sábado 04 mayo 2024

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por etcétera

El ministro británico de Asuntos Digitales, Cultura, Medios y Deporte, Oliver Dowden (42 años) es uno de esos políticos que nunca brilla con luz propia pero se vuelve indispensable para poner orden en la gestión del día a día. Los anteriores primeros ministros conservadores, David Cameron y Theresa May, echaron mano de este “tonto útil con cara de patata” -así le han llegado a describir sus detractores más feroces, como el crítico de medios, Mic Wright- para preparar cada miércoles sus sesiones de control ante el Parlamento. Boris Johnson le puso al frente de un ministerio que, por definición, es punta de lanza en la “guerra cultural” contra la izquierda. Y Dowden elige bien sus batallas. La última ha decidido plantarla contra Netflix, y su cuarta temporada de la serie The Crown.

“Se trata de una obra de ficción con una producción maravillosa, pero como cualquier otro contenido televisivo, Netflix debería dejar muy claro desde el principio que se trata de eso, de una ficción”, ha dicho el ministro en el Sunday Mail, el tabloide conservador que, más allá del resto de medios, ha emprendido su particular cruzada contra la serie. El periódico exige un health warning (una advertencia del riesgo para la salud que puede suponer cualquier producto) antes de cada uno de los diez capítulos que componen la nueva temporada.

Dowden no ha ido tan lejos con su reclamación, pero ha expresado la misma inquietud ante el posible perjuicio que la historia-ficción de la Casa de Windsor puede provocar en las cabezas de una joven generación de británicos. “Si no se incorpora esa advertencia, temo que toda una generación de espectadores que no vivieron estos eventos puedan confundir los hechos con la ficción”, ha dicho Dowden, que ha anunciado su intención de reclamar por escrito a Netflix que introduzca la advertencia.

Es indudable que el guionista de la serie, Peter Morgan, toma partido, en su representación de la historia reciente británica, por las dos versiones que más se han asentado en la memoria colectiva. Lady Di fue una pobre muchacha que se creyó un cuento de hadas y acabó siendo víctima de un marido y una familia política que la despreciaban. Margaret Thatcher era una política conservadora fanática, terca y acomplejada que sembró la división y el odio en el Reino Unido.

El problema de convertir la historia en ficción reside en que, cuanto más cercana es esa historia, menos espacio tiene la licencia artística y más chirrían las inexactitudes o falsedades. Y Morgan, quien ya ha admitido que en ocasiones ha tenido que “renunciar a la exactitud, pero nunca a la verdad”, se ha encontrado con una legión de críticos -historiadores, políticos y voces anónimas del entorno del Príncipe Carlos- que han arremetido contra sus excesos. Por una razón simple y demoledora: 29 millones de británicos se han descargado ya la serie, y eso supone 600.000 más que el número total de telespectadores que presenció en directo la “boda del siglo” de Carlos y Diana en 1981.

“Los espectadores no deben albergar duda alguna de que lo que están viendo es una invención dramatizada realizada por personas de la izquierda a los que, de hecho, ni les gusta la institución monárquica ni la familia que pretenden retratar”, ha sentenciado en su editorial The Daily Mail. Lo llamativo es que Morgan fue condecorado hace cuatro años con Orden del Imperio Británico, y que fue precisamente el Príncipe de Gales quien prendió en su solapa la distinción. “No es fácil ser guionista, ¿no?”, ha contado el autor lo que le dijo entonces Carlos de Inglaterra. “Suelo pensar que lo más importante nunca es lo que cuentas, sino lo que dejas de contar”, le comentó el heredero de la Corona británica.

Y, sin embargo, en este caso han sido los ornamentos incluidos para dar fuerza a la historia, como los gritos de Carlos a Diana en un despliegue de abuso psicológico, las largas y diarias conversaciones telefónicas del príncipe con su entonces amante, Camilla Parker-Bowles, o la petición de Margaret Thatcher a la Reina de que disolviera el Parlamento para evitar que los diputados conservadores forzaran la dimisión de la primera ministra -una petición constitucionalmente impensable- las que se han vuelto en contra de Morgan.

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