El partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) es el nuevo partido oficial o partido de Estado, como lo fueron en su momento el PRI o el PAN, entendido éste como el partido del gobierno o el partido del presidente, que de una u otra forma lo acompaña haciendo la política de Estado durante su administración, regularmente siempre subordinado a su línea política o supeditado a sus indicaciones.
Recordemos que el partido de Estado, según Pablo González Casanova, (El Estado y los partidos políticos en México), es el órgano especializado en las tareas relacionadas con la lucha política, electoral, ideológica, y de control de masas para mantener el monopolio o el predominio del gobierno en los puestos de elección popular, y fortalecer la política de Estado que es decidida por un ejecutivo centralizador y autoritario.
Tras la elección presidencial que llevó al poder a López Obrador, MORENA resultó como el partido dominante en el conjunto de varias fuerzas que se aliaron para dar paso a una nueva hegemonía política en el país.
La columna vertebral para la construcción de ese conglomerado político en el poder ha sido, sin duda, el liderazgo social y político de López Obrador. Hoy más que nunca, y en su carácter de presidente de la República, su liderazgo sigue ejerciendo una gran influencia en las fuerzas políticas que asumieron el gobierno junto con él, y de forma muy particular sobre su partido.
En estos días, de cara a la sucesión de la dirección en el partido oficial, hemos visto que MORENA se muestra como lo que es, un partido de grupos y líderes confrontados por intereses y ambiciones políticas, dando un grotesco espectáculo que los hace igual o peor que los demás partidos políticos.
Las bases en las que López Obrador está sustentando el gobierno de la 4T, para hacer irreversibles los cambios y conservar el poder, son principalmente: a) la figura presidencial centralizadora del poder; b) las Fuerzas Armadas en tareas de gobierno para garantizar su lealtad; c) una base social clientelar asentada en todo el territorio y con fines electorales; d) el aparato estatal de propaganda, información y comunicación, y e) el partido en el gobierno como parte de una fuerza hegemónica, en alianza con otros partidos políticos y organizaciones sociales.
En todos estos frentes el presidente López Obrador tiene avances, pero también enfrenta algunos problemas: vemos a un presidente ejerciendo amplios poderes con todos los recursos a su alcance, formales o no, pero con serias deficiencias en la conducción de la administración y magros resultados, aunado al desgaste que va acumulando por la confrontación que sostiene con algunos contrapesos, aunque éstos son pocos, están dispersos, debilitados y arrinconados.
Las Fuerzas Armadas han sido favorecidas por el presidente mediante concesiones, de tal manera que hoy vemos un intenso activismo militar en tareas civiles, pero tampoco hay grandes avances todavía, sobre todo en materia de seguridad y freno a la violencia, por el contrario, los militares han sido sometidos por pobladores y delincuentes.
También se ha integrado una estructura nacional de operadores políticos y brigadistas por todo el territorio nacional, principalmente conformada con cuadros políticos del partido oficial y sus aliados, para echar andar la entrega de los programas sociales y construir la base social clientelar, pero enfrenta los reclamos de gobernadores y partidos opositores quienes cuestionan su carácter centralista, clientelar y electorero.
Tienen el control del aparato de comunicación del Estado para convertirlo en una plataforma de propaganda e información favorable a su proyecto político, con extensiones en las redes sociales, mediante la cual se reproduce la línea oficial de intolerancia, confrontación y sectarismo que emana desde la misma presidencia, pero han encontrado resistencias y cuestionamientos de opositores políticos y medios de comunicación críticos que reclaman el sentido oficioso, frívolo y faccioso con el que se conducen sus directivos y propagandistas.
La última base, pero no menos importante, es el partido oficial, MORENA, que le ayudó a conquistar la presidencia y a enfrentar este año, ya como partido de Estado, los primeros procesos electorales en algunas entidades. No arrasaron, pero ganaron las dos gubernaturas en juego, con lo que confirmó su avance en todo el país y consolidó su carácter mayoritario. Gobiernan en 6 estados, tienen la mayoría en el Congreso de la Unión y en al menos 20 congresos locales.
Sin embargo, este partido atraviesa por una severa crisis interna con motivo de su proceso de selección de nuevos dirigentes. Dicha crisis se manifiesta en la confrontación y disputa pública entre líderes de diferentes grupos de interés que no se han medido en sus dichos de unos contra otros, acusándose de todo y entre todos.
Se vendían como un partido distinto, nuevo, diferente, pero desde luego que nunca fue así porque siempre han sido igual que los demás, y ahora más que antes ha quedado en evidencia que son lo mismo: grupos de interés dispuestos a destrozarse por el control del poder y cargos partidistas, con viejas prácticas de la política: antidemocráticos, intolerantes, clientelares y facciosos.
El choque interno ha sido de tal magnitud que el mismo presidente de la República ha tenido que poner orden advirtiendo que si el partido se desvía estaría dispuesto a abandonarlo y propuso que la elección por una nueva dirigencia se resolviera por encuesta.
El presidente, aparentemente, ha dejado que el partido y sus instancias resuelvan el método de selección, argumentando que sólo fue una sugerencia. Al respecto y en cierta concordancia con la sugerencia del presidente, el TEPJF resolvió que el partido está posibilitado para definir sobre la forma que más le convenga para la renovación de su dirigencia y que no hay impedimento jurídico para que los órganos de dirección puedan decidir sobre el método de la encuesta, siempre y cuando tenga un fin democrático, quedando rebasada la resolución de la Comisión de Honestidad y Justicia del partido que había determinado que era por elección y no por encuesta.
De esta forma, tanto el presidente como el TEPJF, le quitan presión a la crisis interna del partido y ayudan a que se encuentre una salida sin que la sangre llegue al río. Todo parece indicar que se optará por una salida salomónica que empate ambas opciones, pero el daño ya está hecho porque afloraron las diferencias, los reclamos y las acusaciones entre los grupos tribales y sus jefes, y lo que falta ver todavía.
Porque este asunto no está resuelto ya que están en puerta las asambleas para elegir delegados al Congreso Nacional, con un padrón fuertemente cuestionado y acusaciones de injerencia de grupos clientelares, el uso de recursos públicos y de los programas sociales. Por ello de nueva cuenta ha tenido que intervenir el presidente López Obrador para hacer una fuerte advertencia a los funcionarios de su gobierno: quien se meta al proceso interno será despedido, dijo.
Ahora bien, independientemente del método que se resuelva, lo importante para el presidente es que el partido no quede tan confrontado y que cualquiera que quede al frente le garantice lealtad y sumisión para seguir empujando bajo su dirección el proyecto de transformación que se han planteado.
Así, realmente no importa tanto quién vaya a ser la nueva cabeza del partido, primero porque todo mundo sabe que el dirigente real del partido y de todo el movimiento es López Obrador. De tal forma que, el dirigente que quede sólo será un operador más de la política del presidente, con o sin sana distancia.
Mario Delgado, Bertha Luján y Yeidckol Polevnsky, que son los principales liderazgos que compiten por la presidencia del partido, tienen en común su lealtad ciega al presidente y se deshacen en halagos para quedar bien con él, falta ver si los tres terminan inscribiéndose para el proceso de selección o se tienen algunas declinaciones en el camino, forzadas o por acuerdo desde mero arriba por ya saben quién.
El corazón del presidente late por Polevnsky: propuso la encuesta no sólo porque le da a él más control sobre el proceso interno del partido, sino porque también le favorece más a ella; la justificó frente a las acusaciones de incongruencia y corrupción por la condonación de más de 16 millones de pesos en su beneficio; y la cuida para que no sea avasallada con el aparato de gobierno, como gran elector está haciendo todo lo posible para que ella quede.
Mario Delgado sólo es usado para hacer la sombra, ya que él está contento con la tarea que le han asignado como el pastor de los diputados del presidente, aunque vio crecidas sus esperanzas por el escándalo que en estos días envolvió a la consentida del mandatario, tanto que incluso insinuó sobre la renuncia de ésta al señalar que “para tener autoridad política hay que tener autoridad moral”.
Bertha Luján tiene un importante apoyo social de grupos del partido y del gobierno, se la creyó y está insistiendo en el asunto de la elección interna, aunque puede terminar distanciada del presidente, pero sin romper porque tiene muchos intereses en el gobierno y en el partido.
Alejandro Rojas, que tiene impugnado todo el proceso, queda descartado, no tiene chance de nada y está a lo que su jefe político le diga, que es Ricardo Monreal, el cual se despacha con la cuchara grande en el Senado, una vez que le cortó la cabeza a Martí Batres para bajarlo de la Presidencia de la Mesa Directiva. Hasta el momento ni él ni Mario Delgado aparecen en el padrón de afiliados que fue publicado, lo cual automáticamente los dejaría fuera de la contienda.
La disputa real es entre Bertha Luján, presidenta del Consejo Nacional, y Polevnsky, secretaria general en funciones de presidente, quienes anunciaron que renunciarán a sus cargos el 20 y 28 de octubre para poder participar en sus respectivas asambleas distritales como congresistas y registrarse al III Congreso Nacional, el cual se realizará, si es que no hay algún contratiempo, los días 23 y 24 de noviembre con la asistencia de 3 mil delegados quienes eligen a la nueva dirección nacional.
En realidad, lo que se están peleando al interior de MORENA es quién le sirve mejor al presidente para conducir su partido. De tal forma que, después de la elección, por el método que sea y con el resultado que sea, veremos un partido subordinado al presidente y puesto a su servicio, listo para seguir cachando los dividendos electorales de la política social del gobierno, como todo partido de Estado, a fin de lograr buenos resultados en las elecciones intermedias del 2021, y conservar con ello la mayoría en las Cámaras, tener más gobiernos estatales y dominar en más Congresos locales.
En cualquier caso, lo que le preocupa al presidente es que sus acólitos en el partido no le terminen prendiendo fuego a su iglesia, tanto que luego se haga difícil reconstruirla. Es decir, sí está interviniendo para que no se salga de control este proceso y el partido no termine muy dañado.
Porque para López Obrador lo verdaderamente importante no es quién sea el nuevo dirigente de MORENA, sino que el partido quede entero para que le ayude en la tarea de consolidar y conservar el poder, que para eso están sentando las bases de la transformación.
El último clavo
Fox perdió el control del partido y con ello también perdió el juego de las propuestas para sucederlo en el cargo, y por poco también pierde la elección presidencial; Calderón perdió control sobre el partido, perdió en las propuestas para sucederlo en el cargo y perdió la presidencia; Peña tuvo cierto control sobre el partido y pudo imponer candidato a sucederlo en el cargo, pero perdió la elección presidencial. López Obrador no quiere perder el control del partido, para no perder el juego interno de la sucesión ni la elección del próximo presidente de México.
Por eso, en esta elección interna de MORENA, y hasta el final de los tiempos, estará con un ojo al gato y el otro al garabato. Nada de que no meterá las manos. ¿Ustedes qué creen?