Esencialmente hay dos actitudes para enfrentar cualquier tipo de problema: reconocerlo y tratar de solucionarlo, o bien, ignorarlo y esperar a que el bálsamo del tiempo lo diluya. Agarrar al toro por los cuernos o dejar pasar y dejar hacer, es el dilema.
Tratándose de asuntos del corazón o de afecciones del alma apostar al tiempo constituye la actitud más aconsejable, pues en la mayoría de los casos es el único derrotero más o menos cierto para atemperar la desazón. Ante la pérdida, la separación o la decepción, lo prudente es darle tiempo al tiempo para no agravar la aflicción y echarle más leña al fuego.
Hay, sin embargo, otros casos que reclaman una actitud proactiva pues la enjundia constituye el único camino con alguna probabilidad de sortear el asunto, toda vez que el de la pasividad o el de la duda conducen irremediablemente al desastre. Tal es la esencia de los asuntos públicos y de gobierno.
Abrazar la iniciativa para enfrentar un problema inicia con reconocer su existencia y gravedad, exige determinación en el actuar y, en ciertos casos, demanda imaginación, innovación, audacia e, incluso, temeridad casi suicida. Como bien señala la conseja popular, de acuerdo al sapo es la pedrada. O, como decía Churchill en la guerra, determinación; en la derrota, resistencia; en la victoria, magnanimidad.
Imaginemos qué hubiera pasado con su gestión y con el orden mundial que conocemos, si Franklin D. Roosevelt se hubiera paralizado ante un país que se estaba desmoronando o que hubiera optado por culpar a los periódicos, cómplices de sus adversarios, del desastre por difundir exclusivamente malas noticias y no contar las cosas buenas.
Roosevelt sabía que tenía que actuar de manera determinante e inmediata, pero también en forma sensata. A diferencia del presidente Peña Nieto, sabía que solamente con la comprensión y eventual apoyo de la gente podría dar resultados la amarga medicina que se necesitaba en ese momento. Sabía que el éxito de su actuar dependía de su capacidad para neutralizar el mal humor social en su contra y la desconfianza y el miedo de la gente. Sabía que un líder que no es popular, no es líder.
Su decisión fue muy sencilla: dar la cara, hablar de frente y decir la verdad sobre la gravedad de la situación que se vivía, tratando a sus interlocutores como gente adulta y de razón. El domingo 12 de marzo de 1933, a ocho días de haber jurado por vez primera como presidente de los EU, Roosevelt explicó, con un lenguaje deliberadamente llano y comprensible, a los 60 millones de norteamericanos que lo escucharon en aquella ocasión, las medidas que había tomado, las razones por las cuales la tomó y los siguientes pasos que se tenían que dar. No buscó el aplauso fácil organizando un talk show a modo, simplemente explicó con manzanitas como estaba el enjuague.
Ese fue el origen de la primera de sus 30 célebres “Pláticas ante la Chimenea”, Fireside Chats, que compartió entre 1933 y 1944 con todo ciudadano que deseara escucharlo. No hizo casting, no privilegió a ningún segmento de la población, no recurrió a razones de Estado, no utilizó un lenguaje retórico, no apeló a sofismas en su argumentación, no aseguró que sólo con el tiempo lo entenderían. No. Simplemente dio a conocer las razones de las medidas que tomó y lo que esperaba de ellas.
Parafraseando lo que el mismo Roosevelt señaló durante su primera alocución de casi catorce minutos: la confianza y el valor ciudadanos son esenciales para el éxito de cualquier plan de gobierno. La gente debe tener fe en que gracias a las medidas que se toman va a salir adelante. La gente no debe angustiarse por rumores o especulaciones. Él entendía que el gobierno y el presidente en turno necesitan de la confianza ciudadana para no naufragar. Para sobrevivir en el gobierno de los asuntos públicos es imprescindible una mínima dosis de popularidad. Dilma, Rajoy, Cristina, Videgaray pueden ahondar al respecto.
Hoy sigue tan vigente el modelo de comunicación de Roosevelt como su premisa: la gente no es tonta, entiende, siempre y cuando se explique de manera sencilla, clara y familiar qué está pasando y las medidas que se están tomando para sacar al buey de la barranca, sobre todo a la luz de la picota de las redes sociales. Agarrar al toro por los cuernos es el tema de nuestro tiempo. Los medios han evolucionado, pero la fórmula clásica de hablar de frente con la verdad, por más descarnada que ésta sea, y sin artilugios pareciera ser una buena receta para generar consenso social, so pena de ser protagonista de alguna campaña de memes.