Uno de los mejores momentos de mi vida se lo debo a la guerra. Sé que confesar lo anterior me convierte en una especie de monstruo pero trataré de explicarme y explicarles. Corría el año de 1991 y Bush, después de la invasión de Irak a Kuwait había iniciado su “Tormenta en el desierto”. Los televidentes de la época veíamos una especie de luces de bengala mientras los reportes (completamente controlados por los gringos) daban cuenta del avance de los norteamericanos. Hussein, tratando de ensartar a más paí ses decidió bombardear Tel Aviv, lugar en el que era corresponsal de Televisa la señora Erika Vexler. El titular del noticiero era Jacobo Zabludovski que en un enlace escalofriante estableció el siguiente diálogo:
– Erika, dime, ¿qué está pasando?
– Nos están bombardeando, Jacobo. Es un ataque nuclear.
– ¿Cómo dices? Repite eso, Erika.
– ¡Es un ataque nuclear, Jacobo! Repito: nuclear.
Recuerdo que en aquel momento un servidor parpadeó mientras imaginaba a la reportera Vexler convirtiéndose en detritus nuclear y elevando su alma al cielo israelí. Lo anterior, por supuesto no ocurrió y entiendo que a la corresponsal le dieron una congelada ártica que duró varios años.
En fechas más recientes se desató un escándalo debido a que dos tuiteros, de forma esencialmente imbécil, escribieron que en algún lugar de Veracruz se realizaba un atentado. La respuesta del gobierno fue, digamos, enérgica, ya que los metieron al bote alegando algo así como “terrorismo”. Días después estos señores salieron liberados en medio de una polémica acerca de la responsabilidad en el uso de las redes sociales.
Bien, estos son los antecedentes para proceder. Pedro Ferriz de Con siempre me ha parecido un “periodista” acomodaticio que sabe relacionarse y caer parado con aquellos que detentan o detentarán el poder. Recuerdo que hace unos años el señor Ferriz tuvo la ocurrencia de decir que Julio Scherer tenía más de cinco millones de dólares en diversos bancos de Estados Unidos. La respuesta fue simple; Scherer le metió una demanda por difamación que casi lo deja ciego. Sin embargo la actitud, torpe y arrogante, fue que él no se echaría para atrás “ni para comer mierda” (este columnista imagina la escena y sufre una arcada). Pasaron los días y Ferriz fue aflojando su enjundia hasta que ante micrófonos y en una actitud ligeramente perdonavidas reconoció que no tenía ningún elemento para afirmar lo que había afirmado con lo que libró la demanda.
El viernes 11 de mayo exactamente a las 13:52 el tuitero @pedroferriz escribió lo siguiente: “balacera en Polanco, tres muertos. La familia michoacana”. Minutos después la cuenta @policiadf desmintió categóricamente la información: “no hay reporte alguno de balacera en Polanco” y yo, con mi alma chimiscolera, me metí al asunto señalándole a Ferriz que lo que había puesto era no solo incorrecto sino un motivo de alarma innecesaria entre la población. Fue como hablarle a la pared o a un sauce llorón. Mi sorpresa fue que las horas pasaban y el comentario de Ferriz permanecía inalterado en una lección de periodismo que bien se podría adquirir a 300 pesos en el metro Portales.
Pasaron las horas, la dinámica de tuiter se centraba en el tema de la visita de Peña Nieto a la Ibero y cuando todo parecía olvidado a las ¡21: 32! Pedro Ferriz escribió: “Los ánimos están muy revueltos, mucha información cruzada. No hubo balacera en Mazaryk”, dándonos una muestra de sentido de oportunidad que sólo he visto en caracoles de jardín con embolia. Veamos, lo de que los ánimos andan revueltos es inobjetable aunque no entiendo que tiene qué ver una cosa con otra, en cambio el tema de mucha información cruzada supongo que se refiere a la que atravesó por los canales neuronales del señor Feriiz ya que todos a las tres de la tarde sabíamos lo que él ignoró durante horas, que no había habido una balacera.
Hay quien especula que lo de Ferriz fue un distractor de la visita de EPN a la Ibero, no cuento con ningún elemento para afirmarlo pero sí para sostener que si este es el tipo de periodismo y periodistas líderes de opinión, estamos poco menos que fritos. Ni hablar.