Cuando empecé a escribir guiones para la revista política Los Supermachos vivíamos un tiempo de represiones atroces y atentados constantes contra la libertad de expresión y de prensa. Gobernaba Luis Echeverría Álvarez, quien había alcanzado la presidencia del país con el 84.6% de los votos.
Aún se sentía un clima de inquietud en las calles porque existían reflejos ominosos (asesinatos, torturas, desapariciones forzadas, golpizas a manos de la policía) que inevitablemente nos recordaban la masacre del 2 de octubre de 1968, perpetrada por el antecesor de Echeverría.
Para cuando el director y dueño de la Editorial Meridiano me invitó a escribir la “parte seria” del cómic político, el monero (así le gustaba que le dijeran) Eduardo del Río, “Rius”, llevaba un tiempo publicando semanalmente la revista Los Agachados de Rius.
El gobierno no estaba contento con las ideas y la forma de estos productos de humor político. Ningún dictador tiene sentido del humor, ni acepta la más mínima crítica contra él, como lo demuestra la historia.
¿Una democracia con rostro humano?
Se habían dado importantes cambios políticos en Latinoamérica. Había llegado por las urnas Salvador Allende y se había convertido en presidente de Chile levantando una agenda socialista. Los libros de marxismo leninismo (algunos de ellos traducidos del ruso por quien fue mi maestro en la Facultad de Filosofía y Letras, Adolfo Sánchez Vázquez) se encontraban con profusión en librerías del centro de la Ciudad de México. La editorial Siglo XXI, dirigida por Arnaldo Orfila Reynal, nos acercaba a las nuevas ideas que entonces empezaban a conformar el llamado Eurocomunismo.
El periódico Excélsior, entonces dirigido por Julio Scherer García, reunía plumas documentadas y críticas con colaboraciones de muy agudos analistas, entre ellos, Gastón García Cantú y Daniel Cosío Villegas. Además, Scherer inauguraba –no sin limitaciones– las corresponsalías extranjeras en Washington, París y Moscú. Excélsior abrió sus puertas para que Octavio Paz dirigiera la espléndida revista Plural (nombre que en sí mismo era una declaración).
Todo ese mundo de cambios paulatinos se derrumbó de repente con varios acontecimientos que nos dejaban en claro que el autoritarismo del régimen de Echeverría era tanto demagogia verbal como represión dirigida. El 10 de junio de 1971, vivimos una brutal represión en contra de una manifestación de estudiantes.
Esa tarde una multitud de jóvenes marchó, en el centro de la Ciudad de México, exigiendo, entre otros puntos diversos, condiciones más democráticas en sus universidades. Las crónicas refieren que al grito de “¡¡Viva LEA, hijos de la chingada!!”, se inició una persecución con varas de bambú y a manos de un grupo paramilitar, tristemente recordado como “Los Halcones”.
Esa misma tarde, en el auditorio “Che Guevara” de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Octavio Paz presentaba, con varios intelectuales, su libro Los signos en rotación, obra que escribió cuando fue embajador en la India. El acto fue interrumpido por un estudiante que subió donde se encontraban los invitados de Paz (Carlos Fuentes, Carlos Monsivais, José Luis Cuevas y otros) y alzó la voz para comunicar al auditorio: “Nos han reprimido Los Halcones…”. Sus pantalones mostraban señales de sangre. Paz tomó el micrófono y dijo: “Ya lo he dicho y escrito: no estoy de acuerdo con los fines de la manifestación. Pero los actos políticos se responden con actos políticos, no con represión”.
En el sexenio de Echeverría se persiguió y hostigó a periodistas, atropellando descaradamente la libertad de expresión. Fue el caso del golpe al periódico Excélsior, el 8 de junio de 1976. El rotativo era el único medio que cuestionaba las acciones del presidente. Mientras duró en la dirección Scherer, el rotativo fue un fenómeno político importante para bien de la información, el ejercicio de la crítica y el análisis político. Nada de eso era común en aquella época. La caída de Excélsior fue un golpe a la libertad y una muestra del verdadero rostro del régimen que vivíamos.
Aprender a hacer guiones en cómic político
Por aquel tiempo yo era asiduo lector de la revista Los Agachados y tenía el secreto deseo de colaborar en esa revista, en la que contemplaba cómo se desplegaba humor y crítica, sobre todo esa crítica ácida y demoledora contra las arbitrariedades del régimen y contra toda figura de autoridad que actuaba con prepotencia y abuso (como la Iglesia, los gobiernos injerencistas), así como contra los prejuicios y la (enorme) ignorancia en materia sexual y, en general, buscaba propugnar, con argumentos, a favor de las libertades básicas de los ciudadanos.
Las revistas de humor político en aquellos años en México (quizá como fueron siempre en todas las partes del mundo, muy particularmente en Francia) estaban formando ciudadanía, tal vez sin proponérselo de manera deliberada.
Gracias a Juan Miguel de Mora, periodista y escritor que orientó muchos pasos de mi vida profesional y personal, conocí a Octavio Colmenares y Vargas, abogado y periodista, que fue directivo de la segunda edición de Últimas Noticias (de Excélsior) y de una revista de humor picoso: el ¡Ja-já! Fundó la editorial Edamex, a cual siguió un poco más tarde la Editorial Meridiano, la cual publicó por décadas Los Supermachos.
Octavio Colmenares fue un hombre generoso, con convicciones firmes, y un editor respetuoso y amable. Cuando me invitó a colaborar, yo no tenía ninguna idea de cómo se hacían los textos, los dibujos y el humor en la publicación. Para el primer número que escribí me tardé, agobiado por las dudas, como quince días. Octavio me había dado como única indicación un guion anterior para que lo tomara como muestra y ejemplo a seguir. Había que escribir, en primer término, el editorial de entrada. “San Garabato, Cuec…”.
Había que crear un “gancho” –ingenioso– para que el lector se animara a continuar. Luego venían los textos, breves, casi oraciones simples, evitando gerundios y expresiones rebuscadas. Así era el esquema en casi cada uno de los cuadros que después figurarían en las páginas y localizados en los recuadros, aunque eventualmente se leían en los “globitos” de los diálogos.
Éramos tres personas las que generábamos los textos e ilustraciones. Primero, el guion “serio”, la investigación y documentación del tema. Luego de contar con tales textos –que yo escribía a máquina y en hojas de papel revolución–, se entregaban a quien les habría de añadir “el chiste”. A la salida de Rius de la editorial, de ello se ocupó Carlos León (humorista español avecindado en México, columnista en el periódico Novedades); a su muerte, siguió con la divertida encomienda Chava Flores (cantautor de gran éxito).
Conocí a Salvador Flores Rivera, autor de Los frijoles de Anastasia, cuando trabajaba un texto para dotarlo de la parte humorística. Lo vi por vez primera reclinado y escribiendo sobre el texto, armado de un diccionario a su lado izquierdo, seguramente para utilizarlo y hacer juegos de palabras. Quien ponía el humor era el encargado de darle indicaciones al monero para que hiciera tales o cuales dibujos; aunque con frecuencia el propio dibujante ponía de su cosecha. Finalmente, pues, se incorporaba la labor del dibujante quien se encaraba de dar voz, color y vida a Calzonzin (con su cobija eléctrica y un enchufe colgando), don Perpetuo del Rosal (cacique), doña Emme (beata del pueblo), Arsenio (policía) y tantos otros personajes. Todo el material preparado por el dibujante se remitía a la imprenta. El tiempo total del proceso era más o menos un mes. Los Supermachos era una publicación semanal y según datos de la editorial llegó a alcanzar hasta 500 mil lectores.
La salida de Rius
Entre las personas que conocí durante los casi dos años que trabajé (primero como simple guionista y al final cubría la labor del humorista también) estaba justamente Eduardo del Río. Lo encontré a las afueras de la oficina de Octavio. Fumaba –creo– cigarros Delicados. Y eso fue lo primero que me decepcionó, porque Rius había escrito muchas páginas sobre higiene y salud en libros como La panza es primero o No consulte a su médico, donde recomendaba alejarse del tabaco. En fin, luego entendí que una cosa es el escritor y otra el ser humano.
Como sea, Rius se había retirado de Los Supermachos en medio de una bronca que trascendió porque se ventiló un tiempo en los medios de comunicación, donde el caricaturista afirmaba que Octavio le había “robado” sus personajes. La versión que yo conocí fue la del editor y dueño de la empresa.
Octavio conoció a Rius en una agencia funeraria, donde este trabajaba como empleado de… bueno, ni el propio Eduardo sabía bien a bien lo que hacía en ese sitio. Octavio fue a hacer una llamada telefónica y se percató que Rius dibujaba de una manera desenfadada. Le gustó el trazo y lo invitó a colaborar en la revista ¡Ja-Já!, coordinada en aquel tiempo por Octavio. Ahí empezó profesionalmente el dibujante. Al poco tiempo, Octavio tuvo diferencias con la gente que dirigía entonces Excélsior, y se fue a seguir con su vocación editorial. Venía tiempo atrás fraguando la idea de una historieta de tipo político (quizá bajo la influencia de las películas mexicanas de charros, delirios amorosos y canciones) y se le ocurrió crear San Garabato, con algunos personajes. Invitó a Eduardo del Río, quien añadió otros personajes. Así se empezó a publicar uno de los cómics políticos más exitosos. Fue lanzada la publicación en 1965, y de entrada se llegaron a distribuir 250 mil ejemplares, algo realmente insólito para un país donde la lectura no es precisamente una prioridad. Octavio me confió que fue él quien agregó el título Los Supermachos de Rius. Y Rius se creyó el dueño de la revista y los personajes.
El diferendo con Octavio se inició con motivo de unas vacaciones que Eduardo y exigía le fueran pagadas. Unas palabras llevaron a otras; el monero se disgustó y acusó de substracción indebida de los personajes; los cuales, por cierto, fueron registrados (en la Dirección General de Derechos de Autor) por Octavio. Como sea, se armó la bronca y Octavio la paró con una llamada telefónica donde le comunicaba al dibujante que si continuaban sus ataques en la prensa él –Octavio– publicaría los cartones de cuando Rius era filoyanqui (¡¡¡Sopas!!!, diría uno de los personajes.)
El monero salió disgustado, y entiendo que con los años se reconciliaron, sobre todo porque la Editorial Meridiano le siguió pagando derechos a Eduardo del Río. Por eso lo llegué a conocer en persona.
El modelo se fue agotando
Tanto Los Supermachos como Los Agachados fueron cumpliendo un ciclo, un ciclo muy asociado a la lucha contra el autoritarismo y los abusos del gobierno federal. El sexenio de Echeverría habría de tener encuentros y desencuentros con la juventud. Durante su administración se creó el Colegio de Bachilleres y la Universidad Autónoma Metropolitana. Sin embargo, la libertad de prensa vivió uno de sus más oscuros momentos. El control férreo del gobierno se ejerció sobre las televisoras y sobre la radio. La prensa padeció otros medios de control, y eso porque el gobierno sabía que un número limitado de personas en México leía los periódicos (y que lo que menos leía era las columnas y editoriales).
Las revistas de humor también fueron objeto de ataques y limitaciones. Pero el gobierno tenía información de que su alcance era menor que los periódicos. Aun así, los editores y quienes hacían estas revistas sentían la zozobra cada vez que se conocían casos de desapariciones forzadas o de detenciones arbitrarias.
La penúltima vez que vi a Echeverría fue en el auditorio de la Facultad de Medicina, cuando el mandatario se empeñó en inaugurar los cursos de la UNAM, con el pretexto de que así lo había hecho en su momento el presidente Adolfo López Mateos.
No obstante el intento de disuasión del Rector Guillermo Soberón, Echeverría se plantó en el auditorio (donde meses antes había estado Salvador Allende, médico, por cierto) y nunca logró articular más de una palabra más allá del “Con beneplácito…”. El griterío no lo dejó continuar. Hubo intervenciones de sindicalistas y estudiantes. El mandatario se fue.
Al salir nos encontramos con que en la explanada había un grupo de individuos que blandían sus palos de kendo para “dialogar” con los estudiantes. Una pedrada selló el desprestigio político del presidente. Nos dimos cuenta, vívidamente, que los esfuerzos en todos los frentes, incluidos los medios de comunicación, no acaba ni acabará, mientras existan los abusos, la prepotencia, la ignorancia y el fanatismo. Contra eso existieron Los Supermachos.