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viernes 08 noviembre 2024

El caballero de la noche

por Adrián Ortiz Romero

Recuerdo cuando hace 20 años -era 1989 y yo tenía cinco años de edad-, mi mamá me llevó al estreno de Batman. En aquel entonces, yo no sabía que aquel personaje había sido creado en 1939 por Bob Kane. Ignoraba que esa era la primera cinta sobre el Murciélago que se rodaba en más de veinte años, y que ese film se convertiría -junto con el gran Tim Burton, su director- en una película de culto para los fanáticos y para la industria cinematográfica internacional.

El Batman de Burton se estrenó en una época en la que no era común el cine de súper héroes, en la que la desesperanza por el potencial triunfo del mal no era la moneda corriente en un país como México, y en la que un estreno cinematográfico se demoraba en llegar a una ciudad del interior de la República, hasta dos meses luego de haber sido estrenada en la capital del país. Era el ocaso de los años ochenta, en el que muchos -como yo- nos topamos por primera vez con un personaje que, a diferencia de casi todos los conocidos, carecía de súper poderes, pero contaba con las habilidades, valores e inteligencia suficientes para derrotar al mal en todas sus vertientes.

Así, a los cinco años, y desde entonces, yo siempre elegí ser Batman. Lo fui en los juegos de la infancia con mis primos, en las batallas inacabables de las máquinas de videojuegos, y cuando decidí forrar mi libreta de Civismo, en segundo año de secundaria, con un gran recorte del Murciélago que encontré en una revista del estanquillo. Batman, bien lo sabemos, es parte de una ficción. Es tan ficticio como pudiéramos serlo cualquiera de nosotros. Por eso, cuando pasaron los años, seguí evocando a mi héroe de la niñez. Y entonces me atrincheré para luchar civilizadamente -como muchos, miles de mexicanos silenciosos que están aquí y allá- en contra del mal, ahora denominado corrupción, impunidad, envenenamiento, simulación y engaño.

Ese fue el legado de lo que, más que una historia o una película, se convirtió en un ideal. Al volver a ver, veinte años después, el Batman de Tim Burton, puede uno darse cuenta que los efectos especiales ya no parecen tan reales, que el traje usado por Michael Keaton necesitaba muchos arreglos, y que el Guasón de 1989 -interpretado magistralmente por Jack Nicholson- es una caricatura si se le compara con cualquiera de los criminales actuales.

Sin embargo, nuestro Batman sigue intacto justamente porque los valores no cambian. En 2008, la cinta El Caballero de la Noche nos mostró a un personaje mucho más perfeccionado que se enfrenta prácticamente solo a feroces bandas criminales, a políticos timoratos y calculadores, a una policía corrupta y desmoralizada, y a un enemigo directo, el Guasón de Heath Ledger, que nunca antes había estado tan a la altura de sus más esmerados esfuerzos. Por eso, al final, Batman siempre vuelve, en medio de una clandestinidad resignada y aceptada, a la oscuridad de la noche.

Así, cuando en México abundan las noticias sobre la violenta e interminable lucha contra el crimen organizado, cuando la corrupción y la impunidad nos muestran su feo rostro, y cuando parece anidarse en nosotros el miedo y la desesperanza, nunca falta un loco, nunca, que cada noche mira fijamente al horizonte, como esperando que en cualquier momento aparezca la “batiseñal” y las cosas cambien.

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