Si estuviste contra la reforma judicial de AMLO, es lógico y justificado que no votes en la elección judicial el 1 de junio. Ésta es un componente fundamental de aquélla. Si aún estás contra la reforma judicial, no puedes votar en la elección judicial sin contradecirte. Incluso si anulas tu voto.
Lo único congruente a plenitud es no votar. Y aún más democrático es no votar y fomentar la abstención. ¿Abstenerse siempre, cuando sea, donde sea, por lo que sea? No, es obvio; se está hablando claramente de la elección judicial en el México pseudodemocrático de AMLO. Boicotear su elección judicial es un boicot antiautoritario. Un cortesano simulador como Poncho Gutiérrez no puede entenderlo bien, ni le conviene entenderlo todo –su posición es la propaganda.
Otra mala posición es la de Luis Carlos Ugalde. Es absurda. En entrevista con Azucena Uresti, dijo que no hay ni una razón válida democrática para tener elección “popular” de jueces pero que irá a votar. En otras palabras, Ugalde validará lo que es inválido. Validará de hecho lo que no valida en principio. Absurdo.
Coincido con Marco Levario. Llamo a no votar. Desarrollo mi argumento para fundamentar el boicot.
La reforma judicial –insisto, reforma de AMLO- no es un producto de la democracia. Su abc autoritario es este: a) fue aprobada con mayoría legislativa desproporcionada y robada; b) su meta es la subordinación partidista del poder judicial; c) la elección judicial es uno de los medios de la reforma para subordinar a dicho poder y, por lo mismo, usarlo como espacio para repartir y acomodar más posiciones políticas dentro de la coalición obradorista. “Buena” parte –la mayor y la peor- del poder judicial se transformará en ala informal de una coalición política oficial ampliada. Las elecciones judiciales no mejorarán ni democratizarán nada. No serán elecciones democráticas. Serán elecciones partidistas.
¿No todas las elecciones democráticas son partidistas? No. Las elecciones democráticas son precisamente democráticas. Incluyen generalmente partidos como incluyen (o requieren) otros ingredientes. No es lo mismo partidista que democrático: lo partidista puede ser democrático o no, y las elecciones democráticas son elecciones con partidos pero también con libertad, equidad y competitividad, triángulo que implica información suficiente para el votante potencial, opciones auténticas para elegir y no manipulaciones decisivas del proceso electoral por parte de los gobernantes. Así, ni las elecciones democráticas son en ese sentido partidistas ni todas las elecciones partidistas son democráticas. Por eso las elecciones priistas, entre 1946 y 1996, no fueron democráticas. Las próximas elecciones judiciales tampoco lo serán, porque son y serán de un partido, Morena, y por extensión de sus aliados. Serán elecciones autoritarias. Elecciones obradorizadas en su organización, en la oferta de fondo y en su resultado general: organizadas por un INE que ya no es lo que era (Ugalde, por cierto, dijo equivocadamente que Taddei era buena noticia para el INE), sin ciudadanos que cuenten los votos, con una mayoría de candidatos dispuestos a complacer o no enfrentar al oficialismo, quienes casi seguramente serán los próximos operadores judiciales.
No hay razón democrática verdadera para votar en esas elecciones. Ni siquiera para anular el voto. Tu voto ya está anulado para la democracia desde la reforma misma, por su diseño y funcionamiento. No tienes que ir a anularlo a la casilla. De hecho, no debes ir a la casilla, para nada, si eres demócrata y congruente. La razón democrática está, en este caso y por sus circunstancias, del lado de la no participación. Y no sólo se justifica no participar sino también llamar a no votar. Es un llamado a no prestarse a una farsa, a no ser otro votante Ponchito, a no cometer el error de Ugalde, a no validar lo que no es democráticamente válido.
Participar votando, así como no criticar el proceso, es legitimar la reforma judicial de AMLO, más los previsibles resultados obradoristas. Legitimar esos resultados y esa reforma es legitimar la transición al autoritarismo. Un régimen autoritario puede incluir elecciones; o, puesto de otra forma, no por el simple hecho de que haya elecciones hay democracia. Así que reiteramos lo que el pomponero Gutiérrez no entiende: si hay democracia necesariamente hay elecciones, pero no cualquier tipo de elecciones sino elecciones no controladas por y para un partido/gobierno; en consecuencia, si hay elecciones no necesariamente hay democracia. Este es el caso de la elección judicial, parte del autoritarismo electoral en (re)construcción. La democracia no se reduce al caPRIcho de la voluntad de una mayoría partidista electoral del momento, que no necesariamente es la mayoría social de mediano plazo.
El dilema ciudadano es uno, uno solo, y es claro: votar o no votar el 1 de junio: legitimar lo ilegítimo o no legitimarlo. ¿Debe legitimarse una elección autoritaria por partidista? No se necesita repetir la respuesta… Incluso si es de esperarse una gran abstención, debe insistirse en el deber democrático y antiautoritario de no votar en esta elección. Es el deber de no ser cómplices.
Dicho en un solo centro, puede y debe haber boicot democrático, sin violencia ni ilegalidad siquiera: no votar, llamar racionalmente a no votar, promover pública y colectivamente el abstencionismo, causar la mayor abstención posible –aún más grande de lo que sabemos que será-, no hacerle el juego al obradorismo, reivindicar la idea democrática contra la simulación autoritaria, que también se expresa en la elección judicial obradorista.

