Los treinta años del CEU: Yo no hice la huelga

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Texto del semanario edición no. 194, lo abrimos de manera temporal dada su relevancia periodística.

Tuvieron que pasar diez años para que pudiera escribir la confesión del título de este texto sin sentirme culpable. No obstante no ha pasado suficiente tiempo como para que no sienta la necesidad de explicarme ante quien todavía esté interesado en este tema.

Por ahí de agosto de 1984 vendí mi batería, una Premium dorada parecida a la que usaba Pink Floyd en la época de Umagumma. Dejé la Facultad de Ingeniería de la UNAM después de haber terminado los dos primeros semestres. Con el dinero y unos ahorritos me fui a a Burdeos siguiendo a una chava con el falaz pretexto de que iba a estudiar en una universidad francesa. La relación fue un desastre así como mis estudios de matemáticas y ciencias básicas, pero la experiencia valió definitivamente la pena. Varias devaluaciones y un año más tarde estaba de regreso en el aeropuerto Benito Juárez. No recuerdo muy bien qué pasó entre mi regreso y el estallido de la huelga. Durante mi ausencia había aparecido un periódico al que no lograba acostumbrarme, La Jornada, y el unomásuno estaba definitivamente muy distinto de como lo recordaba. Me puse a leer intensamente el Excélsior para tratar de descifrar lo que estaba pasando. Muchas cosas habían cambiado y yo tardé bastante en volverme a aclimatar. Regresé a la UNAM, que a pesar de sus deficiencias era una universidad de verdad donde se trataba a los alumnos como adultos, no como en la universidad de Bordeaux donde la prof de matemáticas nos revisaba el cuaderno una vez por semana.

Estaba eufórico de estar de vuelta. Hasta que un primer día de clases descubrimos aquellas ingenuas reformas de Carpizo y su elogio bobalicón a la excelencia. Se trataba de un discurso retrógrada que estaba muy a tono con la pseudofilosofía de superación personal y administración hacia el éxito que se inyecta en algunas áreas de la ingeniería. Afortunadamente la mayoría de los universitarios no siguieron mi ejemplo. Yo estaba descubriendo a Cioran, a Kolakowski y (no me da pena admitirlo) a Kundera. Me había aficionado peligrosamente a Sade y a Kafka, además de que en Francia había rolado con unos amigos del partido trosko Lutte ouvriere quienes en vez de convencerme a unirme a su militancia me ayudaron a desarrollar mi escepticismo y a dudar de sus dogmas, así como del credo estalinista que predicaba mi padre a la hora de la comida.

En un estado de plena esquizofrenia voté en favor de la huelga pero me fui a mi casa a reflexionar o simplemente me fui porque no tenía amigos entre las filas del entonces incipiente CEU y no tenía ganas de pasar la noche haciendo guardia y tomando atole envuelto en una cobija en medio de desconocidos. En Ingeniería el chantaje por parte de los maestros para participar en clases extramuros era intenso, caí en la trampa y fui una vez. Eso me sigue avergonzando en grande. Cuando regresamos a clases me integré, primero tímidamente y luego de lleno al CEU y más específicamente a lo que correspondía a la facción de la correinte en mi facultad. Quizá soy el único militante del CEU (¿histórico?) que fue elimido antes de llegar a las urnas de las elecciones para el consejo de la facultad y para el Consejo Universitario. Mi doble derrota fue especialmente bochornosa, ya que en las dos ocasiones costó mucho trabajo convencer a los compañeros del CEU para que nominaran a alguien que ni siquiera había estado en la huelga.

Los treinta años del CEU: Yo no hice la huelga

Naief Yehya

26 de octubre 2016

13:11

El CEU fue otra oportunidad de cambiarlo todo que terminó en varios reventones inolvidables y un igual número de crudas. Aun hoy me maravillan las violentas peroratas de Imanol, los razonamientos devastadores Imaz y la inteligencia con que se dirigió el movimiento estudiantil desde el cubículo Marilyn. No obstante, creo que el CEU tan sólo logró retrasar un triste proceso inevitable de transformación de la universidad que tiene su mejor síntoma en el enrejamiento de CU.

No exagero al decir que en lo personal el CEU me cambió la vida. No sólo conocí ahí a la mayoría de mis actuales amigos (con quienes aún juego futbol, razón suficiente para que la experiencia valiera la pena) y aun par de ex novias, sino que también ahí entendí que no me interesaba trabajar como ingeniero el resto de mi vida. Debo al CEU la elección del periodismo como modo de vida y diez años después sigo siendo feliz de haber tomado este camino. Por eso no tengo duda de afirmar que lo volvería a hacer, pero tampoco esta vez sé si participaría en la huelga con todas esas noches de atoles tibios, bancas frías de cemento y cobijas apestosas.


Naief Yehya participó en el CEU de ingeniería después de la huelga. Actualmente es periodista y colabora en numerosos medios. También es autor de varios libros, entre ellos, La verdad de la vida en Marte.

 

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