miércoles 13 noviembre 2024

Dumbo (o de cómo el doblaje mexicano salvó a Tim Burton)

por María Cristina Rosas

La industria del entretenimiento ha cambiado mucho. Hoy los grandes estudios cinematográficos están apostando por remakes o bien por películas basadas en historietas, superhéroes y demás por considerar que constituyen una “apuesta segura.” Como decía Lisa Simpson, es una manera de no tener que pagar a guionistas por crear historias: los estudios, en consecuencia, únicamente desembolsan para adaptaciones, lo cual denota cierto conformismo, mediocridad creativa y hasta cobardía, al no arriesgarse a hacer algo novedoso y diferente. Las historias “nuevas” por así decirlo, vienen de la mano de pequeños estudios o de empresas independientes, lo que las ha posicionado en el gusto del público, ávido de contenidos y propuestas distintas.

Comento esto porque Disney, que es uno de los más reputados y conocidos estudios cinematográficos a escala planetaria, en los últimos tiempos se ha dado a la tarea de hacer remakes o segundas partes o versiones animadas o en live action de historias conocidas, muchas de ellas entrañables, con resultados a veces positivos a veces no. Veamos, sólo por no dejar, algunos casos. Según la Internet Movie Database, El regreso de Mary Poppins –que en mi opinión, jamás debió regresar- costó 130 millones de dólares y se embolsó, en taquilla 349 millones de billetes verdes, la mitad de los cuales, corresponden a los mercados externos al estadunidense. Esto significa que, si Disney sólo dependiera del mercado interno, habría salido casi “tablas” porque la película reportó ventas, en el vecino país del norte, únicamente por 171. 9 millones. Otro caso es el de Alicia a través del espejo. El éxito rutilante de Alicia en el país de las maravillas (2010), que reportó un récord de ganancias superiores al billón de dólares, irremediablemente llevó a una segunda parte, aunque sin Tim Burton en la dirección. Esta secuela costó 170 millones de dólares y generó en taquilla 299. 5 millones de los que sólo 77 millones correspondieron al mercado estadunidense. Se estima que Alicia a través del espejo le representó a Disney pérdidas considerables si se considera lo gastado en publicidad y promoción. La película además estuvo nominada a la “frambuesa dorada”, galardón a lo peor del cine y la crítica especializada incluso la consideró vulgar y de mal gusto, muy alejada de los personajes planteados por Lewis Carroll.

Por supuesto que hay remakes y segundas partes que funcionan bien en taquilla: ahí está lo sucedido con la versión en live action de La bella y la bestia (2017) de Bill Condon -refrito de la película animada de 1991 del mismo nombre-, que costó entre 160 y 255 millones de dólares, pero obtuvo ganancias récord en taquilla por un billón 200 mil dólares, convirtiéndose en la película más redituable en la historia de los musicales -por cierto, Guillermo Del Toro iba a dirigirla, pero prefirió centrarse en otros proyectos, incluyendo su excelsa y multipremiada La forma del agua. Otro caso similar es el de Los increíbles II, secuela de la producción de 2004 y que, incluso, se vendió mejor que su antecesora, porque mientras que Los increíbles costó 92 millones y vendió en taquilla entradas por 633 millones, la segunda parte costó 200 millones y se embolsó un billón 243 mil dólares en todo el planeta.

 

Dicho esto y como se sugería anteriormente, no todos los remakes o segundas partes funcionan igual. Hace unos días se estrenó Dumbo, versión en live-action de la película animada de 1941 del mismo nombre. Y lo que sigue, a propósito de secuelas y remakes es avasallador: el mes próximo verá la luz, en live-action, Aladino, remake de la película de 1992, recordada por el formidable trabajo de Robin Williams como la voz del genio y la sonada disputa por las regalías que se desarrolló entre este actor y la empresa a continuación. La versión moderna de Aladino, de la mano del ex de Madonna, Guy Ritchie, tiene en el protagónico a Will Smith, lo que ha generado una encendida polémica por su aspecto y capacidad histriónica para encarnar a un personaje icónico y que irremediablemente remite al legado de Williams -de la avalancha de comentarios y críticas a Will Smith, destacan las que coinciden en que hay que dejar que Williams descanse en paz pero que lo hecho por Smith hará que aquel se revuelque en su tumba. Los promocionales de la película, si han tenido oportunidad de verlos, presentan a un Will Smith grotesco, de color azul -incluso un colega crítico de cine me cuenta que tuvo acceso a la película y que el Aladino de Will Smith semeja al personaje logo del detergente Maestro limpio, pero sodomizado. En fin, opiniones aparte, además de Aladino, el emporio Disney nos ofrecerá en lo que resta de 2019, la cuarta entrega de Toy Story; una nueva versión animada de El rey león; Maléfica: la amante del diablo -secuela de la película de 2014 donde Angelina Jolie vuelve a ser protagonista-; Frozen II -continuación de la celebrada y multipremiada película de 2013; y para 2020 tendremos la versión en live-action de Mulan, remake de la producción animada de 1998; y El libro de la selva II, secuela de la producción de 2016. Hay una larga lista de remakes y segundas -o hasta terceras y cuartas- partes en proceso de producción, que rebasarían los fines del presente ensayo, cuyo objetivo es analizar la versión en live-action de Dumbo, dirigida por Tim Burton. Así que manos a la obra.

Dumbo: los orígenes

En 1940, los estudios Disney dieron a conocer su segundo largometraje animado: Pinocchio, basado en el cuento de Carlo Collodi. Esta era la segunda aventura fílmica de los aclamados estudios, tras la icónica Blanca Nieves y los siete enanos, primera película animada en la historia. El éxito de esta última, hizo que Disney se embarcara en la creación de Pinocchio, que costó el doble que Blanca Nieves y que en taquilla, en esos azarosos años que siguieron a la gran depresión y que coincidieron con el desarrollo de la segunda guerra mundial, no recaudó ni la mitad de lo invertido. Pese a ello, en el mismo año apareció el tercer largometraje de esta casa productora: Fantasía. La película consta de ocho fragmentos animados musicalizados con piezas clásicas que interpreta, en su mayoría la orquesta filarmónica de Filadelfia. Pensada para traer de vuelta al ratón Mickey -que ahora, por cierto, celebra 90 años-, cuya popularidad había decaído ante la figura de Donald, símbolo de los estudios Disney en la lucha contra el nazismo y la defenestración de Hitler, fue una película revolucionaria al conjuntar la alta cultura y la cultura popular en una producción cinematográfica animada. Fue muy costoso realizarla y la quinta parte de su presupuesto, estimado en 2. 28 millones de dólares -de aquellos años- fue desembolsada tan sólo en el desarrollo de revolucionarias técnicas de grabación. En su estreno le pasó lo mismo que a Pinocchio: no tuvo las audiencias esperadas y la película no lograría recuperar la inversión inicial sino hasta 1969, tres años después de la muerte de Walt Disney. En mi opinión, Fantasía y El Rey León son las dos mejores películas que ha hecho la empresa en su historia y ninguna de ellas me parece destinada para un público infantil. Tengo algunas objeciones con la selección y orden de la música clásica presentada en Fantasía, pero eso es cuestión de gustos.

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En cualquier caso, hay que decir que tanto Pinocchio como Fantasía dejaron en serios aprietos económicos a Disney y que esa fue la razón por la que, en 1941, la corporación optó por desarrollar otra producción, más sencilla y menos ambiciosa, presupuestalmente hablando, que terminó siendo Dumbo, pensada para que la empresa se recuperara financieramente. El Dumbo de 1941 fue entonces, el cuarto largometraje animado en la historia de los estudios Disney y uno de los más cortos, con apenas 64 minutos de duración. La trama se basa en una historia escrita por Helen Aberson y Harold Pearl en que se narra la historia de un bebé elefante con enormes orejas que puede volar. Hijo de la elefanta Jumbo, el bebé, Jumbo Junior es rebautizado como Dumbo -derivado de la palabra “dumb” en inglés, que significa “tonto”- y es motivo de burla y escarnio o, para decirlo pronto, bullying por los demás elefantes y personas que se mofan de sus enormes orejas.

La historia de Dumbo transcurre en un circo con animales donde éstos son los protagonistas. Un ratón, Timoteo, se convierte en el mejor amigo del elefantito orejón y lo ayuda a superar la depresión que le provocan las burlas de todos los demás, al igual que la nostalgia que siente por su mamá, quien fue enviada lejos del lugar. Resulta que unos niños estaban molestando a Dumbo y mamá Jumbo se molestó y lo defendió, atacando a uno de los chicos, lo que determinó que la encerraran en una jaula y la alejaran de su bebé. Los demás elefantes despreciaban a Dumbo y este se encontraba solo y triste -como ya he comentado en otra oportunidad, Walt Disney y la empresa que creó han reiterado la ausencia de alguno de los padres de los protagonistas en sus producciones y esto lo explican los biógrafos del conocido empresario, como resultado del trauma que desarrolló, cuando, habiendo empezado a tener éxito tras el estreno de su primer largometraje animado –Blanca Nieves-, compró a su señora madre una casa en la que, de manera recurrente había fugas de gas y pese a las reparaciones efectuadas, el problema subsistió y la madre de Walt murió por esa razón. Una mirada a la filmografía de Disney revela la persistencia de esa temática -es decir, la ausencia de la madre o del padre o ambos-: piénsese en Bambi, El Rey León, Cenicienta, El zorro y el sabueso, Buscando a Nemo, etcétera.[1]

Pero regresando a Dumbo: el protagonista es adorable. Es un elefante pequeño, regordete, antropomórfico, de enormes orejas, con rasgos infantiles y porta un sombrerito amarillo. Enternece tan sólo de verlo y, por lo mismo, genera una amplia empatía con los espectadores. La expresión “tiene orejas como las de Dumbo” es empleada en el lenguaje popular para referirse a alguien, humano o no, con orejas prominentes, lo que corrobora la presencia del icónico elefante en el imaginario colectivo y en la cultura popular.

Por ser Dumbo tan entrañable para las generaciones que conocemos la producción de 1941, la noticia de que Tim Burton llevaría nuevamente la historia del icónico elefantito a la pantalla grande, esta vez en live-action, generó muchas expectativas, en especial por la calidad y el sello de las producciones de este realizador. Tristemente el Dumbo de Tim Burton es, contrario a lo esperado, un reverendo desastre.

De cómo Tim Burton echó a perder una historia entrañable

En un mundo donde lo políticamente correcto son los circos sin animales -como el Cirque du soleil-, Burton redefinió al Dumbo que conocíamos. El circo de los hermanos Medici es uno en el que, si bien hay animales, éstos, con la excepción del elefantito orejón, no son los protagonistas. Timoteo fue reemplazado por dos niños semi-huérfanos, quienes desarrollan cierta empatía con el elefantito desde su nacimiento y ante la separación de su madre.

Pero empecemos por el principio. El dueño del circo donde transcurre la historia, Max Medici (Danny DeVito), agobiado por los problemas financieros imperantes -la película está ambientada en 1919-, decidió comprar una elefanta asiática, la cual está por dar a luz. Medici apuesta a que, ya que nazca el infante, ambos atraigan a los espectadores y ayuden a mitigar la crisis que enfrenta el circo. Así, cuando nace el bebé con esa mutación manifestada en sus enormes orejas, Medici busca la manera de disfrazar al pequeño paquidermo para presentarlo al público asistente.

Los niños que acompañan a Dumbo comenzaron a jugar con él usando una pluma de ave. Accidentalmente, Dumbo la absorbió con su nariz y eso le provocó un violento estornudo que lo hizo rebotar y volar. Una vez que Burton nos muestra que el elefante puede volar, la historia entra en una debacle pasmosa a lo que contribuye uno de los peores elencos de que se tenga memoria en una película del realizador californiano. Los únicos personajes que se salvan son, justamente Dumbo -quien es adorable-, y Danny DeVito. Sin ellos no existiría ninguna razón para acudir a las salas de cine.

Es claro que Burton quiere adaptar el Dumbo de 1941 al siglo XXI si bien por momentos, los menos, se apega a la historia original. Por ejemplo, en el transcurso de una de las funciones ocurren imponderables que dejan al descubierto las enormes orejas del elefantito y el público se burla. Aunado a ello, un empleado del circo molesta a la mamá elefanta Jumbo y ésta, en aras de proteger a su bebé, provoca un accidente que termina con buena parte del circo y con la muerte del empleado agresor. En consecuencia, Medici decide devolver la elefanta a quien se la compró y quedarse con el bebé para que actúe al lado de los payasos.

Así, el bebé elefante sufre. Se le nota deprimido -seguramente no sólo porque lo alejaron de su progenitora, sino porque los adultos que lo rodean son caracteres absurdos. Burton incluyó en el elenco a Colin Farell, cuyo personaje -Holt Farrier, un vaquero que regresa de la primera guerra mundial discapacitado y que es padre de los niños que cuidan de Dumbo-, muy bien se podría omitir. Otro caso verdaderamente lamentable es el de Michael Keaton, quien en el papel del avaricioso empresario V. A. Vandevere que quiere explotar al elefantito, se ve risible y sobreactuado como el antagonista principal. Es una de las peores caracterizaciones de Keaton que haya visto -mucho peor que en Pacific Heights, lo cual ya es mucho decir. Pero quizá de lo más desafortunado haya sido la elección de la francesa Eva Green para encarnar a una trapecista del circo, Colette Marchant, que, se supone, es una mujer que empatiza con el vaquero Holt Farrier y con Dumbo, pero que no logra convencer. No me malinterpreten: Eva Green es una actriz muy interesante -recomiendo verla en la más reciente producción de Roman Polanski, Basada en hechos reales, donde se desenvuelve de manera sobresaliente haciendo comparsa con la mujer del polémico cineasta, Emmanuelle Seigner. Sin embargo, Eva Green es una actriz con líneas de expresión fuertes, lo que, para una película como Dumbo, no va. Ella podría muy bien ser Maléfica o alguna otra villana famosa, pero no la trapecista que se enternece con el elefantito.

Las cifras no me dejan mentir. Dumbo costó 170 millones de dólares y en Estados Unidos, en la semana de su estreno, no recaudó en taquilla ni siquiera la cuarta parte de lo esperado. Si bien en el pasado fin de semana fue la película más vista en México, a la fecha, las ganancias que ha reunido en cines de la Unión Americana y del mundo son por 219. 4 millones, lo que la convierte en un fiasco. Se culpa a Disney de no haberla promovido adecuadamente, como también de elegir una fecha de estreno en la que no podía atraer la atención de las audiencias como se esperaría -se comenta que debieron esperar a la pascua, que es cuando el nicho al que está dirigida dispone de más tiempo para acceder a productos de entretenimiento.

Independientemente de las razones que llevaron a que Dumbo se estrenara en el momento descrito, la película deja mucho qué desear y está muy lejos de aquellas producciones memorables de Burton que destacaron por su originalidad, su sordidez, su humor negro, su capacidad para fantasear y divertir. De manera que cuando asistí a ver Dumbo en idioma original, salí desencantada y triste de la sala de cine, pensando cómo es que Burton logró que las cosas salieran tan mal con esta producción. Pero entonces, algo me dijo que era necesario ver la película doblada a nuestro idioma. Sabía que el doblaje había sido dirigido por Ricardo Tejedo y que los actores responsables de llevarlo a cabo eran de lo mejor que existe en el país. Así que me armé de valor y decidí ver Dumbo en nuestro “español neutro.”

De cómo el doblaje mexicano salvó a Tim Burton

El doblaje de voz tiene el propósito de realizar sobre la obra audiovisual de que se trate, un cambio o reposición de idioma para facilitar la comprensión del público. La grabación de la voz se efectúa en sincronía con los labios de un/a actor/actriz o caracter de imagen o una referencia determinada, que imita lo más fielmente posible la interpretación de la voz original.

El actor/la actriz de doblaje es quien sustituye los parlamentos originales de cualquier producción audiovisual: trátese de videojuegos, series radiofónicas y de televisión, animaciones, anuncios de televisión y radio o también aquellos que se realizan en otras plataformas.

El doblaje de voz puede tener diversos propósitos, por ejemplo; que un producto televisivo o cinematográfico sea puesto en el idioma del país comprador para su difusión; la falta de fonogenia o razones similares del actor o caracter (es) en la producción original; problemas o defectos de la banda de sonido original. El doblaje es especialmente importante para débiles visuales y audiencias infantiles. También cumple una función social, cuando los niveles educativos de las audiencias dificultan acceder a producciones extranjeras y el subtitulaje impide la apreciación plena del producto audiovisual por parte del espectador -que es lo que sucede especialmente en América Latina y el Caribe, lo que explica la enorme demanda existente. Sin embargo, en países desarrollados como España, Alemania, Italia y Francia, el doblaje es una expresión del nacionalismo. Incluso, en algunos países, el doblaje permite eliminar influencias extranjeras generalmente por razones políticas y hasta de control social.[2]

Es lugar común asumir que el mejor doblaje del mundo se hace en México. Efectivamente, los/las actores/actrices de doblaje han desarrollado un trabajo de tal calidad que muchos/as de ellos/as han trascendido a los personajes que encarnan, siendo verdaderas celebridades en las naciones latinoamericanas. Los casos de Mario Castañeda, Gerardo Reyero, René García y Humberto Vélez -que, para mi gusto, son los “cuatro fantásticos” del doblaje en México-, así lo corroboran. Ellos son parte de la diplomacia pública de México, imagen del país en el exterior -muy buena imagen, hay que decirlo- y, por lo mismo, se les aprecia cuando reciben llamados y colocan sus voces a los personajes de películas, series de televisión u otros productos audiovisuales.

Desafortunadamente no siempre se convoca a la élite del doblaje en México para poner en nuestro idioma la enorme cantidad de productos audiovisuales que genera la industria del entretenimiento en el mundo. Las empresas -no toas, claro está-, sea para abaratar costos, por presiones de tiempo u otras razones, tienden a privilegiar el doblaje de personas sin experiencia, sin la formación -ni la vocación-, lo que lleva a que el resultado sea lamentable. He podido constatar el desprecio de las nuevas generaciones por el doblaje a causa de este problema. Un día, estando en el cine, comenzaron a proyectar una película doblada que se supone que tendría que hacer sido exhibida en idioma original y me sorprendí cuando una parte sustancial de la audiencia reclamó airadamente al gerente del cine por este hecho, insistiendo en que no la querían en español.

Por eso, en el caso de Dumbo, cuando llegué al cine para verlo doblado a nuestro idioma, procuré estar atenta no sólo a la película, sino a las reacciones de la audiencia. Había una buena cantidad de espectadores y en cuanto comenzó se evidenció el gran trabajo de doblaje realizado. La película empieza y termina con la voz de Humberto Vélez encarnando a Max Medici (Danny DeVito). Desde que comienza -y a diferencia de la versión en el idioma original- la película atrapa al espectador, provoca empatía, tal vez porque esa voz masculina, nítida, un poco carraspeada es tan similar a la de DeVito que seguramente así se escucharía él hablando español -o tal vez así sería Vélez hablando inglés. Max Medici es un personaje que, como se dice en el mundo del doblaje, le va bien al actor, le queda como traje de sastre a Humberto Vélez. Pero el acierto del doblaje mexicano de Dumbo no termina ahí. Al patético V. A. Vandevere (Michael Keaton), el doblaje realizado por René García le permitió aparecer creíble y menos absurdo que en el idioma original. En la postproducción también intervino Gerardo Reyero, aunque con un personaje secundario. Otros talentos de renombre como Óscar Flores, Pepe Toño Macías y el propio Ricardo Tejedo hacen que la película tenga sentido, dado que por las inflexiones, intenciones y emociones que estos profesionales del doblaje transmiten con sus voces, hacen la trama más llevadera y asimilable para las audiencias. No es la primera vez que el doblaje logra “arreglar” o mejorar las producciones originales -¿se acuerdan del doblaje de Los Simpson?

 

Así, Tim Burton tendría que estar agradecido con el doblaje mexicano, el cual adaptó una trama caótica y muy mal llevada dando sentido a lo que no lo tenía. Si bien el personaje central de la película es el icónico elefantito orejón, esta producción habría naufragado en América Latina y el Caribe porque no basta la ternura ni la tristeza que proyecta el pequeño paquidermo, puesto que fuera de algunos gruñidos, él no habla. Por eso es justo decir que el doblaje mexicano le dio a los actores de la película las voces necesarias para convencer y dar verosimilitud a una historia entrañable que, tristemente Burton casi echó a perder. La buena noticia es que Dumbo permitió exhibir lo mejor del doblaje mexicano -ante una trama incoherente, los actores de doblaje se las arreglaron para contarnos la historia que queríamos ver. Dumbo es, por tanto, una lección de estupendo doblaje para las nuevas generaciones y esa es para mi gusto, la mejor razón para ver la película.

Como comentario final me pregunto: ¿hasta dónde llegará esta idea de que todo debe ser políticamente correcto? Contar la historia de un animal de circo en un circo donde no hay animales, no tiene sentido. Por eso Dumbo se observa desubicado, despersonalizado, en un ambiente raro, rodeado de frikis. Poco faltó para que, en aras de combatir la obesidad infantil y para estar a tono con lo políticamente correcto, Burton adelgazara a Dumbo, de manera análoga a lo sucedido con el elefante emblema de Choco Krispis.

[1] Véase María Cristina Rosas (23 de mayo de 2014), “Walt Disney: entre el cielo y el infierno”, disponible en https://etcetera-noticias.com/archivo/walt-disney-entre-el-cielo-y-el-infierno/

[2] María Cristina Rosas (marzo 27, 2017), “¿Doblar o subtitular?, he ahí el dilema”, en etcétera, disponible en https://etcetera-noticias.com/revista/doblar-o-subtitular-he-ah-el-dilema/

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