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jueves 07 noviembre 2024

El humor para curar las heridas

por Alberto Gonze

 

“No me sacaron de los escombros
para ver tanta mamada”.
Leído en la Red.

Recibo un mensaje tipo “cadena”, hecho con copia de pantalla, acerca de una supuesta conversación de Whatsapp, en el que una mujer detalla su experiencia durante el terremoto de 1985 y se queja de que, a diferencia de lo ocurrido hace treinta y dos años, ahora no hay chistes ni bromas en torno a este reciente movimiento sísmico. ¡Como si no fuera suficiente humor negro que el terremoto de 2017 ocurriera el mismo día que el de 1985!

“Es que cambiamos”, fue lo primero que pensé. Ya no somos la misma sociedad de hace treinta y dos años. Pero luego, haciendo una reflexión más profunda pienso y me temo que la respuesta no está relacionada con una madurez colectiva, que la seriedad y la solemnidad actuales son parte de un fenómeno inexistente en los años ochenta: las Redes Sociales.

Durante años he escuchado aquello de que los mexicanos nos burlamos de todo, incluso de la muerte; que sólo nosotros tenemos la capacidad de reír a mandíbula batiente ante la llegada de “nuestra hora”, porque no le tenemos miedo a lo único inevitable en la vida. Con los terribles sucesos ocurridos en el país, esa supuesta costumbre lúdica y valiente, desapareció como desaparecieron nuestra confianza y seguridad cuando otro temblor nos sacudió de manera violenta y letal. Pocos y muy desafortunados comentarios “chistosos” acerca de la tragedia, aparecieron en las redes, pero ni siquiera llegaron a ser ingeniosos, trataron de ser irreverentes pero se quedaron en el intento.

Un cantante del Norte ganó notoriedad por su tweet donde escribió no estar triste por los terremotos en México. Gracias a las reacciones airadas que le confirieron demasiada importancia, fue que muchos nos enteramos de la existencia del joven. La indignación colectiva genera un interés morboso por saber de quién se habla tanto, de preguntarse o de preguntarle directamente al susodicho si su comentario era broma o era en serio, pero, como ocurre en la Red, nadie pregunta, replica, comparte, da por hecho todo automáticamente, sin leer, sin analizar, sin cuestionar, y sobre todo, sin detenerse a pensar que muchos de estos “trolls”, lo único que buscan en llamar la atención. Y lo logran.

El sentido del humor parece estar en un punto delicado. Hace unos años, un comediante fue crucificado por hacer un chiste acerca de los niños muertos en la Guardería ABC; pese a que lo dijo en un evento privado, alguien lo grabó, lo subió a la Red y vino el linchamiento. Lo inquietante es que al abrir un perfil, automáticamente nos proclamamos como censores de todo lo que no nos agrada, y por otro lado, hay quien ha sabido aprovechar la indignación para hacerse de muchos fans, ganar likes y, los más listos, hasta de obtener una remuneración económica. ¡Viva el capitalismo!

Otra comediante explica que cancela presentaciones en vivo, porque en su tierra natal, Chihuahua, la están amenazando con golpearla y asesinarla, debido a los chistes que hizo sobre sus paisanos, en un show transmitido en Netflix, hace como año y medio. Los rencores tienen buena memoria.

Fotografías / MLT

El nuevo Código Hays no permite que se hagan chistes de mujeres (no las puse en primer lugar por caballerosidad, así lo pensé), del colectivo LGBT (al que pertenezco), de indígenas, niños, gente con capacidades diferentes, extranjeros, creyentes, adultos en plenitud, vegetarianos, de catástrofes, ¡nada! Todos son temas delicados e intocables que deben abordarse con pincitas para no herir susceptibilidades; no importa que sean ingeniosos, que revelen la cruda realidad o que sean bobos, cualquier tipo de chiste ofenderá a alguien y, si tienes suerte, tendrás hordas de gente con mucho tiempo libre, atacándote y exigiendo que te disculpes. Y la culpa es nuestra: hemos volcado en las redes sociales toda nuestra persona. Gustos, pensamientos, ideas, reflexiones, todo, absolutamente todo queremos compartirlo, hasta lo que no deberíamos compartir. La vida íntima y personal ahora son públicas, están expuestas al escrutinio. ¿No tienes Twitter, Instagram o Facebook? ¿Estás escondiendo algo? Todos nos hemos vuelto figuras públicas, o pretendemos serlo, y como consecuencia, estamos expuestos a la crítica y al escarnio.

Los usuarios de redes sociales dejamos de ser mensajeros y nos volvimos el mensaje. Al momento de compartir una noticia, aunque no se añadan glosas y comentarios, enviamos más información de la que creemos a nuestros contactos. De dónde hayamos extraído una nota, les da a los demás una idea, no siempre acertada, de quiénes somos y de cómo pensamos. Muchos amigos se disculpan conmigo antes de compartir o de hacer un chiste de gays, por temor a ofenderme. ¡Me encantan los buenos chistes! Yo mismo comparto chistes y memes que me hacen reír, porque, -falsa ilusión, egocentrismo auténtico- quiero imaginar que a mis amigos también les provocará una risa franca. Pero resulta que cada cabeza es un mundo y que podemos tener muchas cosas en común con esos amigos virtuales, pero también muchas diferencias. Me incomoda más que me manden una “cadena de oración” (porque soy ateo), que un chiste de gays, encima tengo qué mandarla a ochocientas personas para evitar que me vaya mal. No, gracias.

¿Qué es correcto y apropiado? Como en la pornografía, eso depende de cada persona. Algunos protestaron en contra de las tiendas de ropa Bershka, porque sus aparadores muestran, como parte de un decorado, paredes agrietadas, en ruinas, devastadas, que irremediablemente evocan y, según esos indignados, frivolizan la tragedia de los sismos. Queda claro que quien diseñó esos aparadores, no podía imaginarse lo que ocurriría, pero que la tienda no los retirara después de los sismos, generó la idea de que estaban siendo insensibles. Cuestión de enfoques, tal vez sería más apropiado preguntarle a quienes lamentablemente perdieron sus pertenencias o un familiar, si les parece ofensivo un aparador. ¿Al menos podemos hacer un chiste de la tienda o eso también sería inapropiado?

Como cada uno de nosotros somos replicantes compulsivos de noticias y de ideas, va a costar mucho trabajo aprender a aplicar la autocensura o la prudencia. Por desgracia, nuestra rúbrica ahora es “dale like y comparte”, así como una orden, como un mandato. Lo políticamente correcto se defiende a través de sus legionarios, quienes argumentan que a través de un chiste, se siguen perpetuando estigmas y conductas violentas. Puede que tengan razón, puede que no. De lo que estoy convencido es de que necesitamos la risa para curar las heridas, sobre todo si nos reímos de nosotros mismo. Me voy a buscar El Tratado de la Risa de Laurent Joubert o mejor aún, voy a ver cómo ayudo a los damnificados, en pocas palabras: ¡Me voy a la Bershka!

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