En mi experiencia, esperar a que la ciudadanía se movilice espontáneamente es similar a los deseos de año nuevo: suenan bonitos, edificantes y grandilocuentes, pero se ve su fracaso en pocos días. Si no existe la voluntad en asuntos públicos, empecemos por hablarnos claro: cualquier intento de transformar el país en ausencia de partidos sólidos debe partir de asumir nuestra propia responsabilidad. Sólo de esa forma se pueden tejer redes y relaciones con otros, en la esperanza que lleven a una estructura organizada.
Por otra parte, no puede haber una acción pública, sea individual o colectiva, sin un método que ayude a definir objetivos y mueva a la disciplina para alcanzarlos. ¿Disciplina, dije? Así es: hay que ajustar costumbres lectoras, adaptarse a un entorno incierto y aprender habilidades. Va una pequeña guía para, si se desea, armar una opción “ciudadana” sin caer en buenos deseos.
Paso 1: el pasado está muerto. Mucha gente cree que Morena es un mal sueño y que, sacándolo del poder, las cosas volverán a ser “como eran antes”, sea lo que signifique. Este planteamiento parte de un error de fondo: idealizar el pasado, cuando en realidad había fallas, errores y omisiones que llevaron al colapso del sistema. En realidad, el reto es distinto: apostar a la calibración o reaccionar y abonar al deterioro.
Si el pasado está muerto, debemos tener cuidado de enfrentar lo desconocido con las viejas ideas, métodos y discursos. Por más que nos guste buscar líderes, los partidos políticos enfrentarán un proceso de reconfiguración después de las elecciones intermedias y tomará años. Las estructuras locales serán las que más rápido se adapten, pero eso implicará a menudo un recambio generacional.
Veámoslo así: creer en políticos que ya ejercieron el poder porque tuvieron un desempeño aceptable en el pasado es aferrarse a una esperanza, no pensar estratégicamente. Además, ellos no sólo diseñaron reglas electorales a modo, sino tampoco supieron reaccionar y tomar medidas cuando surgieron los reclamos que el populismo supo explotar. Busquen políticos que tejan un discurso alternativo: huyan de los nostálgicos.
Tampoco sirven de gran cosa en estos momentos la mayoría opinadores, analistas o intelectuales: sólo pueden comunicarse a un grupo pequeño, sólo tienen una respuesta y a menudo ya están rebasados. Pueden ser técnicamente notables, pero en un momento donde imperan los sentimientos es irrelevante tener la razón. Busquen gente didáctica, clara y que no presenten su conocimiento como dogma.
Paso 2: cuiden el lenguaje. Tenemos ante nosotros el mejor comunicador político activo en México, y uno de sus instrumentos es el lenguaje. No hablamos solamente de sus expresiones que, al usarlas, terminamos pensando como él. Nos referimos también a calificativos e insultos, que también replican quienes se dicen sus opositores. El mayor triunfo de esta estrategia es el entorno de polarización, donde ambos lados buscan ofender al otro.
Eviten los insultos: nada se logra y parecen chimpancés lanzándose heces. Tampoco usen las palabras, expresiones, dichos y metáforas del presidente ni de burla, pues lo fortalecen. Busquen que su lenguaje sea lo más claro posible. Sean, sobre todo, amables: se trata de tejer nuevos puentes con los demás. Las poses de superioridad moral y las pedanterías no los hacen mejores.
Paso 3: ¿qué representan? Mucho más triste y lamentable que definirse como militante de algo es hacerlo en contra de algo. ¿No han pensado qué banales son quienes ponen “anti-peje” o similares en sus biografías de redes sociales? Al hacerlo, terminan afianzando a quien odian, pues solo son reactivos.
Si lo vemos fríamente, es difícil definirse según parámetros políticos: a nivel mundial todo está en cambio y nada parece ser estable. Las categorías ideológicas ya no sirven de mucho, aparte de confundir a personas con urgencia de sentirse identificados con algo. Tomará varios años, o quizás décadas, encontrar nuevas categorías.
¿Qué hacer? Identifiquen sus valores propios. ¿Qué es la democracia para ustedes? ¿Qué valores debe tener un demócrata? ¿Qué es ética y por qué es distinta de la moral? ¿Cuál es su propia responsabilidad ante sí mismos y sus comunidades? Se vale tener referentes, pero recuerden: el ciudadano ejerce la duda como método de acción.
Paso 4: abran sus redes y lecturas. De nada sirve leer solamente autores o tuiteros con quienes congenias: eso sirve en cultos religiosos, cuando se desea afianzar creencias, pero es un desastre en una democracia. Ahora bien, hay que reconocer que se pierde mucho tiempo leyendo a fanáticos o extremistas, cuyo único recurso argumentativo son los calificativos.
Procuren leer todas las posturas. Es sano enterarse de cosas incómodas, pues así se cuestiona lo propio, se alimenta el pensamiento crítico y se forma el criterio. Entre más lean, podrán distinguir a quienes tienen algo qué aportar frente a los fanáticos de cualquier bando. Dejen de asumir que los oponentes son tontos o deshonestos por serlo.
Paso 5: tiendan puentes. Sólo se pueden construir puentes de comunicación si se entienden las posturas ajenas y se reconoce su validez. Esa es la gran diferencia entre los extremistas, y la razón por la que no pueden ser una alternativa. Para algunos, esto puede ser señal de tibieza, pero quizás somos más quienes deseamos salir de la dinámica de desgaste a la que se nos ha expuesto.
Si nadie está completamente en lo cierto ni completamente equivocado, entonces urge el diálogo y la negociación. Aprendan a argumentar e identifiquen las reglas del debate para no caer o fomentar falacias: verán así que los argumentos de casi todos los “maromeros” de ambos bandos no son más que chatarra escrita. ¿Qué tal si abren un club de debate como la semilla para un grupo de personas afines que buscan organizarse?
Hay mucho por hacer, pero no es cuestión de “voluntad” o de confiar en figuras mitológicas como la “sociedad civil”: todos somos ciudadanos. Aportemos desde nuestro ámbito de responsabilidad.