En este enero, el presidente Donald Trump cumple su primer año de gobierno y lo hace con el 64% de rechazo, el mayor para un Presidente desde 1945, hace 72 años, y el 36% de aceptación, que es el menor en el mismo tiempo. Quienes lo votaron le siguen siendo fieles, y de ellos el 90.5% aprueba su desastrosa gestión.
Algunos analistas centran su visión de lo que hace o deja de hacer el Presidente en materia de política y de comunicación, sólo en los rasgos de su personalidad, a la que tachan de megalómana, falta de sentido de la realidad, necesidad de ser reconocido y admirado, incapacidad de tener empatía con los demás y siempre ser arrogante.
Sin dejar de reconocer lo anterior, pienso que más allá de estos elementos hay una estrategia bien definida y un instrumento preciso al momento de articular su política y comunicación. Existe una clara relación entre las dos. Trump, ya en la Presidencia ha seguido la misma estrategia de comunicación que utilizó en la campaña: el escándalo. Y también el mismo instrumento para operarla: los mensajes en Twitter desde muy temprana hora.
Esa combinación, estrategia e instrumento, lo mantiene presente todos los días en todos los medios de su país y del mundo en forma destacada. Ninguno de ellos escapa al atractivo (e incluso fascinación) que produce el insulto, la descalificación del otro, el discurso políticamente incorrecto, las posiciones racistas y xenófobas y también los exabruptos.
La estrategia
El Presidente de Estados Unidos, en el seguimiento e implementación de la estrategia, ha sido constante y disciplinado. Él sabe muy bien que le reditúa y le permite estar siempre en el interés los medios de su país y del mundo. Está más que probado que el escándalo siempre vende. A él, para su proyecto político, le resulta fundamental estar todos los días en los medios y marcar la agenda mediática. En su lógica, la confrontación le permite hacer presente su visión de Estados Unidos y del mundo, que va en contra de lo que piensa la mayor parte de los estadunidenses, dar a conocer sus acciones y mantener el vínculo con sus simpatizantes.
En los temas del escándalo, que traducen la estrategia, identifico diez que han estado presentes de manera permanente:
1) La descalificación de los medios que lo critican. Los acusa de ser “enemigos del pueblo estadunidense”, de alterar la realidad y de ser constructores de noticias falsas.
2) La violencia discursiva. El insulto y la descalificación personal de políticos de su país y también del mundo, que no piensan como él.
3) La mentira. Dice cosas que no son ciertas sobre la acción de su gobierno, temas de la política de su país y del mundo y también de políticos estadounidenses y de otras latitudes. Los medios estadunidenses registran más de 200 en estos meses.
4) México. En su discurso, burdo y primitivo, buena parte de los males de Estados Unidos tiene su origen en nuestro país: drogas, violencia, migrantes, desempleo y déficit comercial. La respuesta es construir un muro, que por cierto ya está hecho.
5) El nacionalismo exacerbado. Su país debe ser el primero en todo y desde ahí se relaciona con los otros países. Implica abandonar organismos internacionales y acuerdos de la comunidad internacional.
6) La supremacía blanca. De una u otra manera siempre está en la lógica de privilegiar a las blancos y de excusar sus errores e incluso crímenes.
7) El racismo. En sus actitudes y en ocasiones de manera expresa define posiciones racistas que descalifican a estadounidenses que no son “blancos”.
8) La xenofobia. De manera abierta, se pronuncia contra personas de otras naciones en razón de su raza, credo y cultura.
9) Los liberales. Descalifica a las personas de pensamiento liberal, a quienes acusa de ser enemigas de Estados Unidos y de estar en su contra y del gobierno.
10) El machismo. Descalifica a las mujeres. Las ve como objetos sexuales. Defiende de manera pública a pederastas y violadores.
El instrumento
El medio privilegiado de Trump ha sido Twitter. Antes de bajar a su oficina, entre 9 y 9:30 de la mañana, manda los primeros tuits. Los hace llegar a sus millones de seguidores y así sostiene una comunicación directa con ellos, pero los destinatarios principales son los medios. Él espera que éstos recojan lo que dice y así actúen como grandes cajas de resonancia. Sabe que con la estrategia, el escándalo, va a provocar su reacción. El modelo lo tiene bien armado. Le ha funcionado.
Se ha filtrado en diversos medios que el equipo de comunicación de la Casa Blanca, integrado por gente especialmente conservadora y afín a Trump se desespera con los mensajes del Presidente. Ellos de ninguna manera pueden intervenir en su elaboración porque el Presidente los envía antes de empezar su agenda de trabajo. En todo caso, pueden reaccionar, pero nunca proponer. Trump lo hace así para no tener que escuchar a su equipo. Él es quien decide los mensajes. No hay inocencia o descuido.
Él es el estratega y también el operador de su propia estrategia de comunicación.
El contenido de los discursos o la cobertura de los eventos presidenciales son también materia, en el marco de la estrategia, para elaborar y difundir tuits. En estos doce meses, el modelo de comunicación tiene pocas variantes. Trump ha sido conductor de programas de televisión y también ha publicado libros que han sido best sellers.
El propósito
La gran mayoría de los analistas políticos coinciden en que la estrategia es terrible, implica un retroceso en temas que se pensaban ya superados. Trump ha reinstalado el discurso del odio, la supremacía blanca, el racismo, la xenofobia, el machismo y la guerra.
Hay estadounidenses que se identifican con estos temas y asumen el derecho a pensar y defender lo que expresa el Presidente. Los mismos analistas están de acuerdo en que temas de la estrategia tensan la relación de Estados Unidos con muchos países y crean un ambiente de hostilidad e incluso de proximidad de la guerra. La estrategia y el instrumento son un peligro para el mundo.
¿Por qué seguir esa estrategia? Ahora sólo tengo una respuesta. En la campaña Trump sabía que con sus posturas no podía convencer a la mayoría de los estadounidenses. Su única posibilidad de ganar era que los blancos de baja educación, molestos con su situación y afines a lo que planteaba, votaran por él en los estados que definían la elección. Así ocurrió. En el modelo electoral de Estados Unidos, la estrategia le funcionó.
Trump, a pesar de los pocos resultados, mantiene a sus votantes. Se identifican con los temas de la estrategia. Eso quieren oír estos estadunidenses blancos y muy conservadores. Ellos sienten, así lo viven, que el Estados Unidos abierto, pluriétnico y pluricultural que se ha construido con los años y con grandes dificultades, los amenaza. Ese país, el de la realidad, no lo quieren. Asumen como suyo el que les presenta Trump. Estos electores lo volverán a elegir. Queda por ver si se sostiene en la presidencia.