La presidencia del 2024 es una manzana envenenada. Habrá crisis fiscal y económica. Al gobierno mexicano sencillamente ya no le dan las cuentas y se quedará sin dinero. Los economistas difieren sobre cuándo exactamente explotará esa bomba de tiempo: si poco antes de que acabe el sexenio o empezando el siguiente. Lo seguro es que explotará. Eso quiere decir que, gane quien gane la presidencia, recibirá una economía en ruinas que será muy difícil de manejar. Encima, con una serie de adversidades propiciadas por el obradorismo: nulo crecimiento económico, inflación histórica, el desmantelamiento de la capacidad operativa del gobierno por la defenestración de la burocracia calificada, el avance territorial del crimen organizado, el aumento de la pobreza, la disminución de la clase media, la destrucción del sistema de salud, y un largo etcétera.
En México todo mundo quiere ser presidente. Es la joya de la corona conforme a nuestra tradición de poder. Pero el catastrófico escenario debe obligar a la oposición a pensar en estrategias alternativas de largo plazo. Recuperar la presidencia en una coyuntura así puede colocar a la oposición en una situación como la de Mauricio Macri en Argentina, a quien el kirchnerismo heredó una manzana envenenada similar que no sólo no pudo administrar sino que propició un regreso aún más agresivo del kirchnerismo. Es parte del juego populista: destrozar la economía, generar las condiciones políticas para culpar de la crisis a los sucesores, regresar al poder.
Un estratega político, cuyo nombre me reservo, me confió que tal vez sea preferible para la oposición no ganar la presidencia en 2024, concentrarse en asegurar posiciones de contrapeso clave, y dejar que al régimen obradorista le explote su propia crisis, poniendo así el clavo en el ataúd del populismo autoritario de una vez por todas.
Se trataría, en esencia, de enfocarse en ganar, primero que nada, el Congreso de la Unión. La estrategia de la oposición debe ser a toda costa quedarse con una mayoría calificada en diputados y senadores que le dé el poder total de contener cualquier posibilidad de avance y consolidación del régimen obradorista. Eso incluiría el poder de frenar modificaciones a la Constitución, pero también el control del presupuesto y de las leyes secundarias. El control del presupuesto será clave, pues precisamente en medio de una crisis fiscal la oposición debe obligar al régimen a asignarlo a reconstrucción de las ruinas de este gobierno.
En segundo lugar, la oposición debe enfocarse en mantener los estados con más población y recuperar los perdidos. Es crucial que el PRI mantenga el Estado de México (no puedo creer que esté diciendo esto, pero cederlo a Morena sería catastrófico) y que Movimiento Ciudadano u otro partido de la oposición conserve Jalisco. Al mismo tiempo, debe recuperar los estados perdidos con más población: Veracruz, Puebla, Morelos. Las desastrosas gubernaturas de Morena en esos estados y el hecho de que, como vimos en las intermedias del 2021, Morena habitualmente pierde los lugares donde gobierna, hacen muy factible que la oposición los recupere.
Y finalmente, la Ciudad de México. El golpe asestado en 2021 cuando la oposición le quitó la mitad de la capital al régimen debe completarse con quitarle la otra mitad en 2024. Así, la oposición controlaría el Congreso de la Unión, la Ciudad de México y los estados con más población y más significativos económicamente. Morena tendría la presidencia, una veintena de gubernaturas, y una crisis monumental. Esto no quiere decir que la oposición no compita por la presidencia con toda la intención de ganar, sino que priorice en su estrategia asegurar los diques de contención fundamentales para que, en caso de no lograrla, deje inerme al próximo gobierno obradorista y lo obligue a una negociación para reconstruir el país.