Una revista marginal que muy pocos recuerdan y otros quisieran olvidar

Compartir

Entre mi memoria hemerográfica no hallo los primeros ejemplares de una revista marginal y, simultáneamente, emblemática de los muchachos activistas universitarios de principios de los 80, así como lo fue también El Buscón de aquellos años, con sus memorables portadas de cartón, que reunió opiniones de varios muy destacados analistas que incluso ahora mismo son referente para muchos de nosotros, como lo es Christopher Domínguez.

La publicación marginal a la que me refiero, igual que El Buscón, comenzó a circular por ahí de 1983, calculo, y se difundió en uno o dos planteles de la UAM y en varias escuelas de la UNAM como los CCH Naucalpan y Azcapotzalco y las Facultades de Filosofía y Ciencias Políticas, e incluso tuvo una presencia mayor durante el movimiento estudiantil de 1986, coordinado bajo las siglas del Consejo Estudiantil Universitario.

El grupo editorial de aquella revista se conformó por estudiantes de los planteles antedichos y fueron una expresión fresca, y algo exótica, de los viejos debates de finales de los 60 y 70, entre la doctrina del marxismo ortodoxo, el estalinismo triunfante y el trotskismo como la seña de identidad fundamental para decirse de izquierda porque se oponía no sólo al sistema del PRI y el presidencialismo, sino a la alternativa soviética que implicaba el autoritarismo y la supresión de cualquier punto de vista distinto al que representaba entonces la URSS, Cuba y todo el bloque oriental. Aquel equipo tuvo como referente no sólo al creador de la teoría de “La Revolución permanente” sino a los hermanos Flores Magón, los teóricos anarquistas del siglo antepasado y el eco cultural e intelectual que dejó el mayo francés.

Las acaloradas discusiones del grupo editor de esta revista marginal a la que me refiero eran intensas –así se nota en sus ejemplares– escolásticas y vetustas, pero también tuvieron una pátina de novedad que, en varios sentidos, apuntalaron la agenda moderna de la izquierda de las siguientes décadas: el respeto a la libre manifestación de las preferencias sexuales, la despenalización del aborto y, aunque no se plantearon puntualmente la legalización de la marihuana, por ejemplo, nunca le pidieron permiso al Estado para consumirla varios de ellos. Ah, y una y otra vez defendieron la pluralidad y la democracia, en cada número que carecía de una periodicidad definida y que lo vendían ellos mismos en las paredes universitarias; la cooperación era voluntaria.

Esa publicación marginal tuvo un ímpetu en favor del pensamiento y la discusión como muy pocas (pienso en El Buscón o Punto crítico y, poco antes, Política) y, prácticamente sin recursos más que el boteo y una pizca de la venta de libros que “expropiaban” furtivamente, convocó a intelectuales de la talla de Marta Lamas, José Woldenberg, Gustavo Hirales, Carlos Monsiváis y a jóvenes como el entonces punketo Jesús Ramírez Cuevas y quien esto escribe, aparte de que ellos mismos hacían periodismo en los más variados géneros (y eran extraordinarios estudiantes). Jorge Ortiz Leroux y sus hermanos Jaime y Sergio, o Alejando Moreno y su hermano Óscar –quien se distanció de ellos al volverse famoso durante el movimiento del CEU– y varios más escritores de toda calaña y demás fauna, como les gustó decir. La revista la hacían en “La Casa vieja”, por allá en Periférico un kilómetro más o menos después de Echegaray donde también organizaron reventones memorables.

Estoy seguro de que un día escribiré con rigor sobre esta publicación (incluso con anécdotas para darle color), a la que considero una de las más importantes de la prensa marginal de aquel entonces. Ahora la menciono porque muy pocos la recuerdan, incluso hay esfuerzos de recopilación de ese tipo de revistas que no la consideran. Lo hago por nostalgia y también por un lúdico ejercicio de memoria. Aunque es posible que sobre todo por gratitud y querer dejar registro de ésta porque al paso del tiempo a muchos de sus hacedores no los he vuelto a ver.

La revista se llama La Guillotina.

Autor