Hace ya un tiempo
que lo vengo buscando;
sé que acecha por detrás
de rostros familiares
y esculturas de ébano,
pero cuando creo haberlo
desenmascarado,
se esconde detrás de
un nuevo rostro apenas familiar;
a veces, cuando creo que
he podido hablar con él,
huye,
sin mostrar su figura,
dejándome con el
constante vacío en el pecho,
pues no sé
con quién hablo cuando duermo,
que se marcha,
cuando estoy a punto
de hablar con Morfeo;
de mirarme al espejo.