El “águila azteca” ha caído más, es una “distinción” que está más devaluada: acaba de recibirla el señor que gobierna Cuba sin democracia. Digo no que empezó a volar mal sino que vuela peor, porque desde hace décadas la han recibido algunos personajes indefendibles, como Rafael Leónidas Trujillo, dictador dominicano (por su valor literario y también por contrariar sanamente a AMLO lea La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa), y Jared Kushner, yerno de Donald Trump (un junior menos que mediocre, falto de todo mérito en todo ámbito público). Como tenía que ocurrir donde la mayoría no entiende ni qué es el fascismo ni qué es el comunismo, reverdeció la trillada acusación de comunismo: “pues claro que el comunista condecora al comunista”, “eso pasa por su comunismo”, etc. Lo que convertiría a Miguel de la Madrid en comunista: el primer presidente neoliberal le dio el “águila azteca” a Fidel Castro…
Precisamente de esas contradicciones quiero hablar. No es una defensa de López Obrador –decir que no es comunista no es defenderlo sino criticarlo sin decir tonterías-, es una visita a la complejidad histórica que en México siempre se ignora. Visitemos a José López Portillo, nuestro presidente de 1976 a 1982.
Ese personaje ilustra vívidamente mi punto. Estaba lejos de ser un tonto pero terminó completamente descompuesto, personal y políticamente, todo lo cual puede verse en su libro Mis tiempos (Fernández editores, 1988, 2 tomos), y lo más importante para el argumento: no fue un presidente de izquierda. En sus interesantes y útiles memorias va de posar como hombre modesto de izquierda a defender su vida de lujo buscando pretextos y eufemismos, de implicar falsamente que en México había exceso de libertad social a reivindicar cínicamente su libertad particular para ejercer el nepotismo –hizo subsecretario de su gobierno a su propio hijo-, de reconocer que los países escandinavos son los mejores a defender las Revoluciones latinoamericanas o, lo que es igual, de aceptar la superioridad de resultados de una izquierda reformista a jugar a la izquierda revolucionaria, y mucho más. Fue un hombre y político tragado por la frivolidad, se convirtió en un ejemplo de corrupción y como presidente ni logró ni intentó revertir la desigualdad socioeconómica del país. Y este gobernante superficial e ineficaz, perdido en un espejismo petrolero mediado por su propia psicología y por la cultura priista –presidencialismo que se impone y corrupción que aceita-, este presidente ni más ni menos, también apoyó la Revolución sandinista de Nicaragua y la guerrilla salvadoreña. Léase, concisamente: no era de izquierda gobernando México y apoyó a un tipo de izquierdas duras fuera de México. Por su apoyo que incluía “muchos millones de dólares con lo que (sic) los hemos ayudado”, como confesó López Portillo en la página 1196, los revolucionarios nicaragüenses le dieron la máxima condecoración que tenían, la “Medalla César Augusto Sandino”. Otra vez: unos izquierdistas condecoraron a alguien que no lo era, pero que los apoyó sin ser su compañero ideológico.
¿No fue su compañero por la “nacionalización” bancaria? Nacionalización suena a bueno pero en realidad es estatización, la cual puede funcionar de muchas maneras, y López Portillo la hizo hasta el final de su sexenio, desesperadamente, tras sus propios errores y no resolvió ningún problema duradero. No fue una decisión producto de un programa de izquierda. Incluso, en 1980, unos años antes de la “nacionalización”, López Portillo se opuso a la sindicalización de los trabajadores bancarios. ¿No aceptaba siquiera que los bancos privados tuvieran sindicatos pero era de izquierda? En fin, el tristemente célebre Jolopo no fue un presidente izquierdista, salvo en discursos y “arranques” fragmentarios, que primero por motivos políticos no quería sindicatos en bancos y después por motivos políticos quiso estatizar los bancos –y si quiere leer más sobre nacionalizaciones y conceptos asociados, lea esto.
Pero eso no es todo lo que se puede decir con López Portillo. Una de las máximas condecoraciones de la Cuba castrista es la “Orden Martí”, que el dictador comunista Castro dio en 1980 al presidente no comunista López Portillo. Lo que llenó de tanto orgullo (a veces sincero, a veces mecánico) a los obradoristas es lo que recibió de la Cuba idealizada un corruptazo de la realidad priista: la “orden” con la que condecoraron a López Obrador es la misma con la que condecoraron a López Portillo. ¿Es necesario e inevitable ser de izquierda para ser premiado por la dictadura cubana? No. Ahí está López Portillo. Tampoco es necesario e inevitable ser de izquierda para premiar al dictador cubano. Ahí está De la Madrid. ¿Por qué condecoró Fidel al Jolopo? Regresemos a las memorias de López Portillo:
“Recibí recado de Fidel Castro. Nos vende 400,000 toneladas de azúcar. Es congruente con nuestra posición de ayuda”. Es una nota hecha por el ex presidente mexicano el 1 de febrero de 1980 y publicada en la página 927 de su libro. Ese “nos vende” significa “me pide comprarle”. ¿Por qué se lo pide? No sólo por la necesidad financiera cubana sino por el acuerdo histórico de ayuda entre el régimen autoritario del PRI y el régimen dictatorial cubano. Ayuda política y diplomática, sobre todo, pero también económica o material. Ayuda por interés duro, no por izquierdismo, por conveniencias múltiples, no por simples ideologizaciones.
Otra cita de evidencia: “Me escribió Fidel Castro pidiéndome depositara en su Banco Central, dólares para salir de un compromiso de fin de año. Todo parece indicar que la economía cubana está por los suelos. Trataré de ayudarlo de algún modo, pese a la situación en que estamos”. Es una nota del 21 de diciembre de 1981, publicada por López Portillo en su página 1134. En ella quizá se haya colado auténtica simpatía personal pero principalmente refiere la forma que en el sexenio lopezportillista tomó el acuerdo PRI-Castro. Recuérdese que en ese sexenio se creyó, dentro y fuera de México, que la riqueza petrolera sería enorme, estable y duradera, lo que hizo que López Portillo viera su poder con ojos diferentes y que otros, como el dictador de Cuba, también lo vieran a él con ojos diferentes. Asimismo, hay que recordar que faltaban años para la caída del muro de Berlín y que no estaba en el interés del presidente mexicano fortalecer a la izquierda, la oposición de izquierda, empujando a los cubanos hacia ella. López Portillo quedó atravesado por sus cálculos pragmáticos (proPRI), su megalomanía (evidente si se leen con cuidado sus memorias) y las contradicciones resultantes. Así, en México aceptó legalizar al Partido Comunista, no por ser él comunista sino para distender la situación política nacional, comprarle algo de legitimidad u oxígeno al dominio priista y desincentivar y deslegitimar más a la guerrilla, al mismo tiempo que daba apoyo a la guerrilla que tomó el poder en Nicaragua y a la que intentó tomarlo en El Salvador. Cuando se reunía con los dirigentes del recientemente legalizado Partido Comunista de México, López Portillo les reprochaba recurrir a huelgas, pero a la Revolución de Nicaragua la elogiaba; a los jóvenes que aceptaban las reglas del juego priista –un juego relativamente pacífico pero no democrático- los llamaba “evolucionados” (p. 748), lo que implica que todo guerrillero sería “involucionado”, pero a los guerrilleros salvadoreños no los llamaba así.
Eran reales y son evidentes las incongruencias lopezportillistas; no tenía consistencia ideológica, era un político con demasiada autoestima y demasiado poder, propenso al escape retórico, que vio en el escenario internacional eso: un escenario, un lugar para el cual y desde el cual parecer creíblemente lo que en México no era por circunstancia, interés y decisión. Desde luego, además, todo tenía dos límites finales, Estados Unidos y el estado financiero: así que cuando Ronald Reagan le dijo a López Portillo que no vendría a la Cumbre de Cancún si venía Castro, Fidel se quedó en su isla, como se quedó sin el apoyo monetario que quería cuando el espejismo petrolero se disipó; en 1979 López Portillo veía “el pleno potencial petrolero de México”, “la autodeterminación financiera”, que “con base en el petróleo, consolidaríamos nuestra independencia económica y política” (p. 798), pero en 1982 todo eso era nada, por lo que en julio de ese año las notas presidenciales se transformaron (p.1220): “Cuba me pide coloque en su Banco Central 200 millones de dólares que no tengo. Quiere petróleo para venderlo y no creo que podamos hacer nada”…
¿Más casos para el argumento? Ya he acentuado los de López Mateos y Carlos Salinas de Gortari. Podemos agregar el de Fernando Gutiérrez Barrios. Si, según Fidel, Jorge Castañeda fue un dandy guerrillero, Gutiérrez Barrios pasó de hijo de paletero a dandy pero dandy amigo de guerrilleros cubanos y enemigo de guerrilleros mexicanos. Enemigo priista de guerrilleros y de la izquierda no guerrillera también –y si quiere aprender sobre Gutiérrez Barrios evite leer a Fabrizio Mejía Madrid.
Conclusión: parte de las críticas a las condecoraciones intercambiadas por López Obrador y Díaz-Canel simplifican la política e ignoran la historia. Son una consecuencia más de la izquierdofobia total, tan trasnochada como la defensa de la dictadura cubana, y de esa obsesión por identificar a AMLO con el comunismo, una obsesión tan ignorante como ridícula que, no se dan cuenta los obsesos, gusta y sirve psicopolíticamente a López Obrador. Con lo que son el Estado y el gobierno cubanos basta para criticar que Canel reciba condecoraciones; no se necesita tergiversar ni mentir. La “Orden Martí” en manos de AMLO y el “águila azteca” en manos de Díaz-Canel significan el apoyo pragmático y coyuntural entre dos autoritarios, uno de autoritarismo de izquierda que fracasó y otro de autoritarismo priista que está fracasando. El apoyo se cubre con retórica y las condecoraciones en sí no tienen valor objetivo alguno.