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jueves 07 noviembre 2024

¿Y los abogados?

por Genaro Góngora Pimentel

¿Dónde están los defensores del sistema jurídico político que nos protege a todos?

Iniciemos esta plática con los abogados que defienden, de oficio, a quienes no pueden pagarse esa comodidad, ese lujo, que significa para los “de abajo”, “los dominados”, en fin, los pobres que se ven en líos con la justicia, que son demandados, que son acusados, por las autoridades, el poder contar con un abogado que cobra honorarios.

Alguna vez un joven abogado preguntaba: -¿Cómo es posible para cualquiera de nosotros apreciar a los carácteres que tenemos que representar?-

Sabemos que los defensores públicos no se pueden dar el lujo de escoger sus asuntos. Es común que ladronzuelos, adictos a alguna droga, lleguen a engrosar la lista de a quienes tienen que defender, lista que siempre está sobrecargada.

-Mírenlo de esta manera, sugiero-. Piensen en los recién nacidos en un hospital. Obsérvenlos en sus pequeñas camitas. ¿Cuál de esos bebés serás tú y cuál tu futuro defenso? ¿Qué pasará cuando ese pequeño sea atado y metido en algún oscuro ghetto para empezar largos años de supurar la pus de las infecciones de la pobreza? ¿Qué cicatrices lo habrán deformado? De tal manera que incluso tú, su abogado defensor sientes repulsión al verlo. ¿Qué le han hecho a él? ¿Qué te han hecho a ti?

-Probablemente sólo puedas cuidar al pequeño niño que es y lleva dentro. Es posible que odies lo que se le ha hecho-.

Detrás de todas esas caras duras, curtidas por los vicios y ojos sin miradas humanas, están personas heridas que han tenido miedo y desesperación por mucho tiempo. Si no puedes querer al individuo que como abogado defensor tienes que apoyar, posiblemente no te puedas querer a ti mismo. Lo que hacemos en el Instituto de la Defensoría Pública es algo afortunado. Solamente nosotros, solos y en lugares separados, estamos entre la tiranía y la libertad. Cuando celosamente defendemos a los de abajo, los olvidados y los condenados, ayudamos a preservar el sistema que nos protege, que a todos

nos cobija.

Yo sé que es difícil defender las garantías individuales para que sean aplicadas correctamente a quienes nos han encargado, también entiendo que el entorno policiaco quiere que se les condene y sé que muchos, muchos jueces se han vuelto insensibles y crueles.

Lo que el sistema quiere son más policías, más prisioneros, no más derechos y no más abogados desagradables que insisten en los derechos humanos de los delincuentes. Se cómo están cansados de estar continuamente atacados por quienes insisten en que no debe haber derechos humanos para los criminales, cuando ustedes quieren llevar limpiamente a sus defensos a la libertad y a la seguridad, tan difícil de encontrar en estos tiempos. Entiendo como se encuentran al ser llamados “tontos útiles” por las autoridades, y abogados incompetentes por los jueces, para quienes el sentido de la justicia se ha marchitado y endurecido en algo que parece una semilla seca de ciruela.

Quiero que entiendan, -lo digo por el joven abogado que me preguntó y que dio lugar a estas digresiones-. Que tienen una gran oportunidad de aprender y de practicar la profesión de abogados.

En las visitas que como Presidente de la Suprema

Corte de Justicia de la Nación hacía a los Circuitos de Amparo, siempre visitaba a los abogados de oficio del Instituto de Defensoría. Y, salvo excepciones, encontré entusiasmo y ánimo para luchar por la JUSTICIA, así, de esa manera, todas las letras en mayúsculas.

En Nezahualcoyotl, frente a los juzgados (había dos), estaba el edificio de la defensoría. Me conmovió ver a las personas que esperaban. Todos vestidos con prendas muy viejas. Se veía que habían sido lavadas muchas veces. Todas eran damas de edad, ¿por quién irían? El hijo, el marido. Se notaba que se habían bañado para dar su mejor aspecto.

Cada año se otorga un premio al mejor defensor de la Defensoría Pública. Uno para el abogado, otro para la abogada que mas se hubiera distinguido.

El gusto que tenían, el orgullo de sus familiares de ver premiados a sus padres que se distinguían como los más exitosos en toda la República. Si algún día ven estas notas, sepan que yo también, al felicitarlos, estaba satisfecho.

Los Defensores Públicos tienen una gran libertad, no son como los abogados litigantes que reflejan los estándares y valores de las personas que los contratan. Un hombre muy rico que conozco, enfrentado por un abogado que no le decía lo que deseaba oír, le dijo: -Su trabajo es ayudarme a hacer lo que yo quiero-.

Por otro lado, aunque ahora se esté diciendo lo contrario, México no es una nación que dispone sumariamente de su población criminal con un pelotón de fusilamiento. Si el culpable así como el inocente deben tener un juicio justo, los abogados deben defender vigorosamente los derechos de quien son acusados de ilegalidades, incluyendo aquellos que se sabe son culpables, o se supone son culpables.

No somos, a pesar de que se diga lo contrario, un país que tortura a los acusados para obtener confesiones, tampoco condonamos la brutalidad policiaca, ni permitimos que se viole la ley abriendo a patadas las puertas de las casas en busca de evidencias, a pesar de que en algunos casos, suceda. Los abogados debemos contar con un escudo de tecnicismos para protegernos nosotros y también a nuestros defensos a quienes se considera criminales. Si en algo valoramos el derecho de los mexicanos de decir a sus abogados todo, para que conozcan la verdad a fin de que defiendan a quienes están bajo su cuidado, los abogados deben guardar los secretos de los drogadictos y asesinos. Si esperamos que nuestros conciudadanos no nos juzguen, sino al contrario nos defiendan, aún cuando los casos que tenemos a nuestro cuidado sean legalmente débiles o moralmente indefendibles, debemos esperar defensores públicos que tomen los casos que les encomiendan aún cuando sepan que no pueden pasar un examen razonable o satisfacer lo que nosotros consideramos como justo. Las personas crean los asuntos que nos llegan, no los integrantes de la defensoría pública.

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