Es sabido que la migración está pasando por etapas cada vez más violentas. Hoy todo es distinto. Los migrantes saben bien los riesgos que corren y que muy probablemente se jueguen la vida en su intento migratorio. No hay romanticismo de por medio, más bien saben que van a enfrentar circunstancias adversas, brutales y peligrosas.
Desde finales de 2017 la migración mexicana ha crecido de manera significativa. Se han conjuntado diversos escenarios que igualmente pasan por el deterioro económico que, por dificultades para conseguir un empleo, sin pasar por alto una variable cada vez más importante: la inseguridad.
Mujeres, las cuales han crecido en número, y hombres han tenido que dejar sus lugares de origen, debido a la violencia bajo la cual viven. El señalado fenómeno de lo que pasa en algunos países de Centro y Sudamérica lo estamos viviendo en México. Muchas familias de Guatemala, El Salvador y Honduras materialmente les piden a sus hijos que dejen sus hogares por la situación que viven en sus comunidades.
Particularmente se lo piden a los jóvenes, quienes son presionados para que se integren a las bandas, no sólo es el caso de las maras salvatruchas, a la delincuencia del orden común y organizada, o terminan siendo secuestrados entre otras muchas circunstancias.
Los migrantes dejan el riesgo para correr nuevos riesgos. Saben cuándo dejan su lugar de origen, pero no saben cuándo regresarán y si regresaran. En el proceso los migrantes tienen enormes dificultades para comunicarse con sus familiares en su intento por llegar a EU.
Han crecido de manera significativa los casos de familias que pierden contacto con sus parientes y amigos, se quedan bajo la espera de que les llamen para saber al menos por dónde andan en el mejor de los casos.
Ayer el Inai ordenó al INM informar sobre muertes violentas de migrantes, hasta ahora no ha habido una respuesta que pudiera ofrecer información precisa, es muy probable que no haya respuesta, porque no hay registro de ello.
Todo se agudiza porque se considera a la migración como una ilegalidad y no un derecho. Desde hace 30 años no hay presidente de EU que no prometa hacer algo, Biden se la ha pasado tratando y recordemos que Obama no pudo y todo indica que estaba en su más profundo interés hacerlo.
A la muy compleja situación que viven las y los migrantes se le ha cruzado en estos años la pandemia. En medio de esto se intensificó la presencia de la delincuencia organizada en la migración. El secuestro de muchos jóvenes migrantes tiene como objetivo integrarlos a las bandas quienes en la gran mayoría de los casos no tienen manera alguna de escoger, porque son torturados, intimidados, les quitan todo lo que traen, chantajean a sus familias y al final no les queda de otra que hacer lo que les piden; en algún sentido es su única forma de sobrevivir.
A esto sumemos lo que los otrora llamados polleros están cobrando enormes cantidades de dinero por llevar a los migrantes. Si hace unos 5 o 6 años se cobraba entre 3 y 4 mil dólares hoy se llega a pedir el doble y más.
La delincuencia organizada se ha metido de lleno en los terrenos de la migración. En algún sentido ha logrado su objetivo al cooptar por la fuerza a muchos jóvenes, los cuales acabarán encontrando en estos terrenos formas de vida.
No ha pasado nada desde las promesas mutuas que se hicieron Joe Biden y López Obrador. No se tiene un registro de muertes violentas de migrantes. No han cambiado las condiciones de los países que expulsan a su gente, lo que incluye al nuestro. No se ha humanizado la migración, llevamos un buen tiempo con todo ello entre nosotros.
RESQUICIOS
Para confirmar cómo andamos en los temas migratorios ayer el gobernador de Texas se pavoneó al informar que en las últimas cinco semanas había deportado a tres mil 900 migrantes, porque Joe Biden “no hace nada”.
Este artículo fue publicado en La Razón el 16 de agosto de 2022. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.