No tengo la menor idea de la forma en que los antiguos llegaron a la conclusión de que había siete edificaciones que merecían ser catalogadas como “maravillas del mundo antiguo”. Sí en cambio, mis esfuerzos estériles por aprender sus nombres en uno de los ejercicios más ociosos que registra la historia de la didáctica pues todas ellas -en el momento de mi intervención educativa- habían desaparecido, con la honrosa excepción de las pirámides de Egipto.
La idea de elegir “lo mejor” siempre ha fascinado al hombre, son notables los esfuerzos y la energía que se han invertido en tal empresa. Algunas categorías poseen cierta nobleza y otras caen en el despeñadero de la idiotez (v. gr. Un grupo de gringos gordos como cebús compitiendo para ver quién es el que lanza más lejos una bóñiga de vaca). El caso es que los países no escapan a esta tendencia y entonces surgen comentarios como: “el himno mexicano es el más bello del mundo” o “no vas a comparar un plato de enchiladas con una porquería como el sushi”. En este contexto es que fuimos tomados por asalto recientemente ante la iniciativa de un señor que es emprendedor y se llama Bernard Weber (en su página se presenta de profesión “aventurero” lo que me deja con la duda de si es un hombre que ha sorteado ríos y escalado montañas, o simplemente es ligero de cascos). El señor Weber, siguiendo criterios misteriosos y eclécticos, decidió seleccionar 21 lugares del mundo con sus respectivas maravillas y luego, anunció que daba inicio un proceso de votación global para elegir a siete de ellas como las “nuevas maravillas del mundo”. Por supuesto el proceso tiene más huecos que una coladera y pone en desventaja a aquellos países pobremente interconectados, con menor número¡ de personas y que no lloran cuando cantan su propio himno nacional, por lo que nunca tuve la menor duda de que nuestro candidato Chichen Itzá, arrasaría. Muy bien, ello ya ocurrió y creo que poco se ha abordado el efecto mediático de este asunto que me parece simplemente extraordinario.
En la medida que se acercaba la fecha de la selección fivnal, los medios pasaron de dar una discreta cobertura a realizar una campaña abierta que si se cuantificara, costaría cientos de millones de pesos. Los noticieros iniciaron la exaltación de las glorias de nuestros antepasados, unos señores que son albañiles se pusieron a jugar al juego de pelota en cadena nacional y las cadenas de correos proselitistas empezaron a bloquear nuestras computadoras. Lo más sorprendente ante esta avalancha mediática fue la posición del gobierno mexicano que aparentemente entró en un conflicto esquizofrénico pues por un lado el INAH se apartó con cierto pudor del asunto, mientras que el Presidente y los funcionarios de turismo solicitaban el apoyo de los mexicanos para un evento que tiene la misma seriedad que las aventuras de Capulina.
Para el día señalado los medios masivos habían creado ya lo que los conocedores llaman “expectativa” aquello fue simplemente un circo en que se emplazaron reporteros en todo el mundo y señaladamente en nuestra bienamada pirámide, en el momento de la victoria el júbilo estalló y el señor Armando Manzanero se puso a cantar con todo y orquesta in situ. Lo que ha seguido es parte del mismo proceso; ya hay litigio por la propiedad lo cual por lo menos a mí me dejó estupefacto, hordas de gente, con quien sabe qué consecuencias, se han desplazado a conocer nuestra maravilla (que llevaba ahí algunos años) y los mexicanos somos felices de estar en el mismo rango que un Cristo gigantesco y una murallota china (por cierto los chinos no festejaron).
Cuando me pregunté por las razones que orientarían tamaña idea, entré en la página de Weber y observé que los souvenirs se venden como pan caliente por lo que empecé a entenderlo todo. También entendí que una cosa así jamás hubiera sido posible a ese nivel sin la ayuda de Internet y por supuesto de los medios masivos… para bien o para mal.