México se hunde, por acumulación de golpes, por el desmoronamiento de resistencias, por la pasividad de las clases medias, por la mediocridad de la oposición, por el aturdimiento que provoca un monólogo patológico. Colapsa (ahora sí) el sistema político mientras se procura, con el frenesí del converso, la obesidad de las Fuerzas Armadas y su inconstitucional entronización. Y no, no puede haber argumentos a favor del nuevo uniforme, mejor conocido como “la Guardia”, si la inseguridad es pesadilla nacional, si no hay estrategia de ninguna índole, y si hay instrucción expresa de no enfrentar al crimen, al organizado, que es el que cuenta para lo que importa al gobierno: amarres, intimidación, esas cosas.
Lo militar es político, por acción o por omisión, y van cuatro años de pertrechos. En tanto fuerza, negocio e ideología, se le quiere cerquita para el agandalle que, de ser necesario, se perfila para el 24, y para después. Eso se llama militarismo, un tipo particular de degradación política que desde luego hay que pagar, junto con otros derroches obscenos. El desaguisado se financia vaciando las entrañas del gobierno, y dejando al grueso de las instituciones en membretes de oficinas sin recursos ni encomienda; destacan la destrucción del sistema de salud, y la destrucción paralela de la escuela pública como espacio de resguardo y aprendizaje, y su transformación en reproductora de ideología.
El nuevo estado de cosas (eso de “régimen” es un poco excesivo para el batidillo que hoy se fragua), ha requerido de personal a la altura de la encomienda. En inglés se les dice enablers a los facilitadores que acompañan y apoyan un comportamiento destructivo, y se ha usado mucho últimamente para referirse a quienes ayudan a Trump en su carrera insurreccional. También aplica el colaboracionismo, pues aunque el término se refiere usualmente a contextos de guerra en los que se respalda a un invasor, la caracterización del asalto a una democracia no tiene por qué reparar en nacionalidades. Como son contados los casos de heroísmo colectivo, como las resistencias son usualmente cosa de microminorías, como lo normal es arrimarse al poder y arañar oportunidades, y como la meritocracia está prohibida, la cantera para reclutar es amplia, y más aún en tiempos en los que se disuelven lazos de sangre y de comunidad.
En el tránsito mexicano hacia algún tipo de anarco-autoritarismo, el clima es idóneo para los facilitadores y para los colaboracionistas, todos con encomiendas que nunca imaginaron y que quizá nunca entiendan; todos actores de reparto, personal de relleno, deliberadamente insignificantes. Cuando la encargada de educación pública dice, con lentitud auténtica y sonrisa vacía, que “no podría contestar” algo elemental, sintetiza a la perfección la ignorancia como proyecto, complemento del militarismo. Por eso el coro que ayer lanzaba insultos contra el Ejército, y que ahora aplaude todo lo que le dan, sale raudo al quite de la mujer pasmada: “sí, no sabe, y qué”.
Es cada vez más extrema la podredumbre política de un gobierno que desfoga cual drenaje en un mar de ineptitud e impunidad; un mar fétido en el que MORENA tendrá que chapotear bajo su propio riesgo, como todos. Pero no lo ven, porque la ruina del país es su fiesta privada, y tampoco son del tipo que entendería que la ignorancia y la soberbia son hermanas de la ceguera. “No sabemos, y qué”, gritará el coro. Muy bien, pero pronto, muy pronto, hablarán también los cuarteles.