Decir que la violencia de género, y en particular, que el feminicidio es producto de los gobiernos neoliberales refleja un profundo desconocimiento. Significa no entender que el carácter patriarcal de nuestra sociedad no tiene ideología. El machismo mata aquí y en China. No importa el régimen político, lo trascendente es que está construido sobre la idea profundamente arraigada de que el cuerpo y las decisiones de las mujeres son patrimonio de los hombres.
No sólo. Echarle la culpa de lo que sucede a otros tiempos es desconocer que justamente en las décadas pasadas el movimiento de mujeres y, sobre todo, el feminista, han dado significativos pasos para lograr cambios legislativos de gran calado para tipificar como delito la violencia hacia la mujer, para visibilizarla, para desterrar la idea de que es normal y para que también se demuestre que la misoginia de ministerios públicos y de jueces, su desinterés cada vez que una mujer denuncia, permite colocar el primer clavo en lo que muchas veces será su ataúd.
La declaración presidencial simplemente olvida que fue en años anteriores que las mujeres de todos los partidos y la sociedad civil nos dimos la mano, haciendo a un lado nuestras diferencias, para luchar contra la violencia de género, logrando incluso que la Suprema Corte resolviera que aún dentro del matrimonio una relación sexual sin consentimiento es considerada violación. Fueron estas alianzas, la sororidad entre todas las que permitieron estos logros.
Decir ahora que las mujeres están siendo manipuladas por la derecha o por los adversarios del gobierno es el mismo argumento que se dio por mucho tiempo para negarnos el derecho al voto. Se nos menosprecia, se nos considera menores de edad, cuando ha sido precisamente nuestra fortaleza la que ha contribuido al desarrollo de nuestro país y cuando hemos sido carne y hueso de los principales movimientos sociales que han cambiado el rostro nacional.
Pertenezco a una generación que abrió brecha con relación a la lucha por los derechos de las mujeres y siempre dimos la cara. Pero entiendo a las jóvenes que hoy se cubren el rostro y se manifiestan con ira porque sus cuerpos se han convertido otra vez en el territorio de otros, porque las matan impunemente, porque en lugar de políticas públicas se les ofrece un decálogo propio de una organización civil y no de un jefe de Estado.
Hay políticas que es necesario recuperar para prevenir la violencia. Por ejemplo, seguir fortaleciendo los centros de justicia para las mujeres, ampliar las ciudades de las mujeres en las zonas más pobres, retomar el programa de estancias infantiles, las escuelas de tiempo completo, aumentar el presupuesto a los refugios para las mujeres, volver a poner en marcha el programa Prospera, además de empoderar a las mujeres en condición de pobreza. Tenía una vocal cuya tarea era concientizar sobre la violencia de género, reiniciar la estrategia de Ciudades Seguras para las mujeres que incluía caminatas nocturnas para poner en práctica políticas de prevención, intervención urbana y participación ciudadana para generar espacios de seguridad; seguir construyendo cuartos rosas para combatir el hacinamiento que es factor de violencia, ampliar el transporte rosa, el rescate de espacios públicos y de manera muy importante garantizar una vivienda y un empleo digno porque son la posibilidad de romper las cadenas que atan a las mujeres a la violencia, entre otras medidas.
Ojalá que esta voz que hoy se levanta, conformada mayoritariamente por mujeres jóvenes que toman la estafeta, tenga toda la fuerza para obligar al Estado mexicano a dar respuestas efectivas, porque el silencio, el desinterés y la descalificación gubernamental, también matan.
Ser o neceser… Seguramente la intolerancia dirá que cómo es posible que escriba desde la cárcel. Sí, aquí estoy, de manera injusta. Pueden tener preso mi cuerpo, pero no mis ideas y mis convicciones para las que, por cierto, he luchado toda mi vida. Desde luego sé que se recrudecerá la venganza.
María del Rosario Robles Berlanga, desde el Reclusorio de Santa Martha Acatitla.