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No soporto más, le dices.

Esto no puede seguir así, le dices. Nos estamos haciendo daño.

Fumas, acometes una retahíla de vasos con fuego. Te miran apocados un par de ojos negros bajo una visera ridícula: es de noche, es un interior, es un bar, es un Sanborns mal iluminado. Quién no va a querer dejar a un hombre así.

Endereza tu vida, le dices. Haz algo.

Hazte cargo.

Crece, le dices. Sé hombre.

El remedo de hombre está al borde de unas lágrimas prefabricadas. Al contrario que tú, que hablas con la voz en cuello, él apenas musita. No escucho pero descifro: la vida le pesa, nadie le ha dicho cómo vivirla, hace lo que puede. Está aprendiendo. Como puede.

No puedo ser yo la que te siga resolviendo la vida.

No me alcanza con lo que me das, le dices. Ya no llego al treinta, ya no puedo pagar la renta.

Es tu exmarido, pienso. Te casaste enamorada y lo amaste con la convicción con que se emprende un cibercafé en Coacalco: confiando en que si no te robaban y de paso te entretenías ibas de gane.

Pero se acabó. Algo intuías, imaginabas la plática que ahora tienes con él. Por ello tu voz enérgica: has ensayado miles de veces ese parlamento, es tu papel estelar largamente postergado. Lo disfrutas. Aunque duela.

Vienes y vas. Juegas a la madurez, pero no haces sino evadirte, le dices. No sé qué esperas de mí, le dices, no sé con qué caras quieres que te reciba cada vez que decides volver.

Es tu amante, pienso. Tu compañero en esa oficina que ya no te provee con lo necesario, comenzó como una empatía de solitarios que eventualmente se tradujo en caricias de trolebús, besos de comida corrida y sexo de motel. No te gustó nunca pero era lo que había, una pasión de bolsillo que ahora le echas en cara. Pero lo disfrutaste. Un poco, a veces, no siempre.

Ya no hay cigarros, le dices. Aunque sea hazte cargo de eso.

Se levanta, se acomoda la visera. Ahora lo veo mejor: es un crío. Te besa la frente mientras te pide que le completes. Es el colmo, le dices, ni siquiera unos cigarros. Es el colmo.

Es tu hijo, pienso. Es la única razón de tu vida. Una razón cada vez más contradictoria y apática: prometía, era ingenioso, algo sensible y con cierta proclividad al esmero. Pero se jodió, se torció en el camino; acaso te lo devoraste en contubernio inconsciente con ese padre que se fue y le quitaste la seguridad, el carisma, la decisión. Antes de ser alguien ya es nadie. Un proyecto malogrado, otro.

El vodka trasiega por mi esófago. Vodka de Sanborns, pero vodka al fin.

Quiero salir a fumar de nuevo. El mesero y su fuego están lejos. Lo más fácil es girar el tronco hacia ti, que revisas un mensaje en el celular.

Extiendes el encendedor. Buscas una mirada cómplice que no existe. Esperas dos, tres segundos.

No hacía falta que me pidieras fuego para acercarte. Te miré mirarme.

Es falso, pero ahora lo hago: te mantienes en forma aunque el zángano que fue por los Camel se acabó tus tetas, la caída de tus carnes mesuradas aún es frugal, tus ojos no chispean pero tampoco refractan. Pero no atraes: no puede erotizarme una mujer que proyecta tanto en alguien como yo, que bebe ron con cola en noche de viernes.

No, te digo, no va por ahí. Se equivoca, te digo. Usted se equivoca.

El crío ha vuelto. Te pedirá perdón, ha de cambiar, hacerse mayor a tus ojos de la noche a la mañana. Yo ya no he de oírlo. No son ni las once, la vida aguarda en otros sitios.

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