimentos en la tradición del periodismo erótico escasean en medio de la crisis económica que devasta a los medios. Hace algún tiempo pocos hubieran pensado que el mítico Hugh Hefner consideraría vender Playboy (por cerca de 300 millones de dólares) tras la renuncia de su hija a la dirección (la revista perdió más de 13.7 millones de dólares el primer trimestre de 2009, su lectoría decreció en más del 50%, tuvo que cerrar sus oficinas en Nueva York, y despedir alrededor del 25% de sus empleados). Por su cuenta, el también mítico Larry Flynt, fundador de la revista Hustler, pidió al gobierno de Estados Unidos un plan de rescate financiero de 5 mil millones de dólares similar al solicitado por la industria automotriz para ayudar en la crisis al sector del entretenimiento para adultos. Flynt dijo: “esto es muy malo para la salud de la nación. Los estadounidenses pueden desenvolverse sin automóviles y otras cosas pero no sin sexo”.

Nuevos pornógrafos

Estos antiguos empresarios han acusado a la crisis económica y a la pornografía gratuita en Internet de la debacle de las revistas eróticas. Y aunque el binomio periodismo-erotismo parecía tener un lugar tan privilegiado como el de las cucarachas en la cadena de extinción, el mundo de los medios ha cambiado irrevocablemente. Ahora, en la época de la revolución digital, todos somos productores de contenidos. Más allá de las toneladas de pornografía accesibles a cualquiera con una conexión a Internet, la libido encuentra sus mejores canales de lubricación en la virtualidad de las redes sociales. Facebook, Twitter y MySpace están pobladas de comunicación erótica. En este ambiente, la práctica del sexting -intercambio de mensajes y contenidos sexuales propios a través del teléfono celular- también es una nueva y popular manera de jugueteo erótico y seducción entre adolescentes. La eventual difusión de estos contenidos privados en la Web ya ha cobrado varias víctimas.

El caso de Jessica Logan es sintomático. Tenía 18 años cuando envió a su novio una foto de ella desnuda a través del celular. El mensaje fue expuesto a cientos de adolescente en Ohio, su ciudad natal. Durante meses fue vilipendiada en MySpace y Facebook. Apareció en la televisión local para advertir sobre los peligros del sexting. Pocos meses más tarde, en junio de 2008, se ahorcó en su dormitorio.

Ahora, uno de cada cuatro jóvenes en el Reino Unido y cerca del 20% en EU admiten haber enviado a través de su celular fotos de sí mismos desnudos o semidesnudos a su novio o novia. Antes condenados al voyeurismo y a la contemplación pasiva de imágenes sexuales, estos nuevos pornógrafos no son una especie rara de perversos o marginales. Son una suerte de atrevidos reporteros ciudadanos de tinte sensacionalista y hormonas alborotadas: adolescentes con un celular y una cuenta de Facebook, MySpace o Twitter. Vulnerables ante los pedófilos digitales, ejercen lo que entienden como libertad de expresión. En tiempos cuando el yo se muestra indiscriminadamente gracias a los nuevos

medios digitales, esta suerte de auto-paparazzi exhibicionistas ofrecen el crudo material con el que los medios han vivido obsesionados: la piel desnuda, el cuerpo objetivado como estímulo de excitación, la portada de un diario sensacionalista, la televisión comercial entera, el onanismo digital, la vulgarización (y mediatización) del sexo.

Mientras MySpace ha reportado ya más de 90 mil delincuentes sexuales, lo peor que podría suceder es que se satanizaran estas nuevas prácticas, o que se pretendan regular restringiendo la libertad de expresión (y de seducción). Más allá de delitos establecidos -pornografía infantil, pedofilia, extorsión-, las dimensiones de estos fenómenos no son más que una consecuencia de la era de la información. Y quizá la confirmación de una antigua sospecha: que el Gran Hermano somos nosotros mismos.

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