Participé en un foro llamado Transformación y Renovación de los Partidos, en la mesa “Estructura, reclutamiento (¡¡¡¿¿¿???!!!) orientación e ideología”, organizado por Futuro 21, un grupo cuyo origen fue una convocatoria del PRD para “refundar” al partido y poner su registro a las órdenes de la sociedad. Se trataba de “construir una organización política superior, una fuerza opositora relevante y una alternativa electoral y de gobierno siempre de cara a los ciudadanos”. Evidentemente, tan generoso ofrecimiento jamás se concretó: mucha resistencia hubo por parte de las tribus y de algunos de los dizque “liderazgos locales”. También fueron un obstáculo las condiciones que nuestra obsoleta legislación electoral impone a los partidos, obligándolos a preservar una serie de instituciones y prácticas anacrónicas. La modernización de nuestros partidos debería pasar, primero que nada, por efectuar una reforma a nuestras perversas leyes electorales.
Más que organizar “foros” y dar atole con el dedo, a los dirigentes perredistas les urge ponerse a trabajar, pero en serio, en un ejercicio de análisis y autocrítica para entender las causas de la enorme insatisfacción ciudadana con las instituciones de representación política e iniciar el diseño de un modelo de partido más acorde al siglo XXI. Repetí en el foro una propuesta hecha al PRD en el momento de su pretendida “refundación”:
1) Articularse como una organización democrática, ciudadana, flexible, con postulados políticos orientados hacia el liberalismo progresista y la socialdemocracia moderna, pero sin incurrir en sectarismos o dogmatismos ideológicos.
2) Definirse como “democrática” y “ciudadana” tanto por sus objetivos como por sus métodos de acción. Reconocer, con humildad, que no tienen las respuestas a todas las preguntas y, por tanto, estar siempre atentos a los reclamos, opiniones y sugerencias de los ciudadanos.
3) Dotarse de reglas de organización trasparentes, democráticas y precisas. Reconocer que una de las principales causas de la crisis de los partidos reside en que muchas veces se convierten en botín a repartirse entre los dirigentes y las corrientes que lo conforman. Debe privilegiar siempre su principal responsabilidad de representar a los ciudadanos que confían en él. Entender de manera rigurosa un axioma: un partido es un medio y no un fin en sí mismo.
4) Entender que otra de las causas de la crisis actual de representatividad de los partidos es el exceso de burocratización. Por ello, debe construir una organización ágil, eficiente y desburocratizada en la mayor medida posible.
5) Otro de los dilemas por la que los partidos atraviesan actualmente es la escasa transparencia que muchas veces se percibe en la obtención y manejo de los recursos conseguidos tanto de forma pública como privada. Deben mejorarse los mecanismos de fiscalización, ofrecerse siempre cuentas transparentes y ser muy cuidadosos en lo concerniente a las formas como se obtienen recursos de campaña.
6) Rechazar la obsoleta forma de concebir a los partidos como instituciones “jerarquizadas”. Por mucho tiempo se consideró a los partidos una especie de “ejércitos” para los cuales era imprescindible una estructura férrea y una incuestionable disciplina para salir victoriosos de la “guerra democrática”. Para sobrevivir al siglo XXI deben transformarse para dejar de ser los andamiajes rígidos y burocratizados descritos por Michels, Ostrogorski y Weber, y convertirse en organismos dinámicos y flexibles.
7) Deplorar la trivialización de la política resultado de la excesiva influencia de los medios en las campaña y denunciar la extrema personalización provocada por la antidemocrática proliferación de “caudillos” que se apropian del liderazgo político en las sociedades actuales. La degradación actual de los partidos en mucho se debe al crecimiento de la importancia de la figura personal de los candidatos en detrimento de los programas e ideologías, así como el carácter cada vez más comercial de las campañas electorales. Este problema es difícil de resolver, pero de las ideas, prácticas y formas que se aporten para revertir estas peligrosas tendencias dependerá, en buen grado, el futuro de la democracia representativa.
8) Garantizar una representación ciudadana lo más efectiva posible. Para ello urge aprovechar al máximo los medios digitales e impulsar liderazgos ciudadanos reales y sustantivos.
9) Mantener un compromiso explícito con la democracia, las libertades políticas, los derechos humanos, los derechos sociales, los derechos de propiedad, el libre comercio, el Estado de derecho, las instituciones autónomas, la equidad de género, la protección del medio ambiente, la lucha contra la discriminación, el Estado laico, la promoción de la inclusión social para todos y un régimen fiscal moderno y equitativo.
10) Defender vigorosamente el principio de que los derechos son de las personas, de los individuos, y no de los colectivos o las comunidades.
Estas son las propuestas, ciertamente muy generales, pero imprescindibles en el esfuerzo por reconstruir la credibilidad de un partido político. No bastan. El problema de la representación política no es tan fácil de resolver. Las controversias sobre el tema llegan a ser interminables y las respuestas, esquivas. El vertiginoso desarrollo de las sociedades contemporáneas dificulta las labores tradicionales partidistas: estructurar un pensamiento político colectivo, establecer cauces de diálogo, canalizar demandas ciudadanas y facilitar la participación política. Muchos nuevos electores y grupos sociales no se sienten necesariamente identificados con los partidos tradicionales, por eso prefieren opciones de la llamada “antipolítica”, optan por “el canto de las sirenas” del personalismo autoritario o, simplemente, se abstienen.
Democracias meramente formales se corrompieron y fracasaron en resolver los problemas reales y cotidianos de la gente. En la mayoría de los casos, los países donde hoy se experimenta un resurgimiento del autoritarismo fueron democracias efímeras con partidos políticos transformados en maquinarias electorales pragmáticas y bien organizadas como estructuras, pero poco identificadas con puntales filosóficos básicos y cada vez más alejados de los electores a quienes debían representar. Sistemas de partidos, en general, de baja calidad, conformados por organizaciones sin proyecto ni audacia, restringidos únicamente a la tarea de renovar élites y elencos, lo cual propició una pérdida de credibilidad en las instituciones y una devaluación generalizada de la política.