La violencia, esa conducta socialmente aprendida, se apoderó de todos los colores partidistas, bandos, edades y formaciones académicas. Los dedos sobre los teclados volaron, sin reflexión, mientras las pantallas con tecnología rudimentaria o muy sofisticada escupieron literalmente un lenguaje verbal enconado, insultante y denigrante. La intolerancia en su más clara expresión.
Se incendian las redes
Los momentos previos al primero de julio fueron los del odio a través de los calificativos. Los posteriores parecieron la relativa calma que precede a la tempestad, para finalmente dar el salto de las redes sociales a las calles. Entonces se convirtieron, durante otra fecha claramente anunciada para el primero de diciembre en Facebook y Twitter, en el encuentro frontal que dio la vuelta desde México para el mundo, a través de imágenes de rabia, palos, balas de goma, piedras, toletes, bombas molotov, detenciones arbitrarias, vandalismo y heridos de uno y otro bando. La sociedad se polarizó aún más.
Presenciamos ciclos. Las redes se incendian, recobran una relativa calma y los fuegos se reavivan. Ayer fueron las elecciones, hoy los hechos sin precedentes que ocurrieron en la llamada “Ciudad en movimiento” que lastimaron a todos y mostraron la fragilidad de la convivencia. La tecnología es herramienta. Los seres humanos le damos el tono.
Gracias a la tecnología podemos tener comunicación, información, relacionarnos con personas de las que en otro momento no pudiéramos pensar ni siquiera tener noticia de ellas. Sin embargo, hay fenómenos que van a la par de este avance tecnológico, de este ciberespacio que es mundial: el tono de violencia que vive México y la humanidad entera, comenta la doctora Victoria Adato Green, exprocuradora de Justicia del DF y actual directora del Programa sobre Asuntos de la Niñez y la Familia de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).
El doctor en ciberperiodismo: José Luis López Aguirre, profesor de la Universidad Panamericana (UP), comenta que antes de las elecciones las redes sociales fueron usadas para acribillar, con argumentos más emotivos que racionales, a usuarios cuyas posiciones ideológicas causaban prurito.
Incluso se suscitaron casos de linchamientos virtuales porque la inmediatez muchas veces no permite la reflexión. “Creo que ese es un síntoma de la inmadurez de los usuarios. Muchos piensan que lo que sucede en lo virtual se queda en el terreno de lo intangible”.
Carlos Marín, director general editorial del Grupo Editorial Milenio, se remite a los males de la intolerancia cuya expresión más evidente se dio con el nazifascismo a mediados del siglo pasado: “No encuentro ninguna diferencia entre esa intolerancia con la del medioevo o cualquier época donde hubiera habido esta cerrazón a la argumentación y al diálogo. Lo novedoso ahora es que por las nuevas tecnologías se multipliquen esas expresiones de virulencia”.
Él cree que esa intolerancia no parte de lo que la gente ve en medios sino de atavismos culturales. “Yo creo que los dos problemas más graves de México son la corrupción y la intolerancia. De ahí se deriva todo lo demás, incluida la narcodelincuencia y la delincuencia común”.
Y porque las palabras también pueden ser armas es válida la pregunta: ¿Las voces, videos, twits, post de Facebook juegan un papel determinante cuando se rebasa lo virtual para instalarse en lo real?
Posiblemente se trata de una pregunta que no tiene una sino muchas respuestas, sobre todo si tomamos en cuenta los fenómenos que han provocado esos medios en las conductas humanas del siglo XXI, desde el sonado caso que casi paralizó al Puerto de Veracruz, cuando se enviaron y reenviaron mensajes que advertían falsamente del ataque de comandos contra la población, hasta los mensajes antisemitas a propósito del conflicto de la Franja de Gaza.
Cifras de la Asociación Mexicana de Internet (AMIPCI) dan una pálida idea del poder que germina y se vierte en esos espacios virtuales: en 2010 el número de internautas en México alcanzó los 34 millones 900 mil. El 61% entran al menos a alguna red social, es decir casi 25 millones en su mayoría mujeres y de esos al menos seis de cada diez acceden diariamente a Facebook, Youtube o Twitter, las más conocidas y utilizadas en nuestro país.
La intolerancia
Rudolf Virchow, uno de los más prominentes patólogos del siglo XIX decía que “la libertad no es poder actuar arbitrariamente sino la capacidad de hacerlo sensatamente”. Surge entonces uno de los quid pro quo que da origen a este trabajo que ha recurrido a varias voces y opiniones distintas en torno al que algunos consideran como ese quinto poder que atisbó sus primeras luces en 2004, en el caso de Facebook y dos años después en el de Twitter ¿la violencia verbal y la intolerancia en las redes son riesgos inherentes de la libertad de expresión?
Ivonne Melgar, reportera en Excélsior-Grupo Imagen- Cadena Tres, dice: “Más que un riesgo para la libertad de expresión es una tendencia que la desvirtúa. Somos una sociedad que pasó de la censura y de la autocensura en los medios de comunicación hegemónicos, tradicionales, a la posibilidad de hablar sin cortapisas en medios alternativos como las redes. En ese tránsito, casi un salto, hemos caído en el exceso de pretender equiparar la libertad de expresión con la posibilidad de difamar, acusar, prejuzgar, insultar. El peligro es irnos con la finta de que ese clima es un ejercicio de la democracia”.
Mientras, el escritor Benito Taibo considera que, efectivamente, intolerancia y violencia verbal son riesgos de la libertad de expresión y agrega “las redes contienen en sí mismas un elemento peligroso y sin embargo necesario: cierto grado de anonimato que permite las más soeces injurias o la intolerancia. Y a pesar de ello, lugar privilegiado donde los que antes no tenían voz, han encontrado un espacio para expresarse. A pesar de que la expresión sea en muchos casos violenta, ha abierto nuevas puertas y ventanas que no existían.
Creo que debemos acostumbrarnos al fenómeno, no tenerle miedo. Generalmente cuando sucede, se hace un vacío alrededor del que injuria, se le condena a un ostracismo cibernético y lentamente, de esa manera se le neutraliza. Además, hay que tomar en cuenta el tema de la “instantaneidad”. En minutos lo escrito en el ciberespacio desaparece para dar paso a un nuevo tema. La rapidez con la que todo sucede hace que la violencia verbal o la intolerancia se desvanezcan. Y se olvide.”
Y Carlos Marín, quien ha sido víctima evidente de la intolerancia y los macanazos verbales, marca su distancia “Yo, quizás por mero instinto, no le he entrado ni pienso entrarle al Facebook o al Twitter”. Narra que de los cientos de correos que recibe diariamente revisa aproximadamente cincuenta “Hay de todo, pero no es raro que me encuentre cuatro o cinco de una virulencia conmovedora. Si lo tomara en serio sería escalofriante porque contienen una virulencia de exterminio, de odio y descalificación” y admite que los contesta con el mismo decibelaje.
Un lenguaje para el desencuentro
Y ya que hablamos de los usuarios sin fama, recordemos también a los que sí la tienen, por ejemplo los líderes de opinión, los políticos, las figuras reconocibles. Para Ivonne Melgar “resulta lamentable que los partidos políticos no frenen el lenguaje violento. ¿Qué más ejemplo de la violencia política que la cumbre de gobernadores y legisladores del PRD para definir en qué grado torpedean la ceremonia del relevo presidencial?
Pero no olvidemos que la comunicación es una expresión de la política y de las relaciones sociales. De modo que los primeros en regular la violencia verbal deberían ser los actores políticos”.
Entonces más que aventurado, resulta descriptivo y poco alentador mirar, leer que la actuación de líderes políticos, sociales o religiosos da pie para que se incremente la violencia verbal y la intolerancia.
Ivonne recuerda que “las recientes declaraciones de Jesús Zambrano, líder del PRD, son ejemplo de ello, cuando afirmó que había “mucha gente enojada” por el resultado electoral y que ello justificaba las protestas en la toma de posesión de Enrique Peña Nieto.
En particular Andrés Manuel López Obrador es un ejemplo claro del aval social que la violencia verbal de los políticos tiene entre la ciudadanía. Felipe Calderón como presidente también ejerció un lenguaje político de choque y con violencia. Sus señalamientos a los críticos carecieron de cortesía y de tolerancia.
Uno de los colaboradores más cercanos a Calderón, el ex secretario del Trabajo, Javier Lozano, es un tuitero que recurre a la violencia verbal con frecuencia.
La jerarquía católica tampoco se salva. Sus dirigentes no propician el entendimiento. Juzgan, proscriben, descalifican.
Pero lamentablemente, también nuestros intelectuales tomaron partido en la polarización que hemos vivido en la última década. Prominentes escritores en algún momento hicieron suyo el término de “Fecal” para asumir una postura política a favor de AMLO”.
Sobre la actuación de los políticos Taibo agrega: “Esos líderes han hablado durante años a un público silencioso y aborregado. Estaban acostumbrados al elogio y a la palmada en el hombro. Creo que lo que está surgiendo es un ejercicio hipercrítico de la nueva sociedad de la comunicación instantánea, y tendrán que pensar mucho y muchas veces lo que digan y lo que escriban. Y esperar la respuesta…”
La opinión pública es una especie de escurrimiento de la pirámide social, dice a su vez Carlos Marín. “En la punta no solo están los grandes empresarios y los mandatarios sino los personajes de la vida pública y hay un corresponsable de la virulencia social: “Andrés Manuel López Obrador. Es el personaje más poderoso, del que tengo conocimiento, desde Antonio López de Santa Ana a la fecha, el único con un gran poder que azuza contra periodistas con su nombre y apellido”.
E insistimos, esa violencia cruda que rebaja y sobaja a violentos y atacados, que puede destrozar reputaciones, herir a quienes discrepan, dictar sentencias e intentar a toda costa tener la última palabra ¿es también reflejo de una crisis de valores?
Taibo es tajante: “Los tiempos en que vivimos son a partes iguales violentos y banales. Mucha de la violencia verbal proviene de la necesidad de ser escuchados (leídos), tomados en cuenta. No creo en la crisis de valores. Es la misma que venimos arrastrando durante décadas. Vivimos en el imperio de la “mordida”, el “cochupo”, de frases lapidarias como “la moral es un árbol que da moras” o “el que se mueve no sale en la foto”. Los “valores” que deberíamos tener como sociedad hay que construirlos desde cero. Y uno de ellos, es sin duda el de la libertad de expresión, a toda costa y lapídese a quien se lapide. Sobrevivirán del escarnio aquellos que no tengan cola que le pisen. En caso contrario, las propias redes están allí como parapeto y defensa”.
En cambio Ivonne comenta que se trata del “reflejo de un tránsito inconcluso hacia la democracia y atribuible a los partidos y a su clase política. La alternancia en el gobierno federal no se tradujo en una democratización en el ejercicio del poder y eso resulta evidente en el interior de las fuerzas políticas y en el quehacer de sus representantes. PAN y PRD no experimentaron cambios de fondo, tampoco los impulsaron. En el PAN, imperó el presidencialismo. Y en el PRD, el caudillismo.
La derrota electoral en los últimos tres sexenios de la izquierda han abonado en un clima de encono que se proyecta en el lenguaje. Y que tiene su mayor resonancia en las redes sociales”.
¿Hay que regularlas?
Uno de los puntos neurálgicos sobre los sucesos en las redes es, como menciona José Luis López, que ya hay voces que hablan de impunidad por ese estado libertario, anárquico en el que no hay quien controle la red. Tenemos que aprender a ser responsables con la libertad que nos otorgan las redes sociales para expresarnos y eso no lo hemos entendido. Por eso existe esa gran tentación de los gobiernos de tratar de regular la red, ahí están ACTA y SOPA”.
¿Vale entonces pensar en reglamentar el uso de esos espacios que la gente ya ha hecho suyos? ¿El que usuarios violentos deseen imponer su perspectiva, por encima del derecho de los demás a expresar su punto de vista, no debería tener reglas específicas en redes como Facebook o Twitter, para evitar linchamientos de figuras políticas, líderes de opinión o de todo aquel que piense distinto? No desde afuera y si desde las entrañas mismas de las redes y aquí hay una coincidencia plena entre nuestros entrevistados.
Asi, Ivonne Melgar señala: “por el momento no. En el país, particularmente al interior de la República, persisten las prácticas autoritarias por parte de gobiernos estatales y municipales, siempre dispuesto a acallar a sus críticos. Lo hace a través del pago de publicidad a los medios.
En ese contexto, una regulación en las redes sociales podría pervertirse y ser terreno favorable para esas prácticas autoritarias. Antes de regular, habrá que avanzar en la cultura del contrapeso a través de instancias ciudadanizadas”.
El que está en la red, dice Benito Taibo, debe conocer como son las leyes de la red, y de la tribu. “Sí tú publicas algo y lo expones al escrutinio público, debes saber a lo que te expones. Siempre existe la posibilidad de callarse para no recibir la pedrada. Estamos en un mundo nuevo con reglas nuevas. Sólo sobrevivirán aquellos que se adapten al medio, como bien lo dijo Darwin”.
Lo cierto es que por muy violento que sea el lenguaje verbal no deja de ser una expresión que debe manifestarse libremente sin vulnerar el intocado, desde 1917, artículo sexto de la Constitución Política Mexicana. En ese espacio de adultos, de líderes de opinión, de políticos, que reciben o propinan opiniones y hasta agresiones, Victoria Adato es tajante: “la libertad de expresión es conditio sine qua non para tener un país democrático”.
Pero entonces, en un espacio que se antoja tierra de nadie ¿quiénes deberían tomar en sus manos campañas de no agresión y tolerancia? La gran apuesta, dice José Luis López, es que sea una red autoregulada por los propios usuarios. Para eso necesitamos que sean más responsables, más éticos, más cívicos pero aún no se alcanza ese perfil.
Diversas asociaciones de usuarios, agrega el profesor de la UP, aún desarticuladas, se esfuerzan en la elaboración de un reglamento autoregulado a través del civismo en redes sociales. “No nos estamos inventando nada, simplemente estamos trasladando las buenas prácticas de convivencia real a lo virtual. Hace falta ponerlas, a dialogar para llegar a un bien común porque en todo el mundo hay una serie de valores universales que si nos pueden unir”.
Sobre el tema Benito Taibo habla de un proceso: La creación de un sistema de prueba-error, como el que elaboran los científicos y que tendrá que ir puliéndose con el paso del tiempo. Una campaña para mantener cierto grado de respeto en las redes tendrá que venir de todos, en conjunto. Haciendo el vacío al violento y privilegiando la tolerancia a la opinión, por más dura que sea. Siempre y cuando sea inteligente”.
Así que nada de reglamentaciones externas que vulneren libertades: La intolerancia no se combate cerrando llaves reflexiona Marín. “Por desgracia, el índice educativo nacional y la facilidad con que muchos van al descontón, al insulto, a la cerrazón, a la intolerancia, se da fácil por la falta de educación. La salida es una transformación cultural que como todo en la historia, se puede llevar generaciones.
Se requieren oportunidades, de educación, de empleo, de horizontes nuevos y sólidos para tener una vida de tolerancia, de diálogo. Por eso yo nunca le he visto algún sentido, alguna utilidad real a movimientos que se dan como el 132, no puede entusiasmarme nada que a gritos se imponga o que apague la voz del descalificado.
De no ser por el intercambio de información, de opiniones, de acuerdos, no hay manera de que se desarrolle eso que llamamos civilización y aquello de ‘podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defendería con mi vida tu derecho a decirlo’. Y así, con Voltaire concluye Marín. Evidentemente hay límites, y esos límites son no causar daños ni lesiones a un tercero con la manifestación de las ideas, opina la doctora Adato Green. “Hay que remitirnos a los valores universales, con más razón ahora porque está reconocido en la constitución el derecho internacional y los tratados internacionales que miran más que a lo regional, a lo universal, a lo que debe prevalecer y respetarse de manera universal”.
Aquí cabe una última reflexión: por supuesto que toda la gente tiene la libertad de expresarse; pero el otro que está frente a nosotros con rostro o en una pantalla, tiene el derecho a no ser calumniado. ¿Cómo podemos conciliar para que las redes sociales no sean simplemente la zona del grito que necesita ser escuchado y se pierde entre las demás vociferaciones?
No se trata de cavilar solamente sobre la tolerancia, uno de los valores que ha logrado justificar racionalmente la historia de la ética, que ha caminado paso a paso con la historia de la humanidad. Las redes sociales son el único canal que tienen los ciudadanos para expresarse directamente, no hay otro medio que le permita entablar un diálogo, ser escuchados, decirle al gobernante lo que necesitan, demandar una atención, hacer una crítica, denunciar.
De ahí la importancia de reflexionar antes de lanzar macanazos verbales, de linchar personalidades porque todos estamos expuestos, nadie sale vivo de unas redes sociales que se vuelcan en la agresividad cuando hay tres eventos determinados: elecciones o coyuntura política, partidos importantes de futbol o causas sociales como el caso de la niña Paulette.
En las democracias liberales, uno de los valores sin los que no es posible la convivencia es la tolerancia, pero no nada más porque esa palabra única implica una relación de superioridad hacia la persona “tolerada”, por lo que puede convertirse fácilmente en indiferencia, en desinterés por los demás, dejando que cada cual piense como quiera con tal de que no moleste.
El respeto activo, en cambio, es el interés por comprender a los otros y por ayudar a llevar adelante sus planes de vida. En un mundo de desiguales, sin dicho respeto es imposible que todos puedan desarrollar sus proyectos de vida, porque los más débiles rara vez estarán en condiciones de hacerlo.
El diálogo es el espacio que deben propiciar las redes, no para matar virtualmente a los otros o formar fronteras digitales, sino para entenderlo y que nos entienda, para dar lugar a una nueva civilización, para fortalecer a nuestra endeble democracia.