Sugiero al lector relegar por unos instantes los deshechos musicales de las princesas del pop contemporáneo y le propongo que los retome como lo que son: la frágil tarima (o el pretexto si usted prefiere) de escenarios en los que a ellas les interesa montar la explosición visual.
Una quisiera que la calidad en partituras fuera lo que determinara o la armonía en el canto o lo que usted diga en relación con el arte y la creatividad, el éxito, pero aunque los tiempos navideños ayudan a expresar buenos deseos, deleguemos también eso y aceptemos la (triste) realidad para tratar de comprenderla, y la realidad es esta:
Lady Gaga (quien tuvo un inicio prometedor, tiró al caño su expectativa artística), Katy Perry y Miley Cyrus, entre otras señoritas, son la expresión de un auténtico cambio de época que vale la pena mirar sin nostalgia y sin lentes de viejito regañón. Son emblema de buena parte de la juventud que no apuesta por la elaboración en sentido alguno y menos en el plano de la letra que implica pensar tantito más allá del “baby I love you“, (aunque como en todo, claro, hay excepciones, por ejemplo la elegante sensualidad de Dita Von Teese o Lord).
Perry, gaga y Cyrus, además de sus otras competidoras, tienen en común la envoltura del cuerpo semidesnudo como en celofán puesto en la mesa de la estridencia que sea, aparte de buscar el desplante más estrafalario, haciéndolo pasar como retador de las buenas costumbres y la moral. La lucha entre ellas implica dirimir quién es la más atrevida o valiente, sobretodo entre la cantante de “Bad Romance” y la ex niña dulce de Disney que hace poco se colgó tal y como vino al mundo en una bola descomunal para el furor de millones de fanáticos.
Digo que las cantantes, (y junto con ellas monsieur Justin Bieber -sus escupitajos al público o sus fiestas que compara con Gatsby, sin haber leído a Francis Scott Fitzgerald-) son signo de los tiempos actuales. Nos guste o no, entre ellas se dirime quién tiene más seguidores en Twitter y Facebook o cuáles son los videos más vistos de internet y, sobre todo, quién es la más admirada para imitar entre legiones de jóvenes.
Además de todo, me temo que el fenómeno penas inicia porque se encuentra engarzado a enormes intereses comerciales, pongamos por caso el de los medios de comunicación y, en particular, sus sitios digitales. Cada vez es más frecuente atestiguar cómo usan las imágenes de las muchachas medios de la talla del Corriere della sera, Le Monde, El Mundo, Clarín u O’ Globo (junto con los mexicanos El Universal, Excélsior y recientemente Reforma) en tanto que es una de las vías más eficientes para que el usuario le de clic al portal, lo que no es poca cosa dado que el dato acumulado, la cantidad de clics, es lo que se le presenta al anunciante como una de las garantías para que su producto se difunda.
Adicionalmente, el pene en la entrepierna de Cyrus, el vuelo salvaje de Perry en medio de la selva o la excentricidad que se le ocurra de Lady Gaga empatan bien con la expectativa editorial (bueno, editorial es un decir) de convocar a la mayor cantidad de lectores. Y eso nos permite entender que capten los primeros planos de empresas mediáticas tan serias como las arriba enunciadas, incluso aunque se trate de habichuelas del tipo “Katy Perry padece de agruras”, o quizá tal vez por eso, se ubica entre “las notas más leídas”. Así, ya no sorprende saber que “la información” de que Salma Hayec enseñó el trasero por un descuido la situó entre lo más visto en los portales de América Latina durante el mes pasado. Insisto: este es un fragmento de los nuevos tiempos que vive el mundo: en donde las Barbies de este siglo disputan el trofeo de la más perversa y atrevida, para el estentóreo rugido de legiones de chicos que se sienten muy rebeldes aunque, tal vez, en realidad sean el gran ejército de maniobra de un negocio multimillonario y la expresión de los sueños abandonados.