Nadie, ni en los sueños más disparatados, podría imaginar que los mexicanos estaríamos sometidos a una campaña político-ideológica tan escabrosamente prolongada.
Frente ese bombardeo interminable, pocos se han puesto a analizar cuáles son los mecanismos discursivos que se juegan cada mañana, particularmente los miércoles cuando “la señorita encargada de la sección” se ocupa atropelladamente de ponderar y descalificar –según oscuros criterios– qué es verdad, qué es mentira, quién dice cosas no verdaderas sobre el verdadero líder de única y más verdadera de todas las verdades.
Todos los días laborables, la mañanera se torna en una especie de Teofanía (manifestación sublime, una suerte de epifanía civil). Usando una misma escenografía (templete, bandera, micrófono) y poniendo en el centro a un solo personaje, la escena ha llegando a sobrepasar las tres horas de duración. Ahí se articulan a la ligera las cuestiones del gobierno y, en cambio, se ofrecen abundantes consignas panfletarias y se desparrama una serie de sin sentidos, navegando sin rumbo, aunque –eso sí– no falta la puntual en la descalificación sin medida ni piedad contra sus ya consabidos «adversarios».
Pensamiento único, sin rectificación, sin corrección, sin autocrítica posible. García Vilchis –vocera del gobierno federal– lo trata de corroborar siempre: lo que diga el presidente es verdad solo porque lo dice el presidente. Lo que el presidente dice que es falso es falso solo porque lo dice el presidente. Esto bajo un supuesto cuasi religioso: el presidente está más allá de la mentira. Por eso su palabra es, en todo momento, veraz.
A nadie se le oculta que las mañaneras son un show (por cierto, de una calidad discutible). El presidente habla y habla de lo que quiere; pero ¿eso es un ejercicio de rendición de cuentas? La mayoría de los que asisten acreditados como “periodistas” son gente pagada o condicionada por Comunicación Social de Presidencia que solo hacen “preguntas” a modo y sin el menor asomo de crítica al gobierno: sobran las evidencias al respecto. ¿Eso es un ejercicio de información? El presidente y su equipo hacen aseveraciones y casi nunca ofrecen una fuente o un dato para apoyar lo que afirman, de manera que es muy difícil discernir o discutir sobre esos puntos. ¿Es eso un ejercicio de veracidad?
Así, sin réplicas ni contrapartidas críticas, el discurso interminable del primer mandatario en las mañaneras condensa en un mismo espacio escenográfico un repertorio de mentiras, engaños y falacias, aunque a veces se le ha aderezado con una que otra información sobre la actividad del gobierno. De lunes a viernes, el presidente ha convertido esa pesadilla inimaginable en una realidad fatigosa: una voz única, como la voz que ostenta la verdad, la única verdad admisible por el gobierno. Sin embargo, hay un gran ausente: el derecho a la información.
¿Y la información?
En las mañaneras se viola el derecho a la información. Se transgrede sin recato ese derecho de toda persona a solicitar gratuitamente la información generada, administrada o en posesión de las autoridades públicas, quienes tienen la obligación de entregarla sin que la persona necesite acreditar interés alguno ni justificar su uso. Es una facultad que se correlaciona con la transparencia y la rendición de cuentas. Son derechos de la ciudadanía, son derechos de todos.
El derecho a información es un derecho que, como tal, también tiene sus limitaciones. No queda comprendida en tal derecho aquella información que afecte la intimidad de una persona, viole la seguridad nacional, se refiera a la integridad territorial, vulnere la seguridad jurídica y la defensa del Estado, la prevención del delito, la imparcialidad de los jueces, el orden público, la protección de la salud, los secretos de Estado, los secretos comerciales o industriales, los datos personales, en especial la información sensible como la religión, la preferencia sexual, el domicilio, la afinidad política, entre otros.
La autollamada 4T quiere blindar sus acciones presentes y futuras con la denominación de «seguridad nacional» para que el derecho a la información se tope con una limitación legal. Esto ocurre en el contexto cuando el periodismo crítico ofrece piezas de información sobre los negocios turbios que se hacen al amparo de las “licitaciones directas” y en la opacidad total de nombres o empresas que se enmascaran bajo denominaciones inverificables, o verificables pero de rubros imposibles de sustentar un bien o servicio al que se refieren los contratos gubernamentales.
Cuando el presidente responde que él tiene “otros datos”, la constante es que nunca los da a conocer, inclusive cuando los periodistas los solicitan de manera prudente pero constante; los solicitantes se van invariablemente con las manos vacías. Nunca habrá manera de validar qué hay realmente detrás de la frase “tengo otros datos”. Entonces, la credibilidad del presidente es la credibilidad de su palabra. Tal cosa está muy lejos de ser congruente con un régimen republicano (aunque puede funcionar en regímenes autoritarios o en las teocracias). Por consiguiente, se socava definitivamente el derecho a la información.
Obligaciones que se las pasan entre mañanera y mañanera
En contraste con el espectáculo mañanero, el gobierno está obligado a ofrecer datos lo más exacto posible. Una manera de incumplir con esta obligación es ocultar información, o darla de manera parcial y sesgada, a conveniencia del régimen; o también mediante la exageración de logros y, la mismo tiempo, minimizado los desaciertos de la acción gubernamental. Los temas de salud son, en este sentido, un doloroso efecto de la opacidad gubernamental, que se mantiene en una impunidad que en otros tiempos, sería escandalosa.
Si el verbo ‘engañar’ significa hacer creer a alguien con palabras una cosa que no es verdad. La sección mañanera de “Quién es quién…” está destinada a un mismo propósito –convertido en la retórica oficial–: los medios de comunicación y las redes sociales quieren manchar y desprestigiar al gobierno. ¿Pruebas? Decir que “no es falso, pero es una exageración”, por ejemplo.
Son los medios y las redes las que dan noticias falsas; en cambio, el gobierno es el paladín de la verdad. ¿Cuál verdad? Ahí está el detalle, sí señor.
El gobierno informa lo que quiere informar e impide que se escudriñen sus palabras. Si uno midiera la cantidad de información que se desparrama cada mañana en el púlpito gubernamental, se podría ver que son más las palabras vacías que los datos proporcionados. Según el discurso gubernamental, son los medios y las redes quienes desfiguran hechos, disfrazan errores y fingen veracidad. Como aquel viejo dicho: ¡¡Al ladrón, al ladrón!! En el gobierno todo es un ocultamiento permanente. Se trata de mostrar que el presidente y su gobierno no se equivocan nunca.
La Revista Etcétera tiene una sección en video para mostrar las no verdades de las mañaneras.
Cuando se señalan equivocaciones –caso paradigmático, la escasez de medicamentos– entonces se finge desmemoria o simplemente se da un paso adelante con la repetida frase: “ya lo estamos resolviendo” (un «ya» que no llega nunca o llega tardíamente).
Se constata, mediante el periodismo serio y crítico, que las mañaneras y el gobierno nos miente, nos engaña. Un gran simulador que disimula y desvía su entraña de corrupción.
Mentir es decir cosas que quien las dice no las cree realmente; o incluso asevera cosas que van en contra de sus convicciones. Es algo distinto a la equivocación. Una persona se equivoca cuando toma un andén del Metro en la dirección opuesta a donde quiere ir. La equivocación es involuntaria. La mentira es deliberada. De ahí el engaño. Se engaña para confundir a quien se dirige el mensaje. De modo que el engaño es una forma de manipulación. No puede haber respeto por la ciudadanía cuando se le miente para desviar la atención a otros temas. La manipulación va en contra del derecho a la información.
Así como hay axiomas de la comunicación (según la Escuela de Palo Alto), también hay axiomas del discurso del oficialismo.
Mentira estructural 1: el neoliberalismo se acabó. Mentira estructural 2: la corrupción se acabó. Mentira estructural 3: vamos bien (ante cualquier adversidad). Mentira estructural 4: no somos iguales (a los anteriores en el gobierno). Mentira estructural 5: hay un cambio de conciencia en los mexicanos.
¿Qué le pasa a la gente?
Esta es la pregunta que se formula el lingüista cognitivo Steven Pinker en su libro Racionalidad (Paidós, 2021) y ofrece una serie de hipótesis interesantes que nos ayudan a entender un poco el lado de los receptores del discurso de las mañaneras.
Según Pinker, los individuos dividimos nuestro mundo en dos zonas. Una son los objetos físicos (la puerta, el foco, la computadora, el libro…), junto con las otras personas con quienes interactuamos y las reglas que regulan las vidas en común. Lo destacable es que en torno a esa primera zona tenemos muchísimas creencias y razonamos de un modo adecuado. En esta zona, dice Pinker, «creen que existe un mundo real y que las creencias acerca de este son verdaderas o falsas. No tienen elección: esa es la una manera de tener gasolina en el coche, dinero en el banco y a los hijos vestidos y alimentados» (p. 348). Es una mentalidad realista, es decir, nuestras creencias se deben apegar lo más posible a la realidad.
Pero hay otra zona de la experiencia que va más allá del aquí y ahora, que se refiere al pasado distante, el futuro que todavía no conocemos o sobre lo microscópico (como los virus). Dice Pinker: «Las personas pueden abrigar ideas acerca de lo que sucede en estas zonas, pero no tienen manera de comprobarlas y, de todos modos, ello no marca ninguna diferencia discernible en sus vidas.» (p. 348-49)
Las creencias en estas zonas son relatos, que puede ser entretenidos, inspiradores o moralmente edificantes. «Si son literalmente “verdaderas” o “falsas” no es la pregunta adecuada. La función de tales creencias es construir una realidad social que cohesione a la tribu o secta y le confiera un propósito moral. Podemos llamarla mentalidad mitológica.»
¿Para quién pueden tener eficacia los dichos de las mañaneras? Para quienes no están decididos a corroboran lo que se asienta en ellas y mantienen por eso una mentalidad mitológica. Lo creen como si fuera un acto de fe. Y para ello habrá de existir una tribu con quien identificarse.
Y justamente de esa textura están hechas las conferencias matutinas del presidente: exigen fe y solamente fe. ¿Quién es el garante? Él mismo: el presidente. De ahí que él trate siempre de sacudirse cualquier insinuación o duda, del tipo que sea, sobre su persona. Y eso tampoco tiene que ver con un régimen republicano y democrático.
Las conferencias mañaneras son el rival exacto del esfuerzo histórico de la sociedad civil por construir instituciones reguladas mediante leyes, normas y principios como la rendición de cuentas y la transparencia. Algún día volverá el intento de restaurar la mentalidad realista. Es cuestión de empezar por dejar de creer en ilusiones y mitos. No será suficiente, pero sí necesario.