Hace 50 años las calles de la Ciudad de México vieron cómo corría la sangre derramada de jóvenes estudiantes. Masacrados, asesinados a manos de un grupo paramilitar que se había conformado en los sótanos de los cuerpos de seguridad: Los Halcones. El entonces presidente respondió que intereses oscuros eran los responsables. El presidente jamás aceptó alguna responsabilidad. Con toda frialdad, como era su habitual comportamiento, Luis Echeverría Alvarez (LEA) convirtió a Alfonso Martínez Domínguez en el chivo expiatorio. El entonces Regente fue defenestrado y el gobierno se comprometió a realizar una investigación –“a fondo”– de los hechos. ¿Culpables? Nadie. Solo el despido de Martínez Domínguez. El presidente siguió su vida tan seguro de que la atención había sido desviada. Le apostó al olvido. No fue así. (Durante la brutal agresión, los Halcones golpeaban a diestra y siniestra gritando: “Viva LEA, hijos de la chingada”, como se narró en el periódico Excélsior del día siguiente.)
Antes que Echeverría, el presidente Gustavo Díaz Ordaz había culpado a los jóvenes estudiantes del funesto, doloroso y triste resultado de la matanza del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Díaz Ordaz exponía con cinismo –aunque con gesto iracundo– que fueron los jóvenes quienes “obligaron” a que el Ejército actuara en “defensa de la patria”. En su Informe de gobierno al año siguiente, Díaz Ordaz asumió toda la responsabilidad de la masacre de 1968, convencido de que había detenido un “complot” internacional en contra de México. ¿Culpables? Nadie. Solo un presidente que creyó que la Historia lo absolvería. No fue así.
50 años después de la represión brutal del “Halconazo”, el gobierno actual y el presidente López Obrador tienen la misma actitud de vileza de sus antecesores. El Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades morales (Jorge Vigil, Alianza Editorial, 1999) señala: Vileza, “el calificativo que envuelve el mayor desprecio, pues implica maldad junto con alguna de sus agravantes de cobardía, falsedad, servilismo, ingratitud o cualquier otra que signifique falta de nobleza. Es sinónimo de infamia o conducta despreciable”.
¿La Historia me absolverá?
Diaz Ordaz creyó que a él le correspondía la “salvación” de un país que estaba en riesgo de caer en las “garras” del comunismo. Pero sobre todo pensó en él y desde su muy particular visión utilizó al Ejército para reprimir y privar de la vida a esos mártires de Tlatelolco.
Siempre hubo dudas acerca de la participación de Echeverría en la masacre del 68 (él fue el secretario de Gobernación de Díaz Ordaz). Sin embargo, se deslindó de su antecesor y empezó una campaña de conciliación con los jóvenes (se dieron estímulos económicos a la juventud a través del INJUVE, se crearon el Colegio de Ciencias y Humanidades, el Colegio de Bachilleres, la Universidad Autónoma Metropolitana) y hubo un acercamiento con grupos de intelectuales, al grado de que Fernando Benitez sentenció la frase: “Con Echeverría o el fascismo”.
El presidente quería liderar la pretensión de algunos países por consolidar el Tercer Mundo (incluso creó una universidad sobre esa temática). Inauguró la frase de que la economía del país se dirigía desde “Los Pinos” (es decir, él decidía para dónde, cuanto y cómo se usaban los recursos públicos). Era un país donde se alardeaba que vivíamos en una “democracia dirigida”. La dictadura casi perfecta, como la rebautizó Mario Vargas Llosa.
El que fue un disciplinado y discreto secretario de Estado, se transformó en un orador inagotable. Un hablante oceánico, sería el mejor adjetivo para describirlo. Hablaba, hablaba y hablaba en mesas de trabajo, con su gabinete, en mitines. Usaba guayaberas casi como uniforme y comía la “dieta” del pueblo. Tenía un toque populista, sin duda. No dejaba de hablar, sin descanso, sin respiro. Muchos de los que lo acompañaban en reuniones de trabajo se preguntaban “a qué hora va este señor al baño”.
Pese a todo, Echeverría fue un presidente despiadado, ingrato y falso. Sus colaboradores lo supieron y padecieron. Quiso pasar a la Historia como un gran líder. Pero solo pensó en él. Es un hecho que llevó al país a la debacle económica. La deuda creció sin límites porque el presidente usaban el presupuesto en función de sus variables apetencias del día. Creaba fideicomisos como quien lanza semillas en un campo. El colapso sobrevino y la devaluación golpeó duramente a los mexicanos. Al llegar el tiempo de la sucesión presidencial, su candidato fue José López Portillo, quien llegó solo, sin contrincantes, a las elecciones de 1976. Nadie quiso hacerle el juego, salvo el PRI.
EL PEZ POR LA BOCA…
López Obrador forjó sus ideas durante la vigencia de esos regímenes. Nació y vivió bajo las banderas del PRI, en unas épocas donde el presidencialismo era la razón misma del Estado. Rompió con el Revolucionario Institucional cuando el partido no lo quiso postular para la gubernatura de Tabasco. Pero ideológicamente siguió adherido a las ideas del partido que le dio empleo. Su personalidad se tornó bajo principios de un cristianismo primitivo, que conoció a través del poeta Carlos Pellicer, lector del libro de León Tolstoi, El reino de Dios está en vosotros. En esa obra se desarrolla la idea de una sociedad ideal, donde el autor se dice guiado por la interpretación que extrae de las enseñanzas de Cristo. Y con Echeverría abrevó de las palabras –no tanto las ideas– del general Lázaro Cárdenas. De ahí viene la invocación –solo la invocación– de la palabra “pueblo”.
El PRI se fue resquebrajando, desde la elección de 1988. El ingeniero Cárdenas fue entonces candidato a la presidencia. López Obrador, molesto con el PRI, se volcó a las filas y banderas del PRD. Allí encontró a sus compañeros, afines al presidencialismo fuerte. Creció dentro del PRD y utilizó al partido como si fuera una empresa a su disposición. Su manera de vivir fue “pagada” por los militantes. Sin embargo, López Obrador jamás mostró un gesto de solidaridad con sus compañeros de partido. Amenazaba, levantaba la voz, insultaba. Como lo hace hoy en Palacio Nacional. Se ha publicado que la palabra que más escuchan sus colaboradores en los salones donde se desarrollan reuniones es: ¡Cállate!
Hay vileza en López Obrador cuando se muestra insensible ante el drama de los feminicidios y acusa a las mujeres que se movilizan como “manipuladas”. Hay vileza en López Obrador cuando le da la espalda a los padres de los niños con cáncer y que exigen sus medicinas; también los acusa de estar al servicio de sus adversarios. Hay vileza en López Obrador cuando se mofa de los asesinatos dolosos que rebasan el número de muertos de una guerra convencional. Hay vileza en López Obrador cuando minimiza los muertos por COVID-19. Pero la más reciente habrá de marcar el sello de su gobierno. Ante los fallecidos en la Línea dorada del Metro, López Obrador lanzó su despectivo “¡¡¡Al carajo!!”, cuando le preguntaron si se reuniría con las víctimas de la tragedia.
Uno se pregunta qué pasa por la mente y los sentimientos de aquellas madres que buscan a sus hijas o hijos desaparecidos y no encuentran ni siguiera el consuelo en las autoridades de un gobierno cuyo presidente se nombra a sí mismo como “Humanista”. No parece creíble que las mujeres que han sido muchas veces humilladas por el macho de Palacio y que lo acusaron de mantener el Pacto Patriarcal, hayan votado por Morena en la reciente elección (el estado de Guerrero entra en el terreno de lo inexplicable). Quizá las anarquistas (que no creen en el gobierno) hayan optado por la abstención de su voto. Pero le hacen el juego al gobierno con esa actitud.
Lo que más cuesta trabajo es entender que los habitantes de la Alcaldía de Tláhuac hayan sucumbido a las necesidades económicas o al miedo, y hayan otorgado su voto a este gobierno que no solo les da la espalda sino se burla de ellos al decir que quieren “seguir con la transformación”, pese al colapso que vivieron y resintieron por la Línea 12. No creo que exista un solo poblador de Tláhuac que sepa qué es la Cuarta Transformación. Y no solo ellos, no existe una persona que nos pueda dar cuenta de qué es esa entelequia, más allá del nombre o de la referencia a López Obrador.
Diaz Ordaz es un personaje grotesco y criminal de nuestra historia. Echeverría es un personaje tristemente demoledor y un criminal. Francisco Martín Moreno ha calificado a López Obrador como un presidente cruel.
¿Qué hay en las almas de todos aquellos que no quieren ver más que el futuro inmediato y no aceptan que el país ha sido llevado a una polarización que solo conviene a los políticos en el gobierno? ¿Han perdido capacidad crítica? Nadie diría que se trata de una toma de posición política, o ética. No la hay, o la menos no se conoce.
Cierto, hoy no sabemos nada de los responsables de la masacre del 10 de junio de 1971. Tal parece que no sabremos nada de los responsables de la tragedia de la línea 12 del Metro. La memoria nos enluta. El afán de justicia permanece.