Esta semana, en el decadente e indigesto programa de televisión “Es la hora de opinar”, la opinadora gobiernista Vanessa Romero se lanzó en picada: ella, que no hace análisis, se atrevió a decir que los críticos –todos los críticos- de la elección judicial cometemos tres “errores analíticos” al afirmar que Morena controlará la suprema corte. Uno es, dice la propagandista presidencialista, que no conocemos a profundidad los perfiles de los candidatos ganadores. Otro, según la colaboradora del corrupto Arturo Zaldívar, es que no tomamos en cuenta la agencia (capacidad de decidir y actuar por uno mismo) de cada ministro. El tercer supuesto argumento de la socia de Javier Corral, para negar que su partido controlará la suprema corte, es que Morena no es un “bloque monolítico”. El primero y el segundo dichos son aún peores que el tercero, más superficiales, torpes y descarados. Eso sí: puesto que ella habla como si no fuera lo que es y pudiera darnos clases a todos, se justifica que la crítica a los tres dichos sea dura y sin concesiones.
¿Conocemos bien a Lenia Batres, Yazmín Esquivel, Loretta Ortiz, María Estela Ríos y Hugo Aguilar? Sí, y el resumen es que son políticos obradoristas. Evidente e indudablemente obradoristas. Obradoristas completos y probados. Su perfil es claro y no se diluye porque algunos de ellos (ellas) tengan pleitos personales entre sí; no hay nada que Romero pueda descubrir que signifique que son juristas de excelencia y pensadores independientes. No lo son. Los demás ministros “electos” no son ni propiamente independientes ni antiobradoristas. Si lo fueran no habrían llegado a los “acordeones”, lo que fue la verdadera elección y fue partidista; ¿quién los puso ahí? En otras palabras, sabemos que los cinco que nombramos y el resto referido fueron y son los candidatos del poder obradorista, escogidos por otras élites del partido, “electos” mediante acarreo, para servir a los intereses de esas élites, a las que algunos pueden pertenecer. Si estaban en los “acordeones” y “ganaron”, están en acuerdo con quienes los pusieron en ese lugar para que votaran por ellos. Lo más probable es que, bajo las nuevas circunstancias, todos cumplan el acuerdo. ¿Es ingenua, Romero? Yo no.
Ahora bien, ¿los escogidos son individuos con agencia? Política y constitucionalmente, poca, y dentro de los límites del obradorismo. No sólo porque son algún tipo de obradoristas y fueron elegidos por el liderazgo obradorista, también porque Morena es ya el partido dominante, en vías de hegemónico. Así, además de que Romero no acentuaba la agencia jurídica mientras se trataba de los ministros y ministras críticos que serán sustituidos, está ignorando el marco político-institucional que da contexto y por tanto fronteras a la agencia; ésta tendrá un contexto menos favorable, más restrictivo, de hoy en adelante. Porque incluye, repito, cualquier tipo de dominación de Morena sobre el Estado y el sistema político. También de esto se trata la subordinación judicial: de que los jueces, aunque sean de tu partido, no sean ni muy relevantes ni tengan auténtico y general protagonismo. Los agentes de los poderes legislativo y ejecutivo no les permitirán a los ministros ponerse o quedarse a su nivel: no habrá equilibrios de poderes, ni equilibrio no partidista ni equilibrio partidista. AMLO fortaleció el presidencialismo y aunque en este momento continúa su jefatura máxima el movimiento hacia el presidencialismo autoritario es lo que continuará cuando acabe el paréntesis del maximato, que tendrá que acabar. La única opción obradorista que quedará es el presidencialismo. Ese presidencialismo es igual a la mínima agencia posible de los ministros de la corte. El “análisis” romeriano es paupérrimo.
Por cierto, añado que desde mi perspectiva Margarita Ríos y Raúl González Alcántara no fueron grandes ministros y que si terminaron como ministros dignos y no obradoristas fue por la influencia de dos grandes hechos: 1) los enormes excesos de AMLO y de Zaldívar, 2) precisa y combinadamente, su contexto político-institucional fue muy malo pero no peor al que tendrán los ministros entrantes. El nuevo contexto es más autoritario, más partidista, más obradorista. Todo lo que sigue a la elección judicial. Todo lo que Romero deja de lado.
El tercer dicho de una de las vergüenzas de El País es el más interesante para mí. Es más pretencioso y simulador que los otros dos. El dicho es, recuerde, que Morena no controlará la suprema corte porque Morena no es un monolito. Desempacándolo (sí, analíticamente), vemos que incluye dos proposiciones generales y gemelas, “los partidos monolíticos son los que controlan a las cortes” y “los partidos no monolíticos no controlan a las cortes”. No son dos proposiciones científicas. Quizá no las produjo ni conscientemente siquiera… Pero ahí están. Y una de sus implicaciones es un problema bifronte: el PRI hegemónico era un monolito, ya que controlaba a la corte, o no la controlaba, en tanto no era un monolito. Lo empíricamente cierto es que el PRI no era monolítico, era hegemónico, y por eso controlaba a la corte. Por favor, que alguien le enseñe ciencia e historia políticas a la señora Romero; hay politólogas e historiadoras de primer nivel que podría leer –quizá vendan sus libros en la librería de Corral-Ricart-Romero.
Pero le ofrecemos una reiteración y una sinopsis: si lo que ella afirma fuera verdadero, se implica que el PRI hegemónico no tenía control final sobre la suprema corte porque ese PRI tampoco era un partido con uniformidad y unanimidad internas totales. No era monolito. No era un partido pluralista, esto es, favorable a la pluralidad democrática en el Estado, pero era más o menos plural hacia dentro de sí mismo, pues era pragmático. Y tenía grupos y corrientes, camarillas y grillas caseras, que alcanzaban su mayor intensidad alrededor de la sucesión presidencial, sucesión que nada tenía que ver con la democracia. Peor todavía, la afirmación de Romero extiende su implicación hasta otro punto: el PRI hegemónico no habría sido hegemónico por tener cierta diversidad interna. Porque según la obradorista ese carácter no monolítico le impediría subordinar al poder judicial y desactivar la división de poderes, dos hechos consustanciales a la existencia de un partido hegemónico. La verdad histórica es que aquel PRI, como Morena, no era un partido ideológico y de izquierda sino una coalición política conflictiva. Una coalición amplia y conflictiva, lo que no quiere decir que sí fuera democrática o no fuera partido, quiere decir que el partido así era, que sus sectores formales –CTM, CNC, CNOP- y sus sectores informales –grupos, corrientes, camarillas- eran lo que formaba al PRI mismo, partido que fue hegemónico a partir de 1946 y como tal anuló la división constitucional de poderes, teniendo control sobre el Estado y dentro de él sobre el poder judicial y la suprema corte. Esto es lo que Morena, informalmente el partido de Romero porque informalmente milita en uno o más de sus muchos grupos, buscó y obtendrá con la reforma y las elecciones judiciales. Morena tiene cosas que tienen los partidos hegemónicos y está en busca de lo que le falta, electoralmente, para así concretarse y consolidarse…
Cabe agregar una pregunta con su respuesta. ¿Un sistema como el priista significa que ninguna de las decisiones judiciales, ni una sola, contraviene intereses o posiciones ejecutivas? No. Puede haber algunas decisiones “desviadas”. Pero pocas y/o irrelevantes, sobre todo irrelevantes respecto a la reproducción del sistema. No lo ponen en riesgo de morir y pueden ser otra forma de estabilizarlo. Veamos otro caso de poder judicial sin independencia general bajo régimen autoritario, el sudafricano del Apartheid: “De cuando en cuando los tribunales en Sudáfrica todavía pronuncian sentencias que avergüenzan [porque contradicen] a las autoridades, pero tales decisiones son mucho más raras de lo que acostumbraban ser. [Están] en una situación en que el poder judicial tiende a inclinarse en favor del Gobierno (Africa Bureau, Fact Sheet #24, diciembre de 1972). Las excepciones judiciales no forman independencia judicial.
Vanessa Romero la analista es un fraude como la elección del 1 de junio de 2025, la elección judicial obradorista. Sin que venga al caso su género, tenga los títulos que tenga, la ponga el poder donde la ponga, se enoje cuanto se enoje, lo que ella hace no es análisis, es propaganda –y cálculo personal.
Extra: el caso de Yazmín Esquivel y otros nuevos jueces me recuerda una cita de Jesús López-Portillo, abogado de Jalisco del siglo XIX: “para ser jurisconsulto se necesita gran talento; para ser licenciado basta con una mediana dosis de picardía”. ¡Y para ser licenciado y juez obradorista se necesita mucha más!