Este texto se publicó originalmente el 24 de octubre de 2017
Cualquier día vemos en los medios cómo se viraliza una información sobre alguien que encontró un objeto muy valioso o miles de pesos y los devolvió. ¿Por qué el asombro y la batahola en las redes? Porque no es común que un ciudadano haga eso. En la mayoría de los casos se queda con lo que encontró; y no sólo con lo que se halla, incluso, principalmente cuando se forma una turba, emulando a las aves de rapiña, en tiempos de zozobra (un huracán, un sismo) saquea comercios o vehículos accidentados, como el pasado 9 de septiembre, cuando un tráiler, que trasportaba vivieres para los damnificados por el terremoto, se volcó en carretera federal Puebla-Orizaba: los vecinos se llevaron todo.
Es probable que ese mismo individuo se entere de que el político fulano robó equis millones de pesos, y hierva de indignación. Pasa igual con la conducta de artistas o personajes célebres: el ciudadano normal condena su falta de ética o inmoralidad; sin embargo, no considera delito que él o su vecino pasen por encima de normas, reglas o leyes en su entorno cotidiano.
Si observamos, con un poco de autocrítica, nos daremos cuenta que conocemos a varios empleados que roban artículos de su empresa; a otro que compró un título falso; al joven tramposo con las calificaciones; a aquel que no devuelve el cambio que le dieron de más; quien ocupa sus relaciones para entrar en la fila o para agilizar algo; quien consigue con el médico una incapacidad para justificar sus faltas en el trabajo; o a los sindicalizados, que en realidad no producen lo equivalente de lo que cobran y a los que no quieren pagar todo lo que deben en impuestos.
Todo esto se acepta socialmente, no obstante, son transgresiones a las normas, a los contratos, a los acuerdos. Pero si nos percatamos de que alguien infringe las normas, se lanzan gritos sobre los políticos, empresarios fraudulentos o artistas infieles… pero, omitimos ver y hablar de las faltas personales, de la corrupción a pequeña escala. Por eso se dice que existe una “doble moral”: se tiene una en la vida pública y otra en la vida privada, como dice el vulgo: “una moral en la iglesia y otra en la calle”.
Afirma Fernando Savater:
“si los políticos son corruptos, lo son porque nosotros dejamos que lo sean, porque fracasamos en nuestra propia tarea política que es el elegirles, sustituirles, controlarles, vigilarles”. Y, podemos agregar: porque nos identificamos con ellos, como señaló el escritor francés André Malraux, quien escribió: “los pueblos tienen gobiernos que se le parecen”; se refiere al parecido moral o espiritual.
Se odia a los políticos como si estos fueran ajenos a los humanos, no obstante, ellos también compartieron aulas con otros niños, jugaron en los equipos juveniles, asistieron a los templos religiosos igual que muchos creyentes; estudiaron en universidades como miles más. Es decir, son como muchos otros ciudadanos, sólo que, privilegiados cuando ostentan el poder.
Es notable que entre los diez países con ciudadanos más íntegros sean los que tienen mejor nivel de educación: Finlandia, Dinamarca, Suecia, Holanda, Noruega y Suiza, entre ellos.
Son muchos los analistas que señalan que la corrupción comienza en el hogar y que el individuo debe asumir su responsabilidad, comenzando por transformarse a sí mismo. Pero los padres no pueden enseñar lo que no han aprendido, lo que no han visto. En esos países citados, es material importante en la educación la responsabilidad de transmitir a sus jóvenes los valores cívicos, democráticos y plurales. En Grecia existe una materia obligatoria en los dos últimos años de la primaria y en toda secundaria: “Educación para la Ciudadanía”; “tiene como objetivo formar a los alumnos como ciudadanos respetuosos y responsables”, según la embajada de ese país en Madrid. (El País. 17 de septiembre de 2007).
Lo mismo ocurre en otros países como en Finlandia, Suecia, Polonia o Bulgaria, con diferentes nombres se inculca en la niñez esos valores. El reportaje también dice que en En Noruega, país donde no existe separación entre Iglesia y Estado se imparte “una asignatura obligatoria para todos los escolares: Cristianismo, religión y ética, en la que se explican todas la religiones y posturas éticas ‘sin hacer proselitismo’, explica un portavoz”.
En la educación de nuestro país no se pone énfasis en la ética. La mayoría de ciudadanos adquiere su cultura de los medios; de ahí su manera de vestir, de hablar, de percibir el mundo, sus valores… Por consiguiente es muy importante contar con un periodismo ético. Pero tampoco en los planes de estudio de las carreras de Periodismo o Ciencias de la Comunicación brilla por su presencia la materia de ética periodística. Por ello, señalan Jay Black y Robert Steele:
“Se mira con lupa la actuación de los periodistas, pero no se hace lo mismo con los profesores y administradores de los centros dedicados a la enseñanza del periodismo” (citado por Carlos Soria en El laberinto informativo: una salida ética).
Asimismo, los directores o editores de los medios no le dan importancia a la capacitación de sus periodistas en esa área tan cardinal para lograr una excelencia. Ni las organizaciones de periodistas son críticas ante la falta de profesionalización, pareciera que siguen esa absurda “máxima” de “perro no come perro”. También se desdeña al lector, escucha o televidente, pues la mayoría de medios no cuenta con un defensor de las audiencias.
De cualquier forma, aunque se obligara al periodista a aprenderse los más completos códigos éticos o manuales de estilo, esos contenidos no se verán reflejados en su actividad si él no está dispuesto a hacerlo. De ahí la opinión del maestro Alejandro Llano:
“Es preciso advertir, en primer lugar, que la ética, como la vida, es una. No cabe separar la ética profesional de la ética personal, ni la ética social de la ética individual, ni la moral pública de la moral privada. Sucede, además, que los hábitos éticos no se pueden inculcar por la simple exposición de unos calores por atractivos o actuales que resulten […]. La ética se puede aprender, pero propiamente no se puede enseñar. Pertenece a ese tipo de realidades que, según la terminología de Wittgenstein, se pueden mostrar pero no se pueden decir”.
Para Fernando Savater, ser ético no significa ser original ni extravagante, sino consiste en examinar los motivos por los que actuamos y analizar si deberíamos cambiar nuestro proceder. “La ética no nos interesa porque nos entregue un código o un conjunto de leyes que baste aprender y cumplir para ser buenos y quedarnos descansados con nosotros mismos”. Savater recurre una escena de la película de los Monthy Python:
“Moisés baja del Sinaí con tres tablas de la ley en los brazos, se detiene ante su pueblo y les habla: «Aquí os traigo los quince mandamientos… », entonces se le resbala una de las tablas, cae al suelo y se rompe, ya ahora les dice: «Bueno, los diez mandamientos». Pues la ética no va de a aprenderse diez ni quince mandamientos, ni uno o dos códigos de buena conducta. La ética es la práctica de reflexionar sobre lo que vamos a hacer y los motivos por lo que vamos a hacerlo”. (Ética de Urgencia).
El periodista Carlos Soria, quien también es director del Departamento de Ética y Derecho de la Información de la Universidad de Navarra expone las razones por las que el periodista debe ser ético; primero, su pasión por el periodismo: “La conexión entre ética y pasión periodística es estrecha. Quien sepa más del periodismo estará más cerca de la ética y de entender más qué es este. Por lo tanto, una información bien hecha será siempre ética y, por ende, buena”.
La segunda razón, indica, es la libertad, porque sin ella no hay ética; es la única manera en que el derecho y la ética pueden ejercerse. Y la tercera razón tiene que ver con la verdad de las cosas. “La verdad está en el centro de la información y de la ética; hay una conexión entre estos tres componentes”.
En su libro citado, Soria apunta unas sugerencias para enseñar y aprender ética (sintetizamos):
• Sólo se puede saber sobre Ética de la Información sabiendo información. La ética de la información no se elabora desde la arrogancia de una pretendida superioridad, que tiene la última y definitiva palabra sobre el sentido de la información.
• Sólo se puede saber de Información sabiendo, entre otras cosas, de Ética de la Información. Toda información que realmente lo sea, será una información ética. Y toda información de probada eticidad es, por definición, una verdadera y propia información.
• La Ética de la Información es poder responder a estas tres preguntas: qué es, por qué es y para qué es la información. Responder a estas preguntas, o lo que es igual, situarse en el plano donde nace la ética, tiene hasta consecuencias físicas. Una es que los estudiantes, profesores y periodistas no pueden instalarse ni en trincheras ni en pozos de tirador, si quieren saber de ética.
• Profesión y Ética son la misma cosa. La profesionalidad, el conocimiento del oficio y su ejercicio competente, son la Ética de la Información. Trabajar mal. Trabajar poco. Trabajar sin la calidad y las técnicas exigibles constituyen el primer ataque a la información. Constituyen el primer ataque a la Ética.
• Humanizar la Información, humanizar la Ética. El periodismo ligth, manso, insulso, sin valor añadido, alimentado de ruedas de prensa estrambóticas o surrealistas, gabinetes de imagen, oficinas de relaciones públicas, pseudoacontecimientos, versiones oficiales, periodismo de rebaño, exclusivas amañadas, docudramas, culebrones hechos a la medida de la tibieza de la redacción, ese periodismo ligth es responsable de convertir la vida en un medio informativo […].
Humanizar la información, humanizar la Ética, es sacar todas las consecuencias posibles al fin de la información: toda la información, todas las informaciones, tienen razón de existir si piensan en los hombres concretos, si buscan hacer beneficio al mayor número de hombres concretos.
• Equivocarse es imprescindible para aprender Ética. La técnica periodística es necesaria pero no suficiente. Las reglas técnicas —el arte de informar— son en sí reglas éticas. Pero la ética es algo más que la técnica. “La técnica sin alma —dirá (Antoni María) Piqué es un repertorio de trucos de timador“.
Henry Schulte sostiene —y yo comparto su opinión— que hay veces, a lo largo de la vida de un periodista “en que no hay más remedio que hacer daño a alguien a propósito, pero jamás debe perjudicarse a nadie inconscientemente”. Es una forma rápida de plantear el problema de los fines y los medios en la información, de la ética y de la técnica informativa.
Piensa (David) Isaacs que si algún periodista no hubiese traspasado en alguna ocasión los criterios éticos, “debería ser canonizado antes de que fuera demasiado tarde”.
La Ética no es una vacuna que cierra las posibilidades de equivocarse. Es la luz, mortecina o brillante, para encontrar la salida del laberinto o para descartar una y otra vez los senderos sin salida.