Es justamente en este espacio que he recordado a Ibargüengoitia con su inolvidable “En México confundimos lo grandote con lo grandioso”, y muestras de ello han generado una memoria inolvidable.
El abuelo de la madre de mis hijos contaba de los festejos que en 1910 realizó Porfirio Díaz (nunca he entendido el “Don” previo) con motivo del centenario de la Independencia. Su padre trabajaba en el Castillo de Chapultepec y ello le permitió ser testigo de señores y señoras invitados de todo el mundo que armaron una bacanal salpicada de inauguraciones de monumentos, desfiles de viejas que ahora se calificarían como “chotas” que aparentemente fue un exitazo y que le permitió a Díaz confirmar el valor que la “Patria” tenía ante el mundo.
Los mexicanos tenemos un sentido de la oportunidad comparable al de un caracol de jardín; el “voy llegando” puede referirse a un lapso de cuarenta minutos y somos proclives a una de las planeaciones menos exitosas en la historia. Cuando bebemos somos dados a organizar viajes en grupo con siete meses de antelación. Se elige un lugar y todos los borrachos deciden que están animadísimos por asistir a la isla fulanita de tal, pasan los días y el animador del viaje empieza a hacer llamadas ya que se acerca la fecha pactada, en el mejor de los casos algunos le contestarán que se les atravesó algo súbito y en el peor le preguntarán: “¿cuál viaje?”.
Estará usted de acuerdo, querido lector, que con la preparación del Bicentenario habría que ser elementalmente estúpido para no entender que todo debería estar listo en septiembre del año 2010, pero al que debía organizar se le olvidó un pequeño detalle; somos mexicanos.
Primero Fox nombró a Cuauhtémoc Cárdenas como el responsable de la organización, sin que fuera claro cuáles eran sus méritos para remover los huesos de Leona Vicario, que en efecto fueron removidos en un ritual francamente repugnante. Luego el ingeniero, quizá advirtiendo el desastre dijo la consabida frase “con estos ni a la esquina” y renunció, por lo que la cabeza de todo este mamotreto fue el entonces Secretario de Educación y hoy lamentablemente fallecido Alonso Lujambio y empezaron los delirios. Se mandó hacer una estatua llamada “El Coloso” cuya única virtud es que probaba que el escultor se había dañado ya la cabeza por inhalar thíner. Era una madre espantosa y gigantesca que fue arrumbada a los pocos días en una bodega de la SEP.
Pronto empezaron las críticas y los retrasos y se supo entonces que se había convocado a un concurso escultórico para celebrar nuestra independiente efeméride. Con la claridad que nos caracteriza, muy similar a la del chapopote, se anunció por fin que había ganado una madre (no sé cómo describirla mejor) llamada “Estela de luz”. Lo que dio inicio a una cadena de desastres, el primero es que el costo original era de 200 millones de pesos y se elevó a ¡1,500 millones de pesos! Entre transas y una planeación similar a la de un borracho que sale de una fiesta a su casa.
El segundo problema es que estaba prevista para inaugurarse el 15 de septiembre de 2010 pero nones, esto ocurrió el 7 de enero de 2012 para regocijo de la población que la bautizó como la “Suavicrema”. Un retraso de este tipo y tal aumento de costos bastarían para mandar a Alcatraz a media centena de involucrados pero ya sabemos que en este país nunca pasa nada y cuando pasa, no pasa nada, así que todo mundo quedó impune.
El último asunto que me gustaría discutir con usted, querido lector, es el del monumento en sí…es horrible y en lugar de premio merecería una demanda penal. Se trata de una estructura de 100 metros que perfectamente podría ser una oda a la nada o si se prefiere a una galleta, que arrranca al pie del Castillo de Chapultepec y luce ridícula al lado de dos torres que la triplican en altura y la hacen aparecer como un jugador desnutrido al lado de los alemanes ¿Qué les puedo decir?
Puras fallas.