El que fue Nicola Tesla, y no Guillermo Marconi, el verdadero inventor de la radio, quedó establecido por la Suprema Corte de EU. desde el 21 de Junio de 1943. El que setenta años después varios lectores se puedan sorprender por este dato es igualmente sorprendente. El fallo parece una discreta reivindicación póstuma al genio de origen serbio-croata que había expirado seis meses antes acompañado solo por las palomas que había adoptado en el cuarto 3327 del hotel New Yorker. Ahí vivió sus últimos 10 años en precariedad y penumbra mientras el mundo moderno tecnificado que había surgido de sus relámpagos mentales llenos de poder inventivo lo sepultaba vivo en un alud de cables, flashes y ruido. Culminaba así un largo litigio emprendido contra el plagiario italiano quien, además de enriquecerse con las pseudo-patentes registradas mediante chicanas y trampas, obtuvo por ello el premio Nobel de Física en 1909.
La figura de Tesla aparece rodeada de misterio, controversia y seducción. Un episodio animado de Superman de los cuarenta documenta que el personaje del científico loco, alto, respingado con bigote y acento eslavo es una caricaturización del excéntrico y de alguna manera zafado si, pero no por ello menos genial, Nikola Tesla. No entraremos aquí en la biografía de quien ha sido reconocido como el padre tecnológico del siglo XX, quien por sus singularidades ha alimentado todo tipo de apologías y sospechosismos acrecentados por el hecho documentado de que a las horas de morir el FBI confiscó todos sus archivos personales. La catástrofe de Tunguska en 1908, el experimento de Filadelfia, o el inquietante proyecto HAARP de control climático han sido vinculados de una u otra forma a diseños, teorías y prototipos por él creados. Hay que decir que se trata del primer profeta de las energías alternativas y renovables a cuya honra lleva hoy como nombre la primera marca de automóviles exclusivamente eléctricos. Una de sus visiones.
Nos interesa detenernos en la efímera vida de su creatura más ambiciosa y doliente: la torre de Wardenclyffe, cuya existencia transcurre de 1901 a 1917 y que al ser destruida, se frustró no solo el primer proyecto global de telecomunicaciones concreto de la historia, sino de abastecimiento energético planetario ilimitado y gratuito. No existe la evidencia de que el enorme artefacto de 52 metros de altura, que parecía un gigantesco esqueleto de champiñón construido al norte de Long Island, hubiera cumplido de entrada el cometido de distribuir: “noticias, sonido imágenes y energía eléctrica a todo el mundo” como proclamó Tesla; pero si que representaba en esa época el paso mas firme en esa dirección, tomando en cuenta el antecedente inmediato de su victoria técnica en la guerra de las corrientes (AC vs. DC) para la primera electrificación de EU sostenida por el y Westinghouse contra Thomas A. Edison y J.P. Morgan.
Fue precisamente en lo mas candente de esta guerra comercial, hacia 1885, cuando se gestó el destino de Wardenclyffe: George Westinghouse, el inversionista del proyecto de Tesla estaba ahorcado por falta de liquidez derivada del desgastante asedio jurídico, político y económico al que lo sometía nariz-de-garapiñado Morgan; mientras Edison en su campaña sucia se dedicaba a freír en público (“westinguizar”, decía) mamíferos tales como elefantes, humanos, perros y gatos con corriente alterna para mostrar su peligrosidad.
* (Alcance cultural: la silla eléctrica es un legado edisoniano que poco se menciona al lado del fonógrafo, y la bombilla, forjado al calor de la campaña negra contra Tesla; solo que de efectos contraproducentes por que la exhibición pública del primer ejecutado en el asiento letal tuvo las dificultades técnicas de toda situación experimental y parece que hubo que desprender con espátula la barbacoa de criminal que quedó en la sala, tan rostizado como el prestigio de Edison.)
Fue, pues, en una coyuntura crítica para Westinghouse donde Tesla, con el afán de aliviar la carga económica de su patrocinador, renunció a sus regalías por un valor de 10 millones de dólares de entonces. Con poquito de la inteligencia que le sobraba para el electromagnetismo que hubiera aplicado en los negocios le hubiera dicho algo así como: mi queridisimo yorch, ahí cuando salgamos del aprieto nos ponemos a mano; pero no, al menos según el filme de Krsto Papic (ex-yugoslavia 1980) le dijo rompiendo el escrito contractual: “Tu creíste en mi cuando otros me dieron la espalda”. Acto filantrópico y generoso sin duda… y soberbio y estúpido también. Con independencia financiera hubiera realizado el proyecto de Wardenclyffe el mismo; pero como para castigarlo por ello, la historia y su negro sentido del humor le reservaban como futuro patrocinador de este proyecto nada menos que a multinarices Morgan.
¿Cómo fue que habiéndole perdonado una deuda gigantesca no fue el propio Westinghouse quien financió Wardenclyffe? Al parecer este tuvo que ceder ante Morgan buena parte de sus derechos, incluidas muchas de las patentes de Tesla, al tiempo que el poderoso banquero de aglomerada nariz, viendo a estas alturas más potencial en genio eslavo que en su socio Edison, se lo llevó a platicar en lo oscurito para invertir en algún proyecto nuevo. Seguramente esto lo alejó de Westinghouse. Tesla estaba entonces en la cúspide del prestigio. Fue cuando se le acercó un ingeniero eléctrico y empresario italiano interesado en la transmisión inalámbrica de electricidad, solicitándole asesoría y consejos. Era Marconi. Con muchas loas se abrió paso al laboratorio y diagramas de Tesla quien no se preocupó mucho por que, o bien sus inventos los tenía en la mente casi como objetos tangibles, o bien los tenía registrados en la oficina de patentes.
Desde el principio la relación con Morgan fue difícil, casi clandestina y de objetivos diferentes: uno quería energía y telecomunicaciones ilimitadas para todos los hogares del¡ mundo y al otro le interesaba lo mismo mientras supiera donde se colocaría y como funcionaría el medidor. Además, para entonces las extravagancias, declaraciones utópicas y manías personales de Tesla ponían nerviosos a Morgan y a su nariz, quienes no querían verse públicamente asociados al cuasi-transilvanico ingeniero.
Con ese frágil vínculo, con la permanente duda de J.P.M. de si estaba financiando a un loco, o invirtiendo en una mina de oro y solo con la promesa indeterminada de propiciarle ganancias millonarias a su inversionista, Tesla edificó en los albores del siglo XX el macro generador de Wardenclyffe.
A meses de estar haciendo pruebas con el reactor, acompañadas por centellas kilométricas y estruendos nunca antes oídos por la asustada población de los alrededores, se hizo público que el 12 de Diciembre de 1901, Marconi había hecho la primera transmisión interoceánica de Telegrafía Sin Hilos. Lo que no dijo es que se basó en patentes que Tesla había registrado al menos una década antes. El italiano ciertamente había patentado sus propios diseños, que no funcionaban, utilizando en sus pruebas reales los diseños de Tesla. Sobornos y triquiñuelas en el sistema internacional de patentes hicieron los demás. Inició una demanda contra Marconi que se prolongó hasta después de su muerte. Esto mermó considerablemente el entusiasmo de Morgan por el proyecto, pues mas allá de lo que creyera sobre la autoría, lo cierto es que no tenía las patentes internacionales de la radio. Dotar gratis de corriente eléctrica al mundo resultaba malo para los negocios; pero básicamente de mal gusto. Los recursos fluyeron cada vez más lento hacia Wardenclyffe hasta que Tesla se quedó solo con sus centellas prendiendo focos con las manos y asustando a los vecinos. Persistió algunos años; pero como Morgan poseía los derechos de esas patentes no pudo animar a ningún otro inversionista.
Para el entorno paranoico de la primera guerra mundial, un solitario científico chiflado austrohúngaro jugando a ser Zeus de los relámpagos con su torre fungiforme no fue tolerado por el gobierno y ordenó la destrucción del artefacto bajo el argumento de que era riesgoso para dirigibles, globos y aviones que pasaban cerca de la zona. Fue un golpe del que Tesla ya no pudo recuperarse cabalmente. Sus crisis nerviosas, manías y aislamiento se exacerbaron, aunque siguió trabajando en sus proyectos hasta su muerte.
Más allá de que, como siempre, el origen del fracaso está en cada quien, en este caso en la ingenuidad o altanería o torpeza social de Tesla; la pillería de Marconi no solo marca el origen de la radio, sino que como consecuencia indirecta detonó el aborto prematuro de un modelo de sustentabilidad energética que cien años después necesitamos mas que nunca y que ya no pudimos saber si funcionaría o no.
De haberlo hecho, pudo evitar las guerras por el petróleo del siglo, el deterioro ambiental y la acentuada desigualdad entre las naciones. La utopía tesliana de una red global de telecomunicaciones inalámbricas de libre acceso adelantaba en casi un siglo al espíritu cooperativista del open source, y el copyleft. Lo que quedaba de la empresa fundada por Marconi, después de muchos vaivenes, fusiones, fue absorbida en 1999 por el corporativo Ericsson. Morgan murió hace 100 años; su nariz: quien sabe.