Joe Biden tiene ante sí el imperativo de tomar una decisión histórica: declinar su candidatura para la reelección debido a su edad. Los próximos días serán cruciales en su lucha por demostrar ser todavía apto para ejercer tan elevada responsabilidad, pero tal cosa no parece factible. Insiste en mantenerse en la competencia porque, asegura, él es el único demócrata capaz de vencer a Trump. Pero lamentablemente eso es falso. Las encuestas otorgan al protervo expresidente una ventaja cada vez mayor. Las presiones para que Biden se vaya crecen a diario, pero el poder es algo difícil de abandonar. “Hay un atractivo fatal en el poder, el cual penetra en la sangre de un hombre tal como se sabe que lo hacen el juego y la codicia”, escribió en alguna ocasión el ex primer ministro británico Arthur Balfour, quien por aferrarse al cargo sufrió una humillante derrota en las elecciones generales británicas de 1906.
Quienes han estudiado el fenómeno de la megalomanía en los líderes políticos, como es el caso de David Owen en su libro En el Poder y en la Enfermedad, saben que el poder puede distorsionar la visión de la realidad de los gobernantes, incluso haciéndoles creer que “de alguna manera” no está sujeto a las reglas básicas de la biología. Pero si bien el poder es un fantástico hechizo, no es imposible romper con él. Algunos estadistas han sabido cuando retirarse de forma voluntaria, sensata y elegante. Recuérdese, por ejemplo, a De Gaulle o, no hace mucho, a Merkel. En el caso con concreto de la presidencia estadounidense dos presidentes relativamente recientes, Harry Truman y Lyndon Johnson, supieron cuándo había llegado el momento de la retirada. Muy bien Biden puede aprender una valiosa lección. Truman, del Partido Demócrata al igual que el actual presidente, fue el último jefe de Estado que podría haberse postulado para tantos mandatos como hubiera querido porque la 22ª Enmienda, la cual estableció el límite a los mandatos actualmente vigente, se aplicaba solo a los presidentes posteriores a él. Llegó a la presidencia tras la muerte de Franklin Roosevelt (era su vicepresidente) y logró reelegirse en 1948. Hacía el final de su mandato, en 1952, decía estar harto de ejercer la presidencia e incluso declaró: “Ocho años como presidente es suficiente. Cuando olvidemos los ejemplos de Washington y Jefferson, quienes hubiesen podido eternizarse en el cargo, entonces comenzaremos el camino hacia la dictadura y la ruina.”
Pero más que estar inspirado en los preclaros ejemplos de los “padres fundadores” lo que más influyó en la retirada Truman era su ingente impopularidad (apenas del 22 por ciento en su punto más bajo) y, sobre todo, su derrota en las elecciones primarias de Nueva Hampshire ante Estes Kefauver, senador por Tennessee quien se hizo famoso por su reputación como cruzado contra el crimen y la corrupción. La diferencia en estos comicios entre el presidente y su retador fue de 10.5 puntos porcentuales y es hasta la fecha la única ocasión que un presidente en ejercicio de cualquiera de los dos partidos ha perdido la muy emblemática primaria de New Hampshire. Era marzo de 1952. Truman no dilató en anunciar su renuncia a buscar la reelección. Los demócratas celebraron entonces una convención abierta más tarde ese mismo año y finalmente eligieron a Adlai Stevenson, entonces gobernador de Illinois, para ser su candidato presidencial. Perdió por amplio margen con el republicano Eisenhower.
En el tumultuoso año de 1968 el entonces presidente Lyndon Johnson también decidió abandonar sus anhelos reeleccionistas. Su administración estaba inmersa en la desastrosa guerra de Vietnam y ello le restaba constantemente popularidad y apoyos políticos internos. Cuando comenzó la temporada de primarias del Partido Demócrata -como era tradicional, en Nueva Hampshire- enfrentaba a serios rivales y se dio cuenta de que su camino hacia la reelección sería escabroso. El Partido Demócrata estaba dividido. Se esperaba que Johnson ganara la nominación con facilidad (como suele suceder con todos los presidentes en busca de reelección) a pesar de sus bajos índices de aprobación tras la famosa la “Ofensiva del Tet”, efectuada en Vietnam por el Vietcong en enero de 1968. Sin embargo, surgió un decidido candidato antiguerra, Eugene McCarthy (senador de Minnesota), quien en Nueva Hampshire estuvo a punto de derrotar al presidente. También se hizo inminente el ingreso de Robert F. Kennedy a la contienda. Por eso Johnson dio un giro y anunció “Con los hijos de Estados Unidos en los campos muy lejos, con el futuro de Estados Unidos bajo desafío aquí mismo en casa, con nuestras esperanzas y las esperanzas del mundo de paz en juego todos los días, no creo que deba dedicar una hora o un día de mi tiempo a ninguna causa partidista personal.” El partido nominó a su vicepresidente, Hubert Humphrey, como candidato solo para ser derrotado ese noviembre por Richard Nixon.
Es cierto, ni Johnson ni Truman fueron heroicos, pero sí pragmáticos. Ambos tenían índices de aprobación por los suelos y su reelección era improbable. A fin de cuentas, supieron cuándo hacerse a un lado y que pareciera una actitud notable y digno de elogio. Incluso ambos tuvieron un repunte en la valoración pública ya como expresidentes. Desdeñar a la oficina más poderosa del mundo -y evitar se ignominiosamente expulsados de ella- fue en sí mismo (o aparentó ser) una admirable muestra de humildad y un acto de “hay más en la vida que la política”. Obviamente, a todo gobernante le preocupa el tema de su “legado”. Biden teme que un triunfo de Trump seguramente lo arruinará, esté en la boleta electoral o no. Pero si Trump derrota a Biden será claro para todo el mundo que el presagio estaba claramente escrito para quien quisiera entenderlo y que Biden puso a la democracia estadounidense en manos de un aspirante a autócrata simplemente por orgullo y vanidad.