For Lords or kings I dinna mourn,
E’en let them die – for that they’re born!
Robert Burns, Elegy on the Year 1788
Por Raudel Ávila
Juan José Rodríguez Prats, un talentoso ideólogo del PAN, acostumbra exponer la diferencia entre priistas y panistas de la siguiente manera: mientras el PRI produjo políticos de tiempo completo, el PAN engendraba políticos de temporal. “El priista vive de, por y para la política. El panista nada más cuando sus actividades particulares le dejan tiempo libre y presencia de ánimo”. El priista se regocija en todos los aspectos del poder. El panista suele acobardarse ante la brutalidad y bajas pasiones del poder. “Ay no. La política es muy dura. Mejor regreso a mi despacho en la iniciativa privada”, se burla Rodríguez Prats de las frases de sus correligionarios. El priista es pragmático hasta el cinismo, y el panista doctrinario hasta el ridículo.
Estos diferentes temperamentos pueden servir para explicar la predecible derrota de la alianza encabezada por Alejandra del Moral en el Estado de México. Dentro del priismo, quizá ninguno de sus grupos perfeccionó el pragmatismo al nivel de los mexiquenses. Como demostró el investigador Rogelio Hernández en su libro clásico Amistades, compromisos y lealtades. Líderes y grupos políticos en el Estado de México 1942-1993, la elite priista estatal desarrolló peculiaridades que le permitieron a los mismos grupos permanecer en el poder durante décadas. En ningún otro estado del país, el priismo desarrolló tal sentido de identidad y orgullo por su estilo de hacer política. Primero, a pesar de su cercanía con la capital del país, inhibieron la interferencia excesiva de la Presidencia en las disputas de poder local. De igual manera, evitaron la fragmentación de su territorio geográfico. Segundo, consolidaron su cacicazgo a lo largo del tiempo. Tenían cartas de presentación para todos los gustos. Si querían presentarse como respetables, ponían por delante al patriarca fundador del grupo: el doctor Isidro Fabela, un cultísimo político y diplomático mexicano, juez de la Corte Internacional de Justicia de La Haya. A la inversa, para presumir eficacia electoral, capacidad negociadora y ferocidad implacable para reprimir, se ofrecía la imagen del profesor Carlos Hank González. Las dos caras del priismo en el siglo XX. Por un lado, el cosmopolita y constructor de instituciones. Por otro, el atrabiliario, autoritario y machista, pero que arrasa electoralmente por su innegable conexión popular.
Alfredo del Mazo III, hijo y nieto de gobernador, primo de presidente de la República es o pudo ser la encarnación perfecta de este grupo en el siglo XXI. Educado en una de las mejores universidades del mundo (Harvard) y cuidadoso con las formas hasta niveles aterciopelados. Simultáneamente, heredero de una dinastía formada en la brega de tierra y la batalla campal más violenta por los cargos de poder. A diferencia de su primo el expresidente Enrique Peña Nieto, Alfredo del Mazo Maza tiene la sofisticación intelectual para entender los vericuetos de la administración pública. No dispone, sin embargo, del carisma y poder de seducción sobre las mujeres que distinguió al expresidente.
Un buen amigo me decía que Alfredo del Mazo le recuerda a Boabdil, o Muhammad XII, el último sultán del reino de Granada, quien huyó triste y derrotado ante la reconquista española del reino. No me convence del todo. El novelista Amin Maalouf retrata a Boabdil en su novela León el africano como un gobernante avergonzado de haberle fallado a su estirpe. Incluso refiere cómo Boabdil conservó siempre una de las llaves de su residencia a manera de recordatorio nostálgico y aspiración de regresar un día para recuperarla. Me parece que Alfredo del Mazo no guarda (¿ni guardará?) ninguna conexión emocional con el Estado de México una vez que lo entregue a Morena. Su nula disposición a involucrarse en la contienda electoral o apoyar a su partido y la candidata a la gubernatura podrían explicarse por su mismo cosmopolitismo. Una suerte de indiferencia ante la tierra que lo vio nacer. “Yo puedo vivir tranquilamente en el extranjero. Si quieren que los gobierne Morena, allá ustedes”, parece decirnos. Hay también, desde luego, el aspecto oscuro del poder. En 2019, el diario El País publicó una investigación sobre cuentas bancarias del gobernador Del Mazo en Andorra. Siguiendo el ejemplo de su primo, el expresidente Peña y de todos los exgobernadores priistas este sexenio, del Mazo puede querer un arreglo que le garantice a Morena la entrega incondicional del Estado de México a cambio de impunidad: la rendición de plaza en aras de la libertad para gozar de su patrimonio fuera del país. Otra vez, como dijo Rodríguez Prats, el pragmatismo tradicional del priismo expresado ahora como “sálvese quien pueda. Mejor dejar el poder que perder el dinero”. Me resulta más parecido a la retirada cobarde de la elite política, intelectual y militar francesa después de la toma de París por los nazis, que a la derrota de Boabdil.
Si Alfredo del Mazo ha decidido no participar en la campaña de Alejandra del Moral, el PAN, el otro partido integrante de la alianza, decidió hacerse invisible. Hay que seguir las cuentas de los panistas mexiquenses en redes sociales o buscar noticias de la dirigencia nacional del PAN en el Edomex. Ni siquiera parecen estar en período electoral. Nadie siente a Alejandra del Moral como su candidata, se le ve como una priista tradicional, la enemiga histórica de su partido en la política local. Siguiendo a Rodríguez Prats, doctrinarios hasta el ridículo. “El PAN está cómodo gobernando en los municipios”, me dice uno de ellos, como si fuera timbre de orgullo su limitadísima vocación de poder, su estrechísima mirada política y su nula visión de Estado. Ni Enrique Vargas, el desechado precandidato panista a la gubernatura, ni Anuar Azar, el presidente del PAN en el Estado de México, ni Marko Cortés, el dirigente nacional panista, han dado testimonio de colaboración intensiva para la victoria de Alejandra del Moral. Prácticamente no se les ve acompañándola. Podríamos imaginar que se trata de un movimiento táctico del panismo para que el PRI termine muy debilitado al perder el Estado de México y el PAN llegue más fuerte a las negociaciones de candidaturas de la alianza en 2024. No obstante, suena demasiado maquiavélico para los reducidos alcances intelectuales del panismo contemporáneo.
El otro enigma es Marko Cortés. Durante años pensé que se trataba de un político bisoño, incompetente, ingenuo, sin experiencia real de poder. Un tonto que se dejaba impresionar por Alejandro Moreno, dirigente nacional del PRI. Es posible que se trate de una pantalla. En el fondo, no es que Cortés sea un niño rico de provincia, carente de barrio, impresionado e impresionable por las bribonadas del hampón Alejandro Moreno. Es que resulta concebible que se trate de una relación de complicidad entre ellos. Cortés nunca ha tenido hambre real del máximo poder. Más bien aspira a controlar los grupos internos de su partido para repartirse con ellos las candidaturas, sobre todo las muy apetecibles plurinominales que no exigen la fatigosa tarea de hacer campaña. De todos modos, a los panistas les da miedo convivir con las muchedumbres. La alianza con el PRI de Alejandro Moreno le sirve a Cortés para mantenerse al frente del panismo a pesar de sus exiguos resultados electorales como líder.
Ante las derrotas del PAN y la incapacidad para crecer o siquiera figurar en estados diferentes de sus bastiones tradicionales, Cortés se justifica diciendo que los críticos dentro de su partido quieren demoler la alianza. El conformismo patético del PAN tiene raíces históricas muy viejas. “Perdimos, pero fuimos los candidatos de la gente decente”, decían con clasismo insultante en otro tiempo. Todos recordamos la filtración de una grabación en la que Marko Cortés asume un derrotismo ignominioso que hubiera obligado a renunciar a cualquier otro dirigente partidista en el mundo: “No hay más, está muy complicado… la única que tenemos realmente posibilidades, y muy buenas, y contundentes de ganar, es Aguascalientes”. El horizonte estratégico del dirigente panista es Aguascalientes, uno de los estados más pequeños y electoralmente insignificantes del país. Por todo lo antedicho, me es imposible pronosticar otra cosa que la victoria de Morena en el Estado de México. Nuestras oposiciones no tienen hambre de poder.
Siempre es posible que yo me equivoque. Podría ser que, a final de cuentas, el oficialismo morenista le regale el Edomex al PRI con tal de que éste traicione a la alianza en 2024. Es una posibilidad real. No obstante, hoy no parece ni siquiera necesario. Las encuestas marcan que Morena camina con paso firme a la conquista del Estado de México en 2023 y de la Presidencia de la República en 2024. La alianza es hoy más débil que hace un año, lo mismo por el pragmatismo cínico de los priistas que por la ridícula disposición doctrinaria, que no doctrinal, del panismo. Así, la contienda por la gubernatura del Estado de México confirma en los hechos la hipótesis analítica de Rodríguez Prats.