A lo largo de su permanente campaña por la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador ha planteado su visión sobre la educación pública en México. Muchos elementos polémicos se han desprendido de sus diferentes declaraciones. Hoy me parece central abordar uno en lo particular.
En diferentes momentos Andrés Manuel ha planteado eliminar los exámenes de admisión a las Universidades Públicas. Por ejemplo, el sábado 27 de agosto de 2016, en Tonalá, Jalisco, declaró:
“Cuando triunfe nuestro movimiento vamos a cancelar los exámenes de admisión, eso se va a suprimir, todos van a poder estudiar”.
Aquí AMLO, de manera intencional, mezcla dos temas que no tienen que ver entre sí y hace, como suele ser el caso, una oferta populista que, por lo demás, no puede llevar a cabo.
Los dos temas mezclados por Andrés son la universalidad de la educación, por un lado, y los exámenes de admisión a las instituciones educativas, por otro.
Sobre la primera parte diré solamente que me parece sensato, posible y necesario luchar por un país con cobertura educativa universal, en donde todo aquel que quiera estudiar tenga la posibilidad de hacerlo, desde la educación básica hasta los sistemas de posgrado y para ello se requiere invertir y reorientar el presupuesto educativo, construir infraestructura y, sobre todo, aprovechar las nuevas posibilidades que nos brinda la tecnología a través de sistemas on line y a distancia que permitan ampliar la cobertura.
Por supuesto que una propuesta así lleva a una construcción de largo plazo y no puede ser un planteamiento con fines electorales. Para tener viabilidad requiere una reingeniería total del tipo de país que queremos construir y una visión integral de la sociedad que buscamos para el futuro y el tiempo que nos tomará lograrlo, lo que seguro, no será inmediato.
Pero de allí pasamos a la segunda parte La eliminación de los exámenes de admisión.
A lo largo de siguientes intervenciones sobre el tema AMLO ha particularizado en eliminar los exámenes de admisión a las Universidades públicas.
Por supuesto que la propuesta resulta atractiva para miles de familias donde, año con año, jóvenes son excluidos de la educación pública y ven con esperanza que, de ganar aquel que lo oferta, sus hijos tengan acceso a un futuro mejor a partir de la educación. Movilidad social que, por cierto, sería de lo más saludable para la nación aunque cada día se corresponde menos con la realidad pues, por la propia forma en que está estructurada la sociedad mexicana, cada día tenemos más desempleados con título y haber estudiado ya no nos garantiza en automático una mejor calidad de vida, pero ese es tema de otro análisis. Lo real es que la propuesta genera ilusión y, probablemente votos, en amplias franjas de la población. Es decir, la nueva compra de votos que en lugar de dinero o despensas, compra con vales del banco de los sueños.
Sin embargo. Esta propuesta tiene las siguientes, y no menores, objeciones.
La primera y más importante. Es irrealizable. Es decir, una vez más, Andrés Manuel López Obrador miente al electorado. Es irreal pensar que pueda eliminarse todo mecanismo de selección para ingreso a planteles educativos por una simple y sencilla razón. Existe una imposibilidad física (por no hablar aún de la parte pedagógica) para que todos los que así lo deseen ingresen al mismo plantel.
En la medida en que los planteles educativos comenzaron a enfrentar una demanda que superaba a la oferta se necesitó encontrar un mecanismo lo más justo posible para determinar quiénes, de los muchos que así lo deseaban, son los que deban ingresar al plantel y/o institución educativa, que están demandando.
Digámoslo en términos prácticos. Aun suponiendo que se lograra el ideal de cien por ciento de cobertura educativa, no todas las instituciones, de manera natural, gozarán del mismo prestigio. Para la gente (incluso dependiendo de las carreras que quieran estudiar) no es lo mismo ingresar a la UNAM, IPN, UAM o UACM por citar algunos ejemplos de la Ciudad de México. De manera natural unas tienen mayor número de aspirantes que otras.
Después, dentro de la misma institución, tampoco es lo mismo estudiar en un campus que en otro. Por mucho que sea la misma casa de estudios es muy claro en la cantidad de aciertos requeridos que la demanda (y por tanto el interés de estudiar allí) no es lo mismo para los alumnos que estudian Derecho en Ciudad Universitaria que en la ENEP Acatlán, ambas formando parte de la UNAM.
Y finalmente, aún dentro del mismo campus, no es el mismo interés estudiar Ciencias Políticas, aún en Ciudad Universitaria de la UNAM, en el sistema escolarizado, que en el sistema abierto o en educación a distancia. También la demanda y el número de aciertos cambian tomando en consideración estas variables.
Así. Poniendo de nuevo como ejemplo la UNAM. Los planteles y carreras con sistema de mayor demanda solo admiten hoy a uno de cada diez solicitantes. Pese a ello, quienes en tiempos recientes hemos podido estudiar allí, sabemos que en cuestión pedagógica no caben más. Las aulas están saturadas. Incluso en los semestres avanzados se da una nueva competencia, que allí ya tiene que ver con los promedios, pues los alumnos escogen con qué maestros tomar las diferentes asignaturas que deben cursar pues, hasta en eso, no es lo mismo que una materia te la enseñe un académico que otro.
Así, hay salones hasta con cincuenta alumnos donde algunos incluso terminan sentados literalmente en el piso para poder tomar la cátedra de su interés.
¿Imaginas que de pronto recibieras a todos los que así lo solicitan? La matrícula se multiplicaría al menos por diez, pero seguramente sería aún más pues hoy esa tendencia de aceptación de uno de cada diez se da porque muchos ni siquiera solicitan ingreso pues saben que no alcanzarán los aciertos requeridos en el examen de admisión. Al no haber dicho examen, evidentemente serían muchísimos más los solicitantes. ¡Una locura!
Sí es inevitable que la oferta supere a la demanda (insisto, eso sería aún si hubiera cobertura educativa universal, no mezclar ambos temas), ¿de qué manera definirías quien ocuparía los lugares realmente existentes por institución educativa, carrera y plantel, en caso de no existir exámenes de ingreso? Conociendo a Andrés Manuel, en una de esas se le ocurre proponer una tómbola o el primero que logre atrapar una paloma.
Sin embargo, para cualquiera de los que hemos sido parte del sistema de educación público e incluso hemos enfrentado sus filtros de acceso, nos queda absolutamente claro que el examen de selección es la opción más justa entre todas las posibles.
Por supuesto que debemos impulsar que existan mucho más planteles educativos de primera calidad como alternativa para los jóvenes. Deberíamos también buscar que la oferta educativa se corresponda con un diseño de desarrollo nacional para no generar desempleados con título. Debemos buscar también que la estructura de la educación básica, media y media superior, sea de una gran calidad para todos, de manera que disminuyamos la brecha que existe entre quienes presentan exámenes de admisión viniendo de educación pública y los que vienen de instituciones privadas (por cierto que no ayuda mucho en ello la alianza de AMLO con Elba Esther). Buscar que exista un piso lo más parejo posible para que los exámenes de admisión sean lo más equitativos que podamos lograr. Pero eliminar los exámenes de admisión es un despropósito que, además es imposible y solo busca captar votos incautos.
Dicho lo anterior solo me queda resaltar un último elemento, no menor.
Las universidades públicas en su mayoría gozan de autonomía, la cual no es una concesión graciosa sino el producto de muy diversas luchas trascendentales para que la educación eleve su nivel sobre criterios estrictamente académicos.
Imponer a dichas instituciones la eliminación del examen de ingreso violenta de manera clara y flagrante la autonomía universitaria. Por supuesto que si consideramos que el diseño de República que plantea AMLO lleva a la profundización del presidencialismo autoritario donde todos los poderes se someten a la voluntad cuasi infalible del presidente (siempre y cuando sea Andrés) pensar en autonomía es casi de risa loca (para ellos) aunque una necesidad básica para una sociedad que no está dispuesta a perder sus conquistas ante un gobierno que pretende una concentración absoluta de poder.