Luego del informe que debía dar a conocer las medidas para enfrentar la actual coyuntura, en sus dos crisis –de salud y económica–, lo que en realidad sucedió fue el anuncio de la radicalización del lopezobradorismo. Queda claro que para el presidente sólo existen sus votantes y su proyecto, sin que los demás podamos ser considerados como parte de un país al que le urge conducción desde el ejecutivo federal en un momento decisivo de su historia.
Como anillo al dedo
Lo primero que hay que hacer notar, es que se trató de un informe para su público, para esos 30 millones de votantes que tanto se presumen en redes sociales como respuesta a cualquier crítica que se le hace al presidente.
Muchos de los logros dados a conocer, tienen como destinatario ese elector que le dio el voto en 2018. Mencionar la corrupción y reafirmar que se eliminó la reforma educativa o que se impulsa el uso de maíz tradicional, en contra del maldito transgénico, o los apoyos directos a distintos sectores sociales, muestra cuáles son las prioridades de López Obrador.
Y por eso también desestimó propuestas como la que dio a conocer un grupo de personalidades como Clara Jusidman o Cuauhtémoc Cárdenas, al igual que se ha cerrado al diálogo con empresarios o partidos de oposición.
También por eso la negación constante de la realidad y el abandono a su papel de presidente de todos los mexicanos, pues esto equivale a permitir –como ha sucedido con mandatarios anteriores– recibir y escuchar críticas, algo que incomoda de sobremanera al actual titular del ejecutivo.
Y por eso la insistencia en redes sociales de que fueron 30 millones de mexicanos –en un país de más de 120 millones de habitantes y con un padrón de casi 90 millones de ciudadanos–, los que le dieron el voto en 2018.
Que sean un tercio del padrón, no importa, como tampoco importa que sean una cuarta parte de la población, ni que no sean la mayoría, lo importante es que para ellos –y sólo ellos– se gobernará.
El informe del pasado domingo 5 de abril, también representó el banderazo de salida en la siguiente etapa de radicalización de la 4T.
Con pocos operadores para alcanzar un diálogo con los demás, el presidente prefirió cerrar su gobierno para la mayoría de la población y centrarse en lo que él cree que debe cambiar y como no comulga con los empresarios, no habrá apoyo para ellos; como no le gusta la crítica, no tenderá puentes con otros sectores sociales; con los medios de comunicación seguirá la misma línea de golpearlos y no dar nada de publicidad oficial, aunque a los que le apoyan les devolverá tiempos que antes se utilizaban en programas de comunicación social.
Pero no es algo que nos deba sorprender.
Ante las evidencias de que la economía no crecía, señaló que en las rancherías se comía carne dos veces al día.
Ante el señalamiento de la Secretaría de Hacienda en el sentido, expresado en los precriterios para 2021, de que habrá una contracción del PIB, volvió con aquello de que tiene otros datos.
Ante las recomendaciones del subsecretario de Salud de que había que quedarse en casa para reducir los riesgos de contagio, él siguió con sus giras para inaugurar o supervisar obras menores y saludar a la mamá del “Chapo” Guzmán.
Ante la información de una pandemia que afecta a todo el mundo, él sacó sus estampitas religiosas y amuletos, reafirmando el desprecio que tiene por la ciencia, los científicos y demás especialistas, como se ha mostrado a través de la conducción del CONACYT.
Cuando le hablan de despidos, pide a las empresas que no corran a nadie, pero olvida los miles de empleados que perdieron sus puestos de trabajo en su administración federal.
Lamentablemente, para López Obrador no hay poder humano que le haga cambiar de punto de vista, su proyecto es lo único que importa y por eso la declaración de que el coronavirus le caía como anillo al dedo a su transformación, sin importar que el virus represente la muerte de miles de mexicanos en los próximos meses y que el sistema de salud esté debilitado por los recortes o por el subejercicio en favor de sus programas sociales.
Ya antes, como jefe de gobierno, se molestó porque la muerte del Papa Juan Pablo II le robó cámara, mostrando que se trata de un político que quiere que todo gire a su alrededor.
Así que hay que prepararse para un presidente que buscará gobernar sólo para sus electores, excluyendo a todos los demás que no compartan sus ideas, buscando que claudiquen y se sumen a su causa, en una radicalización que buscará el asalto definitivo para acabar con toda la crítica.
Que le economía se hunda no importará, que la pobreza crezca, mejor, así manejará más clientes a partir de sus programas sociales y el podrá presumir que cambió a México, aunque sea para mal y sin reconocer errores.
Hay quien dice que aún hay tiempo para corregir el rumbo, el problema es que López Obrador no piensa que hay algo que enmendar, pues en su mundo todo va de acuerdo a su plan.