En el imaginario colectivo que sigue las tinieblas del estereotipo, los mexicanos somos gente muy alegre, los italianos tienen la capacidad de seducir a mujeres inalcanzables, los franceses son mamones “y no les gusta que les hablen en inglés”, mientras que los alemanes tienen el sentido del humor de un pisapapeles. Si extrapolamos este patrón a los rasgos físicos tendremos que un noruego debe medir dos metros y traer un casco con cuernos. Los africanos son negros como la noche y los asiáticos son todos iguales. Bien, el otro día me dispuse a ver el partido de beisbol entre Puerto Rico y Holanda. Grande fue mi sorpresa cuando me percaté que en el equipo de los Países Bajos había un güerito y el resto eran negros (me rehúso a escribir “afroamericanos” en primer lugar porque no lo son y en segundo porque no me da la gana de seguir la creciente oleada de corrección política).
El asunto me dejó pensando acerca de los procesos de globalización que permiten prodigios tales como que uno desayune tacos de huevo y cene escargots en París en menos de doce horas o que un mensaje me permita enterarme de que la señorita nigeriana Ademujo Anolouwapo ha decidido estafarme por medio de la mensajería instantánea. Otro efecto importante de estos procesos tiene que ver con las manías coloniales de muchos países europeos que durante los siglos XVII y XVIII, se dedicaron a invadir lo invadible y repartirse el mundo como si de un pastel se tratara. Poca gente sabe, por ejemplo que Josefina, la esposa de Napoleón, nació en la isla Martinica en el Caribe.
Este proceso determinó años de explotación y abuso que se fueron paliando con las respectivas independencias de estas naciones y la consecuente integración social propia de los procesos demográficos y de migración. Existen, como en mi ejemplo, holandeses de color, sudafricanos más blancos que la leche o ingleses musulmanes (el actual alcalde de esa ciudad, lo es). El hecho es que las generalizaciones son algo que yo estimaba en peligro de extinción dada su obsolescencia y falta de sentido común hasta que me he encontrado un par de ejemplos que simplemente me hacen ver que podría estar equivocado, lo cual es perfectamente normal y una especie de constante en mi vida, pero de cualquier manera quisiera compartir con usted, querido lector, estas tendencias que observo esperando que le sean medianamente interesantes.
Todo esto viene a cuento por varias razones, una de ellas es el uso que de estos estereotipos se hace en esa basura irremediable que es nuestra nacional televisión señaladamente con los homosexuales y los indígenas. Resulta muy revelador que la gente disfrute viendo como el “cómico” Adrián Uribe o en otras dimensiones, La india María, han ridiculizado a gente con orientaciones o etnias diferentes a las de una mayoría que imagino profundamente idiota pero que disfruta y ríe consumiendo este desperdicio televisivo.
Sin embargo, este mal, aldeano y endémico de nuestro muy retorcido del humor palidece ante problemas más serios como el de juzgar a alguien por su aspecto físico. Hace no mucho se generó en Estados Unidos una propuesta que permitía a la policía detener en la calle a cualquier persona sin más motivo que un “aspecto sospechoso”. La dedicatoria era evidente la sospecha se podía basar en la apariencia de la persona que brindaría pistas acerca de su potencial ilegalidad.
La llegada del cretinazo Trump a la presidencia no permite albergar motivos para la esperanza, este hombre es un amo de las generalizaciones más peligrosas posibles y genera ecuaciones en las que musulmán es sinónimo de terrorista mientras que mexicano es igual a delincuente. Siempre he sostenido que las generalizaciones (incluida ésta) son excesivas. Por supuesto hay musulmanes terroristas y mexicanos que se roban jerseys o Estados enteros pero la toma de decisiones de política pública basada en estos criterios tan elementales convierte al mundo en un extenso repertorio de etiquetas contra el que debemos luchar si aspiramos a mejores modos de vida que aquellos en los que la fachada es la única fuente de información para tomar decisiones.