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lunes 14 octubre 2024

“Cincuenta payasos a escena”

por Marco Levario Turcott

En el circo Orrín, el director de orquesta era un hombre de múltiples talentos. No sólo dirigía la orquesta con maestría sino que también había creado un número sensacional: “La Celebración del Presidente”. En este espectáculo, 50 payasos vestidos de colores vibrantes y con maquillaje exagerado, actuaban en honor al líder del país.

El número comenzaba con una fanfarria triunfal, mientras los payasos entraban en escena, algunos llorando de emoción al pronunciar el nombre del presidente, como El pirata y el Bigotito Molécula. Otros reían histéricamente, burlándose de sus adversarios políticos, incluso El gordo Serrano tenía un número para eso. Además, un grupo se arrastraba como focas mientras otros saltaban como monos, coreando el nombre del presidente.

El clímax del número llegaba cuando El bebé Delgado, un payaso gigante, con una máscara del presidente, aparecía en escena, y los demás payasos se postraban a sus pies, agradecidos por su liderazgo. El público aplaudía entusiasmado, y el el director de orquesta sonreía, satisfecho con el éxito de su creación.

Sin embargo, después del espectáculo, la atmósfera cambiaba. Los payasos se desmaquillaban revelando rostros cansados y tristes. Se quitaban los zancos, los globos del trasero y las pelucas, y se convertían en gusanos. Así enfilaron al comedor. Ya no había luces ni fanfarrias. Acomodados en fila, algunos todavía con rimel y pestañas postizas, recibían su pedacito de fruta podrida junto a un pedazo de pan, aunque los mejor portados, hay que ser rigurossmente precisos, disfrutaban de ración doble. “Por lo menos nos dan esto de comer”, dijo El gordo Serrano rompiendo el silencio, “antes, en otros circos, los payasos recibían chorizo”. Entonces se escuchó una risa generalizada. Todos sabían que Serrano los divertía a aunque no quisiera. Había nacido con el don de hacer el ridículo.

De pronto, el payaso Sevilla comenzó a reír cada vez más fuerte para sorpresa de todos. Quiso contener una carcajada pero ésta brotó aún más estentorea. La risa se había convertido en hipidos incontrolables. Sevilla se dobló hacia adelante, con las manos en las rodillas, su rostro se puso rojo como tomate. Los otros payasos rieron aún más al verlo. Sevilla comenzó a toser y a jadear, comenzó a emitir un sonido ahogado y desesperado. Los payasos guardaron silencio. El director de orquesta se acercó corriendo y lo amarró con un mecate ancho mientras el payaso se ahogaba en su propia risa y su cuerpo se sacudía por convulsiones. Todos estaban en shock cuando vieron alejarse al payaso en una ambulancia.

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