Del 22 al 24 de agosto pasado se llevó a cabo la 15ª Cumbre de líderes de los países BRICS (Brasil, Rusia, India, RP China y Sudáfrica) en Johannesburgo. La reunión, inicialmente atrajo la atención por la ausencia de uno de los líderes más prominentes del grupo, el presidente ruso Vladímir Putin, sobre quien, como es sabido, pesa una orden de arresto de la Corte Penal Internacional por el secuestro de niños ucranianos a lo largo de la contienda con Ucrania que inició el 22 de febrero de 2022. Dado que Sudáfrica reconoce la jurisdicción de la Corte Penal Internacional en lo que toca a crímenes de lesa humanidad, de haber asistido Putin, el gobierno sudafricano tendría que haberlo arrestado.
En los BRICS, claramente los países que más pesan son, Rusia y, ciertamente la República Popular China (RP China), cuya desaceleración económica en cierta forma genera oportunidades para el despunte de otro “ladrillo”: India, quien ha hecho gala de sus capacidades espaciales, ahí donde otros -como los propios rusos- han fracasado.
Así, la ausencia física de Putin -quien, de todos modos, se conectó vía remota para hacer acto de presencia en la reunión- rápidamente pasó a un segundo plano de importancia no sólo ante los importantes logros espaciales de Nueva Delhi, sino, ciertamente, de cara al anuncio de que el grupo BRICS, al que muchos daban por desahuciado criticando todo de él -sus membresía, su escasa importancia en el mundo de hoy, las divergencias entre sus miembros, la escasa interdependencia económica entre sus agremiados, su “complicidad” hacia Rusia de cara a la contienda contra Ucrania, etcétera- ahora se ampliará a seis países más a partir del 1 de enero de 2024, a saber: Arabia Saudita, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. Este menú de los nuevos BRICS -aun no se sabe si el acrónimo se mantendrá o cambiará- revela un franco desafío sobre todo de la República Popular China hacia Estados Unidos. A los seis países recién incorporados, se suman otros 14 que no está de más mencionar, quieren integrarse, a saber: Argelia, Bahréin, Bangladesh, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Honduras, Kazajstán, Kuwait, Palestina, Senegal, Tailandia, Venezuela y Vietnam. Todas estas solicitudes, por cierto, han sido formuladas en el presente año.
A primera vista, y sobre todo a los ojos de Occidente, pareciera como si los nuevos miembros y los suspirantes estuvieran creando una suerte de club anti-Estados Unidos. En cierta forma así es, pero no a la usanza ni del Pacto de Varsovia ni tampoco del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) de la época de la guerra fría. La presencia del países de la península arábiga en el grupo BRICS, claramente denota el declive de la influencia estadunidense en Medio Oriente y la intención de actores regionales como Arabia Saudita e Irán, de asentarse como polos de poder -de hecho ambos se han enfrentado en la guerra proxy que se desarrolla en Yemen.
Los seis nuevos BRICS más los 14 suspirantes, reflejan la intención de la RP China de dar vigor a su nueva ruta de la seda, en espacios geopolíticos que acotan a Estados Unidos -léase Etiopía, en el cuerno de África; Argentina en el cono sur; Egipto, cuya rivalidad con Israel es legendaria: y ni qué decir de Palestina, Senegal -cercano a Liberia, el único enclave colonial de Estados Unidos- y de países latinoamericanos como Cuba y Venezuela -a quienes Washington condena continuamente- sin dejar de lado a Bielorrusia y Kazajstán –hinterland de Rusia.
Lo que parecía una simple reunión de países que se hermanaron a causa de una propuesta financiera de Jim O’Neill y Goldman Sachs allá por 2001, no sólo ha tomado forma, sino que se perfila como un bloque que, bajo la égida china, restará márgenes de maniobra a Washington. Ese 2001, por cierto, está cargado de un gran simbolismo. No sólo fue el arranque del siglo XXI, sino que también fue cuando la RP China se adhirió a la Organización Mundial del Comercio (OMC), y también cuando Estados Unidos fue víctima de los ataques terroristas del 11 de septiembre que lo mostraron desvalido e incapaz de velar por su propia seguridad a los ojos del mundo.
Desde entonces para acá, Estados Unidos ha ido en picada a la par del ascenso de la RP China y, siguiendo a Fareed Zakaria, “de los demás”, esto es, de economías emergentes como India, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos. Brasil, etcétera que “van por más” y quieren aprovechar los vacíos de poder que va dejando Washington en su “retirada.”
El vecino país del norte, a través del uso sistemático de sanciones -mismas que es relativamente sencillo aplicar, pero muy difícil desmantelar- parece víctima de sus decisiones. Los países sancionados por Washington incluyen no sólo a la belicosa Rusia, o a Cuba, sino a la propia RP China, lo que abona a la desdolarización del mundo. JP Morgan coincide en que tanto las sanciones estadunidenses como las tensiones emanadas de las altas tasas de interés, están conduciendo a que la divisa de EEUU pierda presencia, no sólo en transacciones sino también en las reservas internacionales de los países, donde ha caído a un mínimo histórico del 58 por ciento. Si bien el dólar sigue predominando, hoy se recurre a otras divisas como el yuan, que cada vez se usa más en el comercio entre la RP China y algunos miembros actuales o futuros de los BRICS como Brasil, Arabia Saudita, etcétera. Las reservas mundiales de oro también se han incrementado.
Para el Fondo Monetario Internacional (FMI), la desdolarización tiene una larga trayectoria y es un proceso entendible e inevitable, si bien, no concluirá de inmediato. Lo que sí resulta interesante es que, en la estrategia de Beijing, cuyo yuan ocupa apenas el 2. 7 por ciento de las transacciones Swift a nivel mundial frente al todavía dominante dólar con un 43 por ciento y el euro con un 32 por ciento, que poco a poco se va insertando como forma de pago en el mundo. Las sanciones contra Rusia han obligado a los socios de Moscú a usar el rublo como divisa, en tanto Irán, en una situación semejante, ha analizado con el gobierno de Putin la emisión de una criptomoneda respaldada por el oro. India, al ser receptor de una parte significativa del comercio de hidrocarburos que Rusia solía tener con los europeos, ha logrado que parte del comercio con el país eslavo se realice en rupias.
A lo anterior hay que sumar un debate de hace ya tiempo entre Argentina y Brasil para echar a andar una moneda común. Tampoco se pierda de viste el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, creado en 2014 con sede en Shanghái, RP China, y cuya presidenta es Dilma Rousseff la ex mandataria brasileña. El banco tiene una membresía que incluye a Bangladesh, Brasil, RP China, Egipto, India, Rusia, Sudáfrica, Emiratos Árabes Unidos y Uruguay. Las acciones del banco se distribuyen de manera equitativa entre los cinco BRICS originales a razón de un 20 por ciento para cada uno.
Si bien el banco no ha sido usado para respaldar a Rusia frente a las sanciones que le aplica Occidente de cara a su operación militar especial en Ucrania, su enfoque encaminado a financiar proyectos de infraestructura y de energías limpias en los países miembros, no puede dejarse de lado. En momentos en que las instituciones financieras y crediticias internacionales de Bretton Woods se mantienen en el ojo de la tormenta debido a lo que se considera una contribución insuficiente a la estabilidad y el crecimiento de la economía global en el escenario post pandémico y ante otras tantas turbulencias, el banco de los BRICS tiene el potencial de erigirse en una opción de la mano de la bonanza de India y el respaldo de la RP China -ni que decir de la pujanza financiera que le proveerán Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. En este sentido, a los BRICS hay que mirarlos no sólo desde el prisma ideológico de un grupo liderado por algunos miembros a los que se percibe autocráticos -como Xi Jinping y Putin. Después de todo ni Siria ni Corea del Norte figuran entre los aspirantes a integrarse a los BRICS. En este, el grupo se perfila como un esquema que se va abriendo paso ante el declive estadunidense y que aprovecha y se sirve de la desdolarización de la economía global.