Desde que nacemos somos sujetos de imitación. Así aprendemos cómo vivir, desarrollarnos, evolucionar y sobrevivir.
El motor de nuestro ser y hacer es la imitación. Entonces elegimos un modelo que nos haga sentir cómodos y, de él, aprender sus conductas, lenguaje y costumbres, hasta llegar a un punto de innovación.
Gabriel Tarde (sociólogo, criminólogo y psicólogo francés) en su obra: Las Leyes de la Imitación (1890) concibió las relaciones sociales como una mente grupal basada en interacciones psicológicas. Hoy estas ideas pueden retomarse para poder entender los conflictos sociales y colectivos de nuestro mundo globalizado e hiperconectado.
Para Tarde, existían dos tipos de personas: las inventivas y las imitativas. Sus diferencias fundamentales consisten en que las primeras, realizan una imitación lógica que mediante razonamientos logran el progreso, como lo serían los que imitan la tecnología. Los segundos se comportan mediante la imitación extralógica que congrega a la gente para imitar lo bueno y lo malo, como sería el caso de la moda.
Internet se ha vuelto tan imprescindible como la propia energía eléctrica.
Las redes sociales han modificado por completo y de manera acelerada nuestra realidad, creando nuevos fenómenos sociales que alteran la arquitectura del poder, nuestra identidad, ética, intimidad, niveles jerárquicos, relaciones sociales, reputación, cultura y forma de ser, etc.
Para el filósofo coreano Byung-Chul Han, esta imitación se traduce en la búsqueda constante de lo auténtico. Ciertamente, todos buscamos ser distintos a los demás y “en esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual”, en una interminable repetición de lo mismo que no genera nada nuevo, volviéndonos sordos a los demás.
En el libro La Sociedad del Cansancio (2010) Han expone que la sociedad occidental está sufriendo un silencioso cambio de paradigma, un exceso de positividad que está conduciendo a una sociedad del cansancio.
El siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal: La depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO), son enfermedades que siguen no una dialéctica de la negatividad, sino de la positividad, llegando al exceso de esta última.
Dataísmo, la nueva religión
Dataísmo es un término que describe el pensamiento, filosofía o religión creada por el significado emergente del Big Data, la inteligencia artificial y el Internet de las cosas (IoT).
Para el catedrático israelí y ensayista Yuval Noah Harari, en su obra Homo Deus (2015), el Dataísmo es la gran religión del siglo XXI.
Su fundamento está basado en la información como el mayor de todos los bienes. Los dataístas creen que todo (incluyendo el crecimiento económico) depende de la libertad de información.
Por su lado, Han considera que los macrodatos nos convierten en números. Somos resultado de algoritmos que miden nuestra sumisión dentro de entornos digitales controlados, en donde creamos nuevos escenarios de competencia por ser diferentes al otro, sumergidos en la angustia de la imitación a lo igual, como una aparente forma de revolución que se dirige cada vez más a la represión.
En su obra La Expulsión de lo Distinto (2017), Han demuestra cómo la autenticidad crea una propensión a estar pendiente de uno mismo, a cuestionarse, vigilarse, inspeccionarse y monitorearse permanentemente, lo que termina creando una versión narcisista que no requiere la presencia del otro, ni lo reconoce; esto genera fenómenos como la adición a las selfies que es un síntoma de un amor patológico muy alejado del amor propio.
Han propone ajustar el sistema: el ebook está hecho para que yo lea, no para que me lea a mí a través de algoritmos… ¿O es que el algoritmo hará ahora al hombre?
Las enormes cantidades de información que recibimos y otorgamos todos los días nos hacen experimentar y sobrevivir a la era de la información, un periodo ligado a la conectividad y al uso de las tecnologías de la información y comunicación (TIC). Ellas, las TIC, además de traer grandes beneficios a la humanidad, han desarrollado males como la desinformación y la mala información, cuyos síntomas afectan a grupos e individuos que no tienen la capacidad de discernir entre información real y la falsa.
Una de las preguntas que más nos puede preocupar es el que si, en muy corto tiempo, la inteligencia artificial superará a la inteligencia humana, momento que ha sido definido como Singularidad Tecnológica. Ese preciso instante en la que los sistemas de información sean capaces de auto programarse, aprender más rápido que el cerebro humano y transformar nuestra vida para siempre.
Querido amigo, lector y retroalimentador, te pregunto: ¿Has pensado en la cantidad de información que compartes gratuitamente en la red y el cómo profesas el Dataísmo?