Cuando el 24 de febrero de 2022 el presidente de Rusia Vladímir Putin anunció su operación militar especial en Ucrania, pocos podían anticipar el efecto que esta acción tendría en el mundo, más allá de la devastación y la crisis humanitaria propias de una guerra de gran magnitud y de las consecuencias en materia energética y alimentaria. En cierta forma, los ensayos nucleares y misilísticos de Corea del Norte; el conflicto entre Hamas e Israel en la Franja de Gaza; las tensiones entre la RP China y EEUU respecto a Taiwán; la guerra proxy en Yemen y hasta el reciente referéndum desarrollado por el gobierno de Venezuela en torno al Esequibo, se explican, en mayor o menor medida, por lo que sucede en la contienda que encabezan Moscú y Kiev, próxima a cumplir 2 años.
No se debe perder de vista el contexto internacional en el que esto ocurre, incluyendo el declive relativo de la hegemonía de Estados Unidos en el mundo; el ascenso de la RP China; el estancamiento de la integración europea; la crisis de la democracia liberal; los efectos de la terrible pandemia del SARS-CoV2; y los restringidos márgenes de maniobra de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), como aspectos torales. En este sentido se asiste a una suerte de transición hegemónica -recordando que éstas suelen ser violentas- que citando a Gramsci se podría considerar se caracteriza porque lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no termina de nacer.
La guerra entre Rusia y Ucrania va más allá de la confrontación entre ellos. Se trata, en el fondo, de un ajuste de cuentas de Rusia con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la que, habiendo prometido de manera verbal a la Rusia de la posguerra fría que no se ampliaría al espacio postsoviético y post Pacto de Varsovia fue adicionando como miembros plenos a todos los países que formaron parte de la alianza militar antagónica más Lituania, Letonia y Estonia, exrepúblicas soviéticas. Hasta el momento de la unificación de las Alemanias en 1990, la OTAN contaba con 16 miembros. Hoy tiene 31, lo que significa un incremento a casi el doble de países que pertenecen a esta alianza militar hacia el final de la guerra fría. Otros más tienen el deseo de integrarse a la alianza noratlántica, por ejemplo, Georgia y la propia Ucrania, como quedó de manifiesto en la cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest en 2008. Se considera que la pretensión de Kiev de adherirse a la OTAN es una de las principales razones por las que el gobierno ruso decidió iniciar las hostilidades contra el país eslavo en especial porque el gobierno que encabeza Volodymir Zelensky desde 2019 es marcadamente prooccidental.
Tras lo sucedido el 24 de febrero de 2022, la RP China temía el efecto de esa crisis ruso-ucraniana en Taiwán, quien podría sentirse tentado a proclamar su independencia apelando al apoyo de Estados Unidos. Como es sabido, las tensiones entre Washington y Beijing se han incrementado en los últimos años, no sólo por la agenda comercial y las sanciones mutuas, sino en especial por la problemática de los derechos humanos en la China continental léase Xian y el Tíbet por citar dos casos harto conocidos-, Hong Kong y el soberanismo taiwanés.
Con los evento del 24 de febrero de 2022, Corea del Norte ha encontrado una justificación muy sólida para su programa nuclear: el líder Kim Jong Un ha dicho que no contar con armas nucleares llevaría a que Pyongyang corriera la misma suerte que Ucrania. Este país se desnuclearizó tras el colapso soviético mediante el memorándum de Budapest -signado por Estados Unidos, Reino Unido, Bielorrusia, Kazajstán, Ucrania y Rusia- de 1994 por el que Kiev, Almaty y Minsk se comprometían a renunciar a su arsenal nuclear -en el caso ucraniano, el tercero más grande del mundo- y entregarlo a Moscú a cambio del compromiso de que Rusia jamás atentaría contra la integridad territorial de Ucrania, Bielorrusia ni Kazajstán, que respetaría sus límites geográficos y que no serían amenazados por los rusos con el uso de la fuerza. Rusia aceptó los términos de este memorándum a cambio de la promesa verbal de la OTAN de que no se ampliaría hacia Europa Oriental.
La Franja de Gaza con una extensión de 360 kilómetros cuadrados, es un enclave donde se asientan más de 2 millones de palestinos, con una densidad demográfica de 5 mil personas por kilómetro cuadrado. Formalmente se encuentra bajo la tutela de la Autoridad Nacional Palestina conforme a los acuerdos de Oslo de 1993 y ha enfrentado un hostigamiento constante por parte de Israel. En 2007 tras las elecciones palestinas, Hamás formó gobierno en la Franja de Gaza y la respuesta israelí no se hizo esperar. El territorio ha sido bloqueado y se le restringe la entrada de alimentos, medicinas, materiales de construcción. Israel, sabiendo que ello genera la hostilidad de la población, buscó mejorar las condiciones de vida de los habitantes de Gaza que de todas formas siguen siendo muy desfavorables respecto a las que imperan en otras partes del país. Tras los Acuerdos de Abraham negociados por el yerno de Donald Trump durante la presidencia de éste en 2020, se puso énfasis en normalizar las relaciones de Israel con países árabes. Fue así que Marruecos, Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Sudán se unieron a Egipto y Jordania, como los únicos países árabes que han establecido relaciones diplomáticas con Tel Aviv. Pero en el caso de los Acuerdos de Abraham, se dejó de lado el tema palestino, lo cual explicaría la decisión de Hamás de irrumpir con violencia el 7 de octubre de 2023 contra Israel. Las represalias de Israel contra Hamás, pero sobre contra los palestinos, seguramente se ven influenciadas por el hecho de que las acciones perpetradas por Rusia contra la población civil ucraniana, aunque fuertemente criticadas por Occidente, no han llevado a que Moscú se detenga, no obstante, las sanciones que se le aplican. Israel además, a diferencia de Moscú cuenta con el apoyo occidental como garante de sus intereses en Medio Oriente, de cara a la creciente influencia de la RP China y Rusia en la zona.
La guerra proxy entre Irán y Arabia Saudita que tiene lugar en Yemen, antecede a la guerra proxy entre Rusia y Occidente en Ucrania. La diferencia entre Yemen y Ucrania estriba en que ésta se localiza en Europa y es clave para la seguridad de esa región. De ahí el aparente desinterés de Occidente en gestionar procesos de paz en Yemen, amén de que la ayuda que fluye de Occidente privilegia a Kiev sobre Saná. La guerra de Rusia en Ucrania invisibiliza el conflicto en Yemen donde se confrontan dos países que buscan tener mayor ascendencia en el curso de los acontecimientos regionales, en particular tras el colapso de Irak luego de la incursión militar estadunidense contra el régimen de Saddam Hussein de 2003. El vacío de poder que generó este suceso dio pie a que tanto Teherán como Riad hayan buscado aprovecharlo a su favor aun cuando ello implique destruir a Yemen y provocar una de las crisis humanitarias más dramáticas de que se tenga memoria.
El tema del Esequibo, que muchos consideraban se mantendría como un conflicto de bajo perfil, aflora actualmente como un contencioso entre Venezuela y la Guayana Británica. La querella se remonta a los tiempos en que la Guayana, que inicialmente controlaban los imperios español y holandés fue cedida al Reino Unido. Hacia 1777 pertenecía a la Capitanía General de Venezuela. En 1819, cuando nació Colombia -a la que pertenecía Venezuela-, la Gran Bretaña reconoció como limítrofe al río Esequibo. En 1830, Venezuela se separó de Colombia y el límite reconocido era el río Esequibo. Ahí la Gran Bretaña tenía desde 1814 la posesión de 51 700 kilómetros cuadrados que adquirió tras una negociación con Países Bajos. Esta negociación no reconocía la frontera occidental, por lo que se solicitó en 1840 al explorador Robert Schomburgk trazarla. Éste anexó unos 80 mil kilómetros cuadrados adicionales a la porción occidental. Un año después Venezuela interpuso su inconformidad por las pretensiones expansionistas británicas, buscando el apoyo de EEUU para tener más peso ante Londres. En 1895, EEUU propuso solicitar un arbitraje, mismo que aceptó Venezuela, aunque fue timada. Washington había prometido a los venezolanos apoyarlos conforme al principio de que se tomaría como referencia el territorio que tenía el país cuando era colonia española. Empero EEUU, Reino Unido y Rusia actuaron para favorecer a la Gran Bretaña y en 1899 el laudo de París reconoció la línea trazada por Schomburgk.
El caso resurgió en 1949, cuando el representante legal de Severo Mallet-Prevost, quien fue un abogado estadunidense que defendió a Venezuela en la querella, reveló una vez fallecido Mallet-Prevost un documento en que se evidenciaba que el laudo de París había sido resultado de componendas políticas. Investigaciones subsecuentes y documentos desclasificados de los archivos británicos, permitieron a Venezuela, ya en los tiempos de la descolonización y de los movimientos de liberación nacional en la guerra fría, reivindicar su soberanía sobre el territorio. Reino Unido, por supuesto, se negó a ponderar siquiera esa posibilidad. Pero el advenimiento de la independencia de la Guayana Británica en 1966 llevó a que Venezuela y Londres suscribieran el Acuerdo de Ginebra, donde se reconocen los reclamos venezolanos. Así pasaron los años con tensiones muy acotadas entre Venezuela y Guyana. En 1970 se suscribió el Pacto de Puerto España para congelar las reclamaciones entre las tres partes por 12 años. Incluso en los tiempos de la presidencia de Hugo Chávez quien buscaba proyectar liderazgo sobre la región y, por lo mismo, dispuso tener relaciones cordiales con Guyana, parecía que el conflicto no escalaría. La querella se reactivó cuando se descubrieron yacimientos de hidrocarburos que Guyana ha estado explotando. Ello y la crisis económica que enfrenta la Venezuela gobernada por Nicolás Maduro, han llevado a éste a reivindicar la soberanía venezolana sobre el Esequibo que le implicaría a Guyana la pérdida de dos terceras partes de su territorio actual -disputa a la que habría que sumar la que Guyana también tiene con Surinam.
El pasado 3 de diciembre el gobierno de Venezuela condujo un referéndum consultivo no vinculante en que se preguntó a la población si debía incorporarse la Guayana Esequiba al territorio nacional. El 97. 7 por ciento de los participantes en el referéndum dijo que sí a cinco preguntas alusivas. Algunos críticos han cuestionado la legitimidad de la consulta argumentando que participaron unos 10 millones de personas, o poco más de la mitad de los electores, lo que, si se mide como un referéndum sobre el gobierno de Maduro da cuenta de un alto abstencionismo que podría pesarle en los comicios presidenciales del próximo año. Sin embargo, las disputas territoriales suelen convocar a la unidad nacional, cosa que Maduro necesita ante la crisis económica, el aumento del malestar social y el éxodo masivo de venezolanos del país. No parece que Maduro pudiera ir a la guerra contra Guyana, quien insiste en que el tema ha sido finiquitado desde hace tiempo. Las sanciones a que se haría acreedor complicarían mucho el escenario político y económico de un régimen de suyo castigado por Occidente. Pero lo mismo se decía de Rusia tras la anexión de Crimea en 2014 y el expansionismo ruso no terminó ahí.
Cabe preguntar, cuántos de los conflictos reseñados se habrían producido o no, si Rusia no hubiese atacado a Ucrania. Por supuesto que el “hubiera” no existe. Con todo, queda la sensación de que por más ilegal que sea lo que hace Putin en el vecino territorio ucraniano, y por más que se sancione a Rusia con una avalancha de medidas de castigo, las cosas no cambian e incluso cada vez son más frecuentes los análisis que sugieren que el veterano líder ruso podría salirse con la suya. Ese mensaje explica por qué EEUU y Europa Occidental han insistido tanto en la narrativa de que “Rusia no puede ganar.” Pero ello entra en contraste con despachos filtrados por funcionarios estadunidenses que advierten sobre lo difícil que es que Ucrania salga avante en medio de una aparente fatiga de quienes desde Occidente le brindan apoyo militar y económico.
Con este telón de fondo, es importante volver al cuestionamiento inicial: por más que cada conflicto aquí reseñado tiene características específicas, ¿es válido asumir que Rusia pone el ejemplo de que se puede violentar la normatividad internacional sin que el mundo sea capaz de contrarrestar estas acciones? Yendo un poco atrás respecto al 24 de febrero de 2022, Rusia vio a un Estados Unidos debilitado, incapaz de haber logrado nada en Afganistán. También Putin observó detenidamente a la Europa comunitaria, agobiada por la resaca del BREXIT, la crisis de la deuda soberana de 2009, la pandemia del SARS-CoV2 y el retiro de Ángela Merkel como canciller germana e interlocutora incomparable del presidente ruso. El ascenso de la RP China hoy por hoy aliada estratégica de Rusia, seguramente también alentó a Rusia a iniciar las hostilidades contra Ucrania, asumiendo que los costos valdrían la pena dado que los beneficios de tener éxito reposicionarían al país en la geopolítica global.
Si estos mensajes han sido leídos por la RP China en el caso de Taiwán; por Israel de cara a Hamás en la Franja de Gaza; por Irán y Arabia Saudita respecto a Yemen y por la Venezuela de Nicolás Maduro respecto a la Guayana Esequiba, se podría concluir que el entorno actual privilegia acciones como las descritas dado que no parece haber alguien que pueda castigar o detener a los infractores. Aun cuando hay sanciones de por medio contra Rusia, la RP China, Venezuela, Irán y Hamás, éstas no alcanzan a ser lo suficientemente persuasivas para cambiar la conducta de los transgresores. Mucho se ha comentado sobre la avalancha de sanciones que se le aplican a Rusia, con una intensidad inédita en la historia. Y si bien han impactado negativamente en la economía rusa, no han hecho mella en un régimen que seguramente será reelecto en marzo próximo. El mensaje, entonces, parece ser: pórtate mal que algo queda y está calando hondo en las relaciones internacionales del siglo XXI. Como nota al margen, cuando Estados Unidos hizo gala de la impunidad con la que invadió a Irak en 2003 y depuso al régimen de Saddam Hussein con argumentos tan falaces como las armas de destrucción en masa en posesión del país árabe, parece haber creado escuela para que otros actores, incluso con menores capacidades económicas y militares, siguieran sus pasos. A EEUU se sumó Rusia el año pasado. ¿Quiénes más se sumarán al club de la impunidad? Aquí se han presentado algunos candidatos posibles.